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17 de septiembre de 2017 | Cultura

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Reza Pahlavi: Sueños, desventuras y pesadillas del último emperador persa

Mohammad Reza Pahlaví (1919-1980) pasó a la historia como el último “Shah” o emperador del milenario reino persa. Su Majestad, que pretendía emular la gloria de los grandes reyes inmortales persas, como Ciro el Grande o Darío I, acabó sus días en el exilio, falleciendo en una clínica de El Cairo y en una enorme soledad que contrastaba con su poder.

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SABINO MOSTACCIO

Mohammad Reza Pahlaví (1919-1980) pasó a la historia como el último “Shah” o emperador del milenario reino persa. Su Majestad, que pretendía emular la gloria de los grandes reyes inmortales persas, como Ciro el Grande o Darío I, acabó sus días en el exilio, falleciendo en una clínica de El Cairo y en una enorme soledad que contrastaba con su poder y fortuna.

Nacido en una familia de clase media baja, vio en su niñez cómo la fortuna le sonreía a su familia al lograr su padre, Reza Jan Mirpanŷ Savadkuhí, destacado oficial del Ejército, un repentino ascenso al poder como nuevo rey de Persia.

Pasó así su juventud formándose como heredero al trono, viviendo una vida lujosa en el Palacio Real de Golestan, en las afueras de Teherán y recibiendo educación en un colegio suizo, junto a otros hijos de familias nobles de Europa. En 1938 se graduó de la Academia Militar de Irán (el país fue rebautizado por su padre en 1935), y comenzó a oponerse a los coqueteos de su progenitor con la Alemania nazi.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, tomó partido por la causa aliada y en 1942, al ser depuesto y exiliado su padre por una invasión de tropas soviéticas y británicas, fue elevado al trono. En 1946 sobrevivió a un atentado y su gobierno se radicalizó: feroz anticomunista, pero a la vez ferviente laicista enamorado de la cultura occidental, intentó imponer a su pueblo las costumbres y el estilo de vida occidental.

Esto le valió la enemistad no solo del partido comunista iraní, el Tudeh, sino también del clero musulmán chiita en una nación profundamente religiosa como irán, aunque protegió a las minorías religiosas y pretendió favorecer a la clase trabajadora con un sistema de seguridad social.

En 1953, patrocinó el shah un golpe de Estado en complicidad con los servicios de inteligencia británico y estadounidense, en contra del reformista gobierno del premier Mohammad Mossadeg, cuya única ofensa había sido nacionalizar la producción de petróleo en manos extranjeras.

En las siguientes dos décadas, el Shah gobernó en un clima de paranoia y dictadura, aplastando a la oposición, acelerando las reformas y militarizando el país. Creo la SAVAK, una policía secreta para reprimir a los opositores, aumentó el presupuesto militar comprando armamento en el extranjero y trató de desarrollar un programa nuclear, en operación con Israel.

La imposición del secularismo y una política económica liberal, que favorecía a la nobleza occidentalizada y a las élites militares y empresariales, levantó en su contra a las masas campesinas, profundamente religiosas y empobrecidas, y su autoritarismo le puso en contra a los obreros y la clase media.

Profundamente aislado de la realidad y cada vez más solo a nivel internacional, celebró en 1971 los 2.500 años del Imperio Persa, en una fastuosa ceremonia en Persepolis que le trajo criticas ante la pobreza de su pueblo y la corrupción de su gobierno, sin que le todopoderoso emperador atinara a cambiar su régimen.

La furia condensada por décadas explotó en febrero de 1979, cuando se desataron revueltas antimonárquicas en todo el país, y dónde la oposición por primera vez actuó unida bajo la bandera de la libertad y del Islam, poniéndose al frente del movimiento en 1980 el clérigo Ruhollah Jomeini, que había pasado años exiliado por su oposición al shah. Ante su impopularidad, y abandonado por las Fuerzas Armadas, descontentas por su acercamiento a Irak e Israel, abdicó el trono y partió al exilio. No vería su patria nunca más.

Para el pueblo iraní, el sueño de libertad duraría poco cuando la Revolución abrazó las banderas de la teocracia islámica y se radicalizó más a la derecha. Jomeini y sus acólitos impusieron una brutal dictadura, sobrevino una guerra contra el vecino Irak regido por el dictador Saddam Hussein (1980-1988) y un embargo económico de Occidente que no sería levantado hasta fines de 1996.

La senda de terror del régimen del Sha y su larga sombra planean sobre 70 millones de iraníes, mientras que una generación entera fue diezmada por la guerra y el exilio. Pero la máquina militar e industrial que él forjó es la base de poder de la teocrática Republica Islámica de Irán, y su sueño de un Imperio Persa restaurado pervive ahora al son de los versos del Corán.

Ese quizá sea el triunfo póstumo de un hombre amado por muy pocos y odiado por muchos, pero que sin duda escribió una nueva página en Oriente Medio, de un libro aun no cerrado. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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