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26 de marzo de 2017 | Cultura

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Juana de Arco: La santa guerrera que salvó una nación

Juana de Arco es sin dudas una de las grandes heroínas de la historia y mito fundacional de la nacionalidad y el patriotismo francés. Su historia ha sido volcada en los libros y llevada al cine en numerosas producciones.

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por:
Sabino Mostaccio

Juana de Arco es sin dudas una de las grandes heroínas de la historia y mito fundacional de la nacionalidad y el patriotismo francés. Su historia ha sido volcada en los libros y llevada al cine en numerosas producciones. Por siglos ha cautivado la imaginación el hecho de que una mujer campesina, analfabeta y profundamente devota haya tomado las armas, con la anuencia de su rey, para librar una guerra de liberación contra un poderoso ejército, hasta ser traicionada por algunos de sus compatriotas.

Nació en 1412 en una pequeña población de la Lorena francesa, en una época oscura y difícil para su pueblo, sometido a la Guerra de los 100 años con los ingleses ávidos de hacerse con su trono y sus tierras. Transcurrió su infancia y juventud en prefecto anonimato, llevando una vida sencilla hasta que tuvo una visión a los trece años de edad: una experiencia mística en la cual Dios le encomendaba liberar a Francia e inspirar a su pueblo.

Así, decidió marchar hasta el castillo de Chinon para presentarse ante el delfín Carlos, heredero por entonces de la corona francesa y regente del reino por la enfermedad de su padre el rey Carlos VI. El delfín, asombrado, decidió darle audiencia a una mujer a la que la mayoría de la corte creía perturbada o peor aún, bruja. Y para sorpresa de propios y extraños, confió en ella.

Le dio armadura, caballo y espada, los atributos de mando de un general medieval, y la puso al comando de sus mejores hombres de la guardia real con un objetivo: liberar la estratégica ciudad de Orleans de manos inglesas, debido a que el reino francés estaba partido al medio por la presión anglosajona.

Un hecho asombroso para una época donde una mujer y más aún, campesina, no estaba destinada a realizar ninguna empresa relevante en un mundo clasista y dominado por hombres. Pero Carlos creyó, algunos dicen que porque tuvo una visión religiosa similar, y esa confianza en el don de la joven lorenesa cambió la historia de Francia.

Los ingleses, que subestimaron a Juana, pagaron caro su desprecio en Orleans, en 1429, y desde allí, Juana continuó la marcha triunfal hasta desalojar a los invasores de casi todo el país faltándole sólo la capital, Paris, y las rebeldes tierras de Borgoña, al sur, regidas por franceses pero enemistadas con la Casa Real.

Así, Carlos VII fue coronado rey de Francia en 1431, y Juana estuvo a su lado. Pero de pronto, Carlos abandonó a Juana y le retaceó apoyo en su campaña, temiendo que fuera a eclipsar su poder la popularidad creciente que ella tenía. Y luego, en 1431, al ser tomada prisionera y vendida a los ingleses por los borgoñeses del sur, el rey la dejó languidecer en prisión y se negó a pagar su rescate.

El rey inglés, deseoso de deshacerse de su enemiga mortal, presionó al obispo de Ruan, Pierre Cauchon, para someter a la prisionera a proceso por brujería. Tras su negativa inicial, el intimidado prelado aceptó el envite y un tribunal diocesano sentenció a morir en la hoguera a Juana de Arco en 1431. Pero la muerte agigantó el mito y despertó el deseo de venganza de los franceses, que rodeando a su monarca lograron en 1435 la reconciliación nacional entre la corona y los príncipes del sur. Y en 1453, tras la batalla de Castellón, Carlos VII aplastó al ejército inglés y Francia se liberó (exceptuando los puertos de Dunkerque y Calais, en manos extranjeras hasta 1558).

Carlos VII convirtió en mártir a Juana y logró que el papado anulara su condena en 1456 y la rehabilitara. Comenzó a venerársela como santa en todo el reino de Francia y la causa de canonización se inició bajo el papa Nicolás V en 1457, pero las distintas contingencias de la relación entre Francia y la Iglesia Católica, lastrada por momentos de brutal confrontación como en la época de la Revolución, retrasó el proceso por casi 5 siglos, hasta que en 1920 el papa Benedicto XI la beatificó y en 1938, siendo papa Pio XI, se la canonizó formalmente.

A la celebración en su honor en la catedral de Notre Dame acudieron representantes de toda la clase política y las fuerzas armadas de Francia, incluso el mismo presidente de la Tercer República Francesa, Albert Lebrun, rompiendo así con la tradición laicista del gobierno francés.

Durante la segunda Guerra Mundial y la consecuente ocupación nazi, la Resistencia francesa hizo de Juana un símbolo de su lucha contra la opresión de Adolf Hitler; y en la posguerra, su figura fue enzarzada por la derecha política moderada del general Charles de Gaulle y por la extrema derecha de Jean Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional en 1970 y varias veces candidato a la presidencia francesas.

Juana pasó a ser un símbolo en la Europa cristiana y a la vez fue reivindicada por movimientos feministas. Un mito tan fuerte como lo era el carácter de la mujer tras él, ha pervivido por generaciones y sigue cautivando e inspirando a millones. La historia de Europa tiene perfume de mujer, y Juana tiene muchos renglones en ella. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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