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12 de marzo de 2017 | Cultura

Documento histórico REALPOLITIK

Carlomagno: Un padre para Europa

Carlos I de Francia, más conocido como Carlomagno (Carlos “el Grande”) es sin lugar a dudas una de las más grandes figuras de la historia europea; quizá el mayor monarca cristiano de la Edad Media, inspirador y fundador de un gran imperio y de un renacimiento cultural relevante en la orilla norte del Mediterráneo.

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Sabino Mostaccio

Carlos I de Francia, más conocido como Carlomagno (Carlos “el Grande”) es sin lugar a dudas una de las más grandes figuras de la historia europea; quizá el mayor monarca cristiano de la Edad Media, inspirador y fundador de un gran imperio y de un renacimiento cultural relevante en la orilla norte del Mediterráneo. Los sueños de unidad europea que abrigó este gran hombre, padre de naciones, aun inspiran a millones de europeos.

Nació en Aquisgrán, actual Alemania, en el año 742, fue hijo de Pipino el Breve, mayordomo de palacio que en el año 751 se convirtió en rey de los francos con apoyo del papa Gregorio III, tras destronar al débil Childerico III, último rey de la dinastía merovingia.

Su padre lo instruyó en las artes bélicas y en su juventud aprendió a admirar las historias de los emperadores romanos. Su amor por la historia lo llevó al deseo de engrandecer su reino y de emular también las hazañas de su abuelo paterno Carlos Martel, gran guerrero que en el año 732 había sido el primer noble europeo en derrotar a los invasores musulmanes, dándoles un duro golpe en la batalla de Poitiers.

Su padre guerreó en Italia contra la tribu lombarda, ayudando al Papa de Roma y entregando a la Iglesia ricas tierras de la península, con lo cual nacieron los Estados Pontificios. Esta especial relación entre la familia carolingia reinante entre los francos y la Iglesia se mantuvo durante toda la vida de Carlos. En 768 falleció su padre y, fiel a la costumbre ancestral de dividir la tierra entre los hijos, Carlos y su hermano Carloman se repartieron el reino franco. En 771, al morir su hermano, Carlos reunificó el reino de los francos y sonaron, por entonces, tambores de guerra en Europa.

El rey lombardo de Italia Desiderio se enfrentó al Papa Esteban III por el control del centro de Italia. Amenazada Roma, Carlos aceptó el llamado e invadió el reino de Lombardía con sus tropas, venciendo en 774 a los lombardos. Coronado rey de Italia por el Papa en Pavía, capital lombarda, Carlos recorrió la península admirando los monumentos romanos y decidió a la vez ser magnánimo con los vencidos, para facilitar la integración de los lombardos con el resto de la población italiana. No obstante algunos duques lombardos y ciudades como Venecia y Nápoles se negaron a reconocer el dominio franco, lo cual llevó al rey a negociar diversas alianzas con los rebeldes.

Una vez ampliada la frontera oriental de su reino, Carlos se concentró en los sarracenos musulmanes de España, que amenazaban el sur y el oeste de su territorio franco. Invadió la península en apoyo de los cristianos del reino de León y conquistó y liberó las ciudades de Pamplona y Barcelona, que otorgó a duques francos en dominio.

Tras el agradecimiento de los cristianos locales emprendió el regreso, pero el levantisco pueblo vasco, que vivía a ambos lados de los Pirineos y ni francos ni árabes habían sojuzgado, se levantó y atacó al ejército franco en la batalla de Roncesvalles (778). Allí murió Roland, sobrino y general del rey, con parte de la nobleza franca.

Repuesto del desastre y habiendo preservado la zona de Cataluña, Carlos puso la vista de nuevo en el este, en las salvajes tierras germánicas, a la vez que cultivaba una buena relación con los príncipes sajones de Inglaterra y con los monjes irlandeses. La tribu de los sajones, que vivía en la orilla derecha del Rin, amenazaba el suelo franco con sus incursiones.

Estos paganos eran un quebranto para la seguridad y la economía de la zona, por lo que el rey decidió someterlos. La guerra sajona llevó treinta años hasta que los francos lograron dominar a los pueblos rebeldes de la Germania. A la vez, empezó la cristianización de la zona con la fundación de ciudades y monasterios.

Para el año 800, las fronteras del reino de Carlos iban desde los Pirineos al rio Elba y desde el Mar del Norte hasta Sicilia. En la Navidad de ese año, el Papa León III coronó solemnemente al rey Carlos como Sacro Emperador Romano de Occidente, en una ceremonia íntima en la Basílica de San Pedro. Halagado por este reconocimiento, Carlos decidió consolidar su nuevo reino y logró también someter a algunas tribus nórdicas de la actual Dinamarca. Estableció así un lucrativo comercio con los bizantinos y con el califato musulmán de Bagdad.

Sabios y expertos se reunieron en la corte y se abrieron escuelas y centros de arte por todo el reino, en un nuevo esplendor que Europa no veía desde los tiempos romanos. Pero con el emperador envejeciendo, aparecieron tensiones entre la corte y los nobles locales que tendían a una mayor autonomía. El poderío militar había decaído con el fin de las conquistas y nuevos pueblos provenientes del este y del norte, entre ellos eslavos, húngaros y vikingos, amenazaban ya las fronteras del imperio, atemorizando a los pobladores locales que reforzaron el poder de los señores locales que podían defenderlos.

La Iglesia acaparó tierras de la corona y en España, los cristianos locales se separaron de toda dependencia con el rey franco y continuaron la lucha contra el invasor musulmán por su cuenta. Inglaterra se había unificado con Egberto de Wessex en 802 y si bien mantenía buenas relaciones con el Imperio, su cultura se diferenciaba cada vez más de la continental.

Carlos el Grande falleció en Aquisgrán en el año 814 y el imperio que construyó no tardó en desmembrarse al cabo de 30 años, en medio de una guerra fratricida entre sus nietos Luis, Carlos y Lotario, hijos de Luis I, sucesor y primogénito de Carlos.

En los siglos siguientes, Europa se volvería un gigantesco rompecabezas de la mano del sistema feudal, aunque los sueños de un gran reino europeo unido se mantuvieron vivos en el ideario de muchos monarcas europeos que quisieron emular a Carlomagno. Se destaca especialmente Carlos V de Alemania, y podemos mencionar también a Napoleón I Bonaparte de Francia, émulos frustrados del gran rey.

El nacionalismo del siglo XIX, pese a proclamarse hijo de la fraternidad de la Revolución Francesa, desgajó más y más a Europa, pero ya desde principios del siglo XX hubo una reacción en favor de la unidad continental y tras la segunda Guerra Mundial y los horrores del nazismo, las élites políticas de la Europa Occidental se convencieron de la amenaza del nacionalismo extremo y desempolvaron las glorias paneuropeas de Carlos y los Habsburgo austriacos, para avanzar hacia la unidad europea, primero económica y luego política y social.

El Tratado de Roma que dio origen a la Comunidad Económica Europea estuvo inspirado en la larga sombra de Carlos el Grande y serán precisamente sus hijas dilectas, Francia y Alemania -aunque por entonces dividida en dos-, las que echaron a andar este sueño que tantos tropiezos arrastra pero que tanto logró en estas décadas. La vigilante estampa de Carlomagno aún interpela a sus díscolos hijos de Europa. (www.REALPOLITIK.com)


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