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16 de abril de 2017 | Cultura

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La tragedia de los hermanos Graco: La república que no quiso ser salvada

La república Romana, hacia el año 146 AC, había alcanzado la cumbre de su poder. Roma regía un vasto imperio que se extendía desde la Península Ibérica hasta el Mar Negro, y desde los Alpes hasta el Sahara. Su potencia era incontestable y muy pocos se atrevían a desafiar su autoridad, luego de la destrucción de la rival república de Cartago.

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por:
Sabino Mostaccio

La república Romana, hacia el año 146 AC, había alcanzado la cumbre de su poder. Roma regía un vasto imperio que se extendía desde la Península Ibérica hasta el Mar Negro, y desde los Alpes hasta el Sahara. Su potencia era incontestable y muy pocos se atrevían a desafiar su autoridad, luego de la destrucción de la rival república de Cartago. Los reinos helenísticos de Egipto y Siria mantenían relaciones pacíficas con Roma, Grecia había sido sometida finalmente y sólo unas tribus ibéricas desafiaban a la joven potencia.

Las conquistas trajeron ganancias fabulosas en cuanto a tierras, riquezas y esclavos. Se beneficiaron principalmente la clase patricia, la más alta de la sociedad, junto a algunos elementos de la nueva clase media de funcionarios y soldados llamados “équites” -solían ir a la batalla con caballos de su propiedad- que si bien no pertenecían a familias ilustres, se volvieron ricos e influyentes gracias a su duro trabajo y sus conexiones sociales.

La gran masa del pueblo romano, no obstante haber servido en los ejércitos victoriosos de la república muchos de ellos, y pese a que las leyes les garantizaban amplios derechos políticos a todos los hombres nacidos libres, vieron su situación deteriorarse. La competencia de la mano de obra esclava y la presión impositiva para soportar los altos gastos bélicos, hicieron difícil la vida de muchos campesinos, que debieron endeudarse para poder vivir. La gran mayoría no podía devolver los prestamos tomados de patricios y équites ricos, y acabaron perdiendo sus tierras.

Así, hubieron de emigrar a las ciudades muchos de estos desposeídos, donde se sumaron al proletariado urbano insatisfecho por la parálisis de la obra pública a causa de los conflictos bélicos, lo que alimentó el malestar social. En el campo, los nobles se convirtieron en terratenientes y acapararon la tierra pública, vendida o arrendada a precio vil por las autoridades, que empezaron a experimentar el azote cada vez más grande de la corrupción política, a medida que muchos funcionarios patricios tendieron a usar sus cargos para incrementar sus negocios particulares. Esto produjo un descrédito creciente de la clase política, a la que se veía incapaz de hacer frente a la crisis social que avanzaba en la república.

Una revuelta de esclavos en Sicilia, aplastada violentamente por las legiones, fue seguida por disturbios en Roma, donde la población se dividió en dos bandos: senatoriales (patricios por lo general) y populares (en su mayoría plebeyos de Roma). Y por si fuera poco, en Hispania los nativos celtiberos se sublevaron contra Roma junto a las tribus lusitanas de la península. Un caudillo llamado Viriato acaudillaba esta rebelión que trajo severos quebrantos a los romanos.

En este contexto se imponía un golpe de timos para salvar a la república, y algunos patricios de mentalidad progresista se propusieron llevar a cabo un amplio programa de reformas que devolviera la paz y el esplendor a Roma. Dirigidos por el censor Apio Claudio Pulcro, hombre inteligente y de una ilustre familia de Roma, apoyaron la candidatura del yerno de este, otro joven patricio, Tiberio Sempronio Graco, al estratégico cargo de Tribuno de la Plebe.

Tras la elección de éste, los reformistas avanzaron con cambios de magnitud tales como la reforma agraria -el reparto de parcelas a campesinos y veteranos de guerra-, la fundación de colonias en Italia y otras provincias, la reforma de la ayuda social a los plebeyos pobres, la incorporación de la clase media de los “caballeros” a la actividad judicial y por último, la concesión de ciudadanía a todos los habitantes de la península Itálica, como recompensa por los servicios brindados a Roma en los siglos anteriores.

Los puntos más problemáticos, el reparto de las tierras públicas y la ciudadanía para los itálicos, causaron finalmente la rebelión de algunos patricios y la caída del tribuno Tiberio Graco, hacia el año 130 AC. Éste fue asesinado con algunos destacados partidarios y tras la muerte de su poderoso suegro y mentor ese mismo año, el Senado anuló las reformas.

Los reformistas obtuvieron su revancha sietge años después, cuando accedió al cargo de tribuno Cayo Sempronio Graco, hermano del infortunado Tiberio. Apoyado éste por el ejército y muy popular entre la plebe y la clase media, retomó las reformas de su hermano, tendientes a mejorar el reparto de tierras, la ayuda social a los pobres y la profesionalización del ejercito romano. Se inició un plan de colonización y obras públicas que mejoró la situación social de los más humildes, y se aplastaron las rebeliones que amenazaban el poder romano.

Tras servir dos mandatos, Cayo buscó un tercer período, lo que escandalizó sobremanera al Senado, que se rebeló contra él y apoyándose en algunos nobles patricios, promovió una revuelta en Roma que costó 3 mil vidas, entre ellas la del tribuno, que se suicidó antes de caer en manos de sus rivales. Con él murieron sus reformas, la mayoría de ellas derogadas por el Senado.

El resentimiento y la brecha entre patricios y plebeyos crecerían en las siguientes décadas y arrastrarían a Roma a un siglo de guerras civiles sordas y brutales que terminaron enterrando la República que los hermanos Graco se empeñaron tanto en salvar. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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