24 de agosto de 2023 | Historia
El liberalismo de laissez faire fue concebido bajo la égida de la industria británica y con el impulso de las primeras innovaciones tecnológicas. Pero, a partir de la segunda mitad del siglo XIX comenzaría la emergencia de una pluralidad de países industriales e Inglaterra dejaría de ser el principal abastecedor de los países no desarrollados. Por lo tanto, en un corto lapso la competencia comenzó a ser más feroz así como a utilizar instrumentos que pronto afectaron al sistema de librecambio pergeñado por la primera potencia industrial.
Los cimbronazos de la economía capitalista, a partir de la crisis de 1873, generaron un desconcierto muy profundo entre las clases empresarias europeas y apelaron a esbozar respuestas ambivalentes a los ciclos de fluctuación del capital para mantener sus tasas de ganancias. Por un lado, mantuvieron la obstinada creencia según la cual el patrón oro era la forma más adecuada para conducir los intercambios internacionales; si bien existió algún débil intento de insertar un patrón bimetálico para responder a los vaivenes del valor del oro, éstos no prosperaron.
Más aún, muchos países de reciente industrialización adhirieron fervorosamente al patrón oro, en este período. Retóricamente, confirmaron su creencia en el librecambio pero, en la práctica, se valieron de políticas imperialistas con el objetivo de instalar sus productos en las nuevas colonias formales. Por otro lado, algunos gobiernos comenzaron a adoptar medidas proteccionistas para morigerar la competencia de otras naciones industriales. Pese a que todas estas políticas siempre fueron vistas como medidas circunstanciales para paliar los efectos de la crisis económica, había consenso generalizado respecto de que cesarían en cuanto la recesión hubiera sido superada.
En parte, efectivamente, algunos instrumentos de intervención fueron eliminados a mediados de la década de 1890, cuando una nueva fase de expansión comenzó a alumbrar nuevamente al capitalismo mundial pero, algunas de ellas, como la expansión sobre territorios en Oriente Medio, África y América Latina, se transformaron en prácticas comunes y aceptadas como naturales para la dinámica internacional. Estas prácticas no impidieron que el capitalismo se sumergiera en una nueva etapa de crisis en los albores de la Primera Guerra Mundial, sólo superada circunstancialmente por la escalada armamentista que inundó Europa en los meses previos al conflicto bélico.
Lo cierto es que el punto de inflexión de la economía internacional se produjo en un contexto caracterizado por el fortalecimiento de las líneas de producción que se introdujeron en la década anterior, en particular en las acerías, así como transformaciones en la tecnología industrial de importancia decisiva para el futuro de la humanidad, a tal punto que existe un consenso, aunque no unánime, en denominar a estos cambios como Segunda Revolución Industrial.
Los cambios principales tuvieron lugar en la tecnología y en la organización empresarial. El acero comenzó a ser utilizado como variedad del hierro que, a su vez, permitió obtener un elemento más resistente que el hierro forjado. A la primera innovación del proceso Bessemer, que consiste en la eliminación de un elemento químico –el carbono– de los compuestos del hierro colado, se le sumó la creación de Siemens-Martin de altos hornos abiertos de fundición; esta innovación generaba muchos más costos de producción y a diferencia de las anteriores necesitaban menos operarios aunque más calificados para el proceso de colado.
A finales de la década del 70, la siderurgia introdujo fósforos ácidos, minerales que le dieron mayor fortaleza y duración a los aceros. Esta industria necesitó inversiones iniciales y de mantenimiento muy importantes con lo cual la organización empresarial ya no podía representar al hombre burgués ingenioso y abierto al talento, sino que requirió de una concentración del sector y, por lo general, adquirió perfiles de sociedades accionarias.
Por otra parte, esta industria debía ser mínimamente protegida por el estado, ya que en el marco de una gran competencia, no era posible amortizar los grandes volúmenes de inversión inicial, por cuanto esta industria ya no se adaptaba literalmente a la cultura del laissez faire, vigente hasta la década del 70.
La electricidad fue un adelanto tecnológico progresivo que se desarrolló desde la segunda década del siglo XIX a partir de la aparición de generadores manuales de corriente eléctrica. El descubrimiento de las ondas eléctricas llevó a la creación del telégrafo sin hilos, pero recién en la década del 70 se logró avances importantes en la termodinámica y la generación de energía hidroeléctrica. Siemens inventó el tranvía eléctrico, en 1880, y más tarde se comenzó a aplicar en la metalurgia. En esta fase nacerían el teléfono y la radio y, hacia fines de siglo, la cinematografía. Igualmente la gran revolución cultural del cine sólo se transformó en fenómeno de masas cuando se logró adaptar las historias al formato de un guión, lo cual necesitó bastante imaginación y versatilidad en los relatos.
Nadie podría dudar de la importancia del acero y la electricidad como generadores de una nueva era tecnológica, así como la multiplicidad de usos que éstos configuraban. Más desconocido era el futuro que se le deparaba al petróleo. Sin embargo, éste fue el elemento más importante del siglo siguiente; en forma inicial fue utilizado como fuente de iluminación pero pronto adquiriría el papel de insumo energético de los motores a combustión, que permitieron el desarrollo de la industria automotriz.
En la última década del siglo XIX, fueron diseñados los primeros transportes impulsados con motor a combustión de este hidrocarburo. Nombres tan familiares como Karl Benz, Louis Renault, Andre Citroën, Armand Peugeot y por supuesto el empresario norteamericano que innovó en los estilos de gestión de la producción, Henry Ford, fueron la cuna de la industria más importante de los siguientes ochenta años.
Resultó evidente que las nuevas industrias no se amoldaban automáticamente al modelo de gestión y producción de la primera Revolución Industrial, así como también resaltaba la ausencia de Inglaterra como motora de la nueva fase. Esto no significa que este país cayera estrepitosamente frente a las nuevas industrias o que no adoptara dichos patrones tecnológicos, pero efectivamente su estructura industrial había sido hecha “a medida” para la primera etapa, y la rápida reconversión industrial que requería el nuevo mundo la hubiera llevado a romper con un orden social donde no se visualizaban conflictos insuperables. Tal vez por eso, Inglaterra prefirió seguir apegada a las viejas tecnologías y quedar relegada a un deshonroso tercer lugar como exportador de productos industriales, siendo superada ampliamente por Estados Unidos y Alemania.
Igualmente este retraso no le impidió seguir ejerciendo un dominio en el comercio internacional durante un tiempo más. Pero esos años, a pesar de la euforia de la Inglaterra victoriana, eran tiempos que viviría de prestado. Su declinación llegó con la finalización de la Primera Guerra Mundial y ya nunca pudo recuperar la hegemonía de la que se vanaglorió durante un siglo y medio. (www.REALPOLITIK.com.ar)