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5 de julio de 2017 | Opinión

Columna REALPOLITIK

Del lamento a la organización: Vamos hacia una educación inclusiva, de calidad

Arranco a escribir lamentándome por la cantidad de niños que, en lugar de estar en la escuela, deben ayudar de manera obligatoria a sus familias para llevar el pan a la casa. Ni la ley de Educación nacional 26.206 es tan eficiente con el tema de la obligatoriedad.

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por:
Jerónimo Larsen

Arranco a escribir lamentándome por la cantidad de niños que, en lugar de estar en la escuela, deben ayudar de manera obligatoria a sus familias para llevar el pan a la casa. Ni la ley de Educación nacional 26.206 es tan eficiente con el tema de la obligatoriedad.

Si bien es innegable el aprendizaje que conlleva la cultura del trabajo, la solidaridad familiar e inclusive apropiarse de la capacidad para manejar dinero, en nuestros barrios se repite cada vez más la imagen de una infancia arrebatada por un sistema que demanda mayor cantidad de horas de trabajo por igual o menor salario. Claro está, sin ningún tipo de resguardo social por parte de un estado cada vez más chico.

En otro lugar, están aquellos que sí pueden ir a la escuela, aquellos que la familia aún puede sostenerse económicamente con las últimas fuerzas que les quedan, evitando que los pibes cambien su fuerza de trabajo por unas monedas. No obstante, son aquellos a los que el comedor escolar les fue despojado. Y si bien hasta hace muy poco tenían un plato de comida, hoy con suerte, tienen pan con queso y un abrazo de la maestra o el maestro que apenas amaga a saciar el hambre. El aula los recibe caliente, si es que anda la calefacción, junto a la risa de un compañero y a la mirada triste de una compañera. Y entre todo eso, esperamos que aprendan.

Por otro camino están los que van a una escuela del centro o a alguna privada de bajo costo que se ubica en las afueras del casco urbano. Cargan la SUBE o los lleva alguien de la familia en el autito que compraron hace unos años, pero llegan. Los recibe una avalancha de flashes que se disparan de celulares nuevos aunque algunos no tanto. Se escucha el correteo de unas zapatillas que son “de las buenas”. Vaya a saber uno cuántos días de trabajo costaron, cuántos días menos con la familia salieron.

Y está otro sector reducido que cuenta con un plasma en el aula y un menú light en el buffet, pero no dejan de ser aquellos quienes llegan a su casa y los recibe, con algo de fortuna, un empleado. Pero nadie de su familia.

Está claro que hay infancias como infantes, juventudes como jóvenes. Está claro que hay muchas diferencias, pero no son tantas las distinciones. El denominador común es el desapego a eso que llamamos escuela. Una gigante caja negra que genera su propia lógica y por momentos impone sus propias reglas.

Resulta evidente cómo estamos teniendo escuelas cada vez más pequeñas de donde nuestros niños quedan afuera. No caben. Se los excluye. Se les cierran las puertas. Inclusive con resistencias desde adentro.

En este sentido, me animo a decir que el verdadero fracaso escolar es el fracaso de la escuela, principalmente en su incapacidad de comprender la capacidad real de los niños y niñas, en el desconocimiento de los procesos que llevan a los niños a adquirir el conocimiento y en la incapacidad de establecer un puente entre el conocimiento formal que se desea transmitir y el conocimiento práctico del cual el niño o la niña ya dispone.

Es por ello que uno milita por una educación inclusiva, de calidad. Donde quepan todos y todas, donde nadie quede afuera. Pero eso no conlleva en sí mismo calidad. La calidad de que los invisibilizados sean vistos, escuchados.

Por esto, en un contexto de profunda inmediatez, donde una imagen vale más que mil palabras y un video de Whatsapp llega más rápido que una ambulancia, resulta imprescindible problematizar nuestros vínculos. Nuestros vínculos profundamente líquidos, fluidos, amoldables y escurridizos. Vínculos atravesados por la fragmentación de una sociedad que se permite sólo vivir pendiente de su trabajo y no del que tiene al lado. Para ello, necesitamos una pedagogía del amor y la igualdad. Una pedagogía de la hermandad.

Una pedagogía donde prime el afecto hacia la otredad y lo disímil. Ya que no sería una pedagogía del cariño aquella que no se encarga de lo diverso. No sería una pedagogía de la igualdad aquella que no rompa con la dicotomía conocimiento-ignorancia, y que no entienda la ignorancia como un accidente del destino, sino como el residuo de aquello que se impuso como conocimiento hegemónico.

De esta forma, nos obligamos a generar una educación de apertura, que practique el ejercicio de vincularse de manera tolerante con otro que sienta y piense distinto. Donde tolerar no sea soportar sino disponerse a buscar los puntos en común con el discurso de otra persona para ponerse de acuerdo en cómo avanzar juntos hacia un mundo más fraterno.

En la práctica, necesitamos una revolución profundamente democrática, metodológicamente pacífica y estrictamente creadora, donde partamos que hay que ser muy cobardes para no luchar por la sonrisa de nuestros pibes. En este sentido, concebirnos como animales políticos que poseen la capacidad de transformar el mundo que habitamos, que tiendan a generar conflicto y a subvertir un orden donde se lo requiera y siempre construyendo desde lo colectivo. El único héroe en este lío.

Circunstancialmente, en estas próximas elecciones tendré la oportunidad de someterme al sufragio de nuestra sociedad platense. Nada más ni nada menos con la responsabilidad de llevar las necesidades de nuestros jardines, escuelas e institutos terciarios al Consejo Escolar. Donde podremos impulsar encuentros trimestrales con nuestros directivos para reflexionar sobre las problemáticas comunes de los establecimientos de nuestra ciudad, buscando alternativas que nos permitan establecer mejores vínculos con las familias y la comunidad en general; generando nuevas instancias de diálogo entre los docentes y los equipos de orientación escolar, acompañando su trabajo en las aulas con recursos pedagógicos y material didáctico; promoviendo actividades culturales, deportivas y artísticas para que los alumnos tengan nuevos espacios donde desenvolverse y poder abordar las violencias desde ópticas novedosas; estableciendo un sistema de comunicación más fluido con las cooperadoras para responder más rápido a los problemas de infraestructura de nuestros establecimientos. Como así también, acompañando en cada reclamo a los auxiliares que son fundamentales en la vida diaria de las instituciones.

Vamos que podemos.


(*) Jerónimo Larsen es precandidato a primer Consejero Escolar con el Frente Vamos Creando Ciudad Nueva.


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