6 de noviembre de 2025 | Opinión
Fue una conquista pionera en América Latina: el reconocimiento de que las mujeres debíamos tener un lugar real en las decisiones políticas de la Nación. 34 años después, el sindicalismo argentino demuestra que esa lección aún no fue aprendida.
La reciente elección de la Confederación General del Trabajo de la República Argentina (CGT) volvió a mostrar una postal que duele y atrasa: un escenario repleto de varones, los mismos apellidos de siempre, repartiéndose poder sin abrir espacio a la diversidad ni a la igualdad.
Ni una mujer en los lugares centrales. Ni una sola voz femenina en la conducción.
El movimiento obrero, que nació para luchar contra la injusticia, hoy reproduce las peores formas del machismo institucional.
Las trabajadoras sostienen hospitales, escuelas, fábricas, oficinas, cooperativas y barrios enteros. Sin embargo, siguen ausentes en las listas, en los atriles y en las fotos del poder sindical.
Hablan de “unidad”, pero su unidad excluye a la mitad del país. Hablan de “representación”, pero ¿a quién representan si no escuchan a las mujeres que todos los días ponen el cuerpo y el alma en el trabajo?
No hay justicia social sin igualdad de género. No hay movimiento obrero sin mujeres. Hace 34 años, Margarita Malharro y un grupo de diputadas valientes rompieron el cerco del silencio. Hoy toca romper el del sindicalismo.
Porque las trabajadoras ya no deben pedir permiso: ¡exigimos participación, respeto y paridad también en los sindicatos, dónde la lucha de las mujeres también importa!
El sindicalismo que se encierra entre hombres no representa a todos los trabajadores, representa el pasado. Y el futuro —aunque se resistan— es paritario.
(*) Lorena Matzen, legisladora de Río Negro y secretaria de la Mujer de la Unión Cívica Radical (UCR).