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23 de abril de 2017 | Cultura

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Versalles: Corazón de Francia y pulso de Europa

El palacio de Versalles hoy día continúa cautivando a los visitantes por su magnificencia. Ubicado a tan solo 90 kilómetros de París, fue por siglos símbolo de la magnificencia de la monarquía francesa y de las glorias imperiales francesas.

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por:
Sabino Mostaccio

El palacio de Versalles hoy día continúa cautivando a los visitantes por su magnificencia. Ubicado a tan solo 90 kilómetros de París, fue por siglos símbolo de la magnificencia de la monarquía francesa y de las glorias imperiales francesas. Hacia 1623, el rey Luis XIII empezó a construir algunos aposentos reales, pero sería con su hijo y heredero, el “rey Sol”  Luis XIV, que el Palacio de Versalles vería la luz y se convertiría en el mito que fue luego.

Luis XIV, a inicios de su reinado en 1663, decidió abandonar la ciudad de París y elegir como su residencia algún pueblo de las afueras en donde él y su familia estuvieran más tranquilos, luego de los agitados sucesos de “La Fronda”, aquella rebelión de nobles y burgueses parisino en contra del cardenal Mazarino y la reina regente Ana de Austria (madre de Luis XIV), que casi termina con el dominio de los Borbones sobre el trono. Alcanzada a la mayoría de edad en 1663, inició la construcción de una nueva e imponente residencial real en el pueblo de Versalles.

La construcción, a cargo de los arquitectos Louis Le Vau y Jules Hardouin-Mansart, llevó más de 20 años, pero cuando se completó, en estilo barroco, se convirtió en el mayor y más lujoso palacio real de Europa. En una época en la cual el rey estaba en el mejor momento de su reinado y Francia, en la cima de su poder en Europa.

Las fabulosas fiestas del rey se volvieron celebres y el ceremonial de la corte de Versalles fue copiado por otros monarcas europeos. Los reyes Luis XV y Luis XVI continuaron la tradición de esplendor de Versalles y convirtieron al palacio en centro de emblemáticas decisiones políticas, como las negociaciones por el fin de la Guerra de los 7 años (1756-1763) y las que condujeron al reconocimiento de Estados Unidos por Gran Bretaña en 1783, tras la Guerra de Independencia del flamante país (1775-1783).

Fue en Versalles donde los Estados Generales prendieron la mecha de la Revolución Francesa, y el célebre “Juramento de la Cancha de Pelote”, celebrado allí en 1789 por los diputados del Tercer Estado, originó el camino que llevaría a la sanción de la Primer Constitución Francesa de 1791. El rey Luis XVI y su familia abandonaron el palacio en 1792, obligados por los revolucionarios, y después de la ejecución del rey, el Palacio fue saqueado y cayó en el abandono.

Napoleón lo restauró parcialmente y en 1816 el rey Luis XVIII lo volvió a utilizar de residencia real. Parte del complejo se abrió al público como museo en 1826.

Durante la Segunda República (1848-1852) y el Tercer Imperio (1852-1870) quedó nuevamente en el abandono; y en 1871, el rey prusiano Guillermo I fue proclamado emperador alemán en el Palacio, tras el duro golpe que le asestaron sus tropas al ejército francés en la llamada Guerra Franco-Prusiana de 1870. La revancha francesa llegará cuando en 1919, el gobierno de la Tercera República, obliga a los vencidos en la Primera Guerra Mundial a firmar un tratado de paz desventajoso para ellos, en especial a Alemania.

Hitler, tras la ocupación de Francia ordenó destruir el complejo pero sus generales se opusieron y en 1946 el general Charles de Gaulle, entonces presidente francés, se lo cede al Parlamento y lo reabre al público como museo. Así continua hasta nuestros días. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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