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2 de octubre de 2016 | Cultura

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Escipión, el “Africano”: La grandeza perenne de un héroe

Publio Cornelio Escipión fue el forjador de su propia leyenda, la cual trasvasa los siglos y al día de hoy sigue cautivando con su fulgurante estampa de héroe y estratega. Nacido en el seno de una familia patricia de alcurnia de la República Romana, la gens Cornelia, estaba destinada de joven por educación y herencia a ocupar un puesto destacado en los destinos de la urbe.

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por:
Sabino Mostaccio

Publio Cornelio Escipión fue el forjador de su propia leyenda, la cual trasvasa los siglos y al día de hoy sigue cautivando con su fulgurante estampa de héroe y estratega. Nacido en el seno de una familia patricia de alcurnia de la República Romana, la gens Cornelia, estaba destinada de joven por educación y herencia a ocupar un puesto destacado en los destinos de la urbe.

Emprendió la carrera militar desde joven, al igual que su abuelo, su padre y su tío, con la esperanza de usarla de trampolín para la carrera política que deseaba tanto, como era tradición entre los patricios romanos. Por aquellos tiempos, Roma atravesaba momentos duros, ya que disputaba la hegemonía en el mar Mediterráneo contra la poderosa república comercial de Cartago, de raíz fenicia.

Tiempo antes del nacimiento de Escipión, los romanos habían concluido una desgastante guerra contra los cartagineses y les habían arrebatado las islas del mar Tirreno y Sicilia, la rica y estratégica. Roma había agrandado su prestigio pero Cartago masculló venganza y encontró en el linaje de los Barca, más precisamente en las figuras del general Amílcar Barca y su hijo Aníbal, los valederos y duros vengadores que buscaba. Estos edificaron un imperio para Cartago en la península ibérica, y cuando una asustada Roma trató de detenerlos, se desató de nuevo el infierno de la guerra.

Aníbal Barca trasladó la guerra a Italia, corazón del poder romano, e infringió profundas heridas al orgullo nacional romano, aplastando a sus mejores legiones en sendas batallas campales. El joven Escipión sufrió el genio de Aníbal dos veces, en las batallas de Trebbia y Cannas (el mayor desastre militar en la historia romana), donde murieron miles de romanos y aliados itálicos y allí Escipión destacó por su valentía, por lo cual fue condecorado a los veinticinco años con el cargo de pretor y el puesto al mando de un ejército con destino a Hispania. Escipión devolvió el golpe a los cartagineses en Hispania, le entregó a Roma una rica tierra tras años de lucha y vengó las muertes de su padre y su tío, asesinados por mercenarios hispánicos al servicio de Aníbal.

Hábil diplomático y político, se ganó el corazón de la plebe romana, también de sus tropas, y logró que muchas tribus aliadas del enemigo abandonaran a Aníbal y se pasaran a Roma. En el año 205 de nuestra era, después de seis años en Iberia, regresa a Italia y el cónsul Quinto Fabio Máximo lo nombra comandante de las legiones en Sicilia, que se había sublevado a favor de Aníbal. Tras aplastar la revuelta y entrenar intensamente su ejército, decide innovar en la estrategia romana y lleva la guerra a las puertas de Cartago.

Aníbal, que nunca había sido vencido por los romanos, vuelve apurado a defender su ciudad y Escipión, en la batalla de Zama (202 AC), le da un golpe fulminante a su rival y Cartago, deshecho su ejército y su imperio en el Mediterráneo, se rinde y firma una paz humillante. Pero para escándalo de sus enemigos políticos en Roma, Escipión se muestra magnánimo y tolerante con los vencidos y suaviza algunas condiciones de paz, y llega hasta a apoyar a Aníbal como gobernante de Cartago, con la promesa de que esta no hostigará más a Roma.

Con la benevolencia de Escipión y el liderazgo de Aníbal (a ambos hombres los unía una admiración mutua, casi amistad), Cartago se recuperó económicamente mientras Escipión, ya cónsul en Roma, el máximo honor político de un romano, organizaba las nuevas provincias recién conquistadas de África e Hispania. Pero los enemigos de Escipión se organizaron en su contra y buscaron acabar con su prestigio e influencia, sobre todo viejos senadores que temían que el general se volviera más poderoso y quisiera instalar una dictadura.

El pretexto se les apareció cuando en el año 190, Publio y su hermano Lucio Escipión fueron a Grecia a combatir al rey seleucida Antíoco III. Tras una fulgurante campaña, los escipiones vencieron, pero fueron acusados de corrupción y de acaparar el botín de guerra y el Senado los llama de vuelta para someterlos a juicio. Intentando probar su inocencia, los hermanos apelan a la plebe, pero esto no conmueve a los senadores que al final terminan censurando y quitando el apoyo a ambos.

Publio se retira a una casa de campo en las afueras, amargado por las injustas acusaciones, y Lucio ve confiscadas sus propiedades por el Senado, ante la desazón de su familia. Fallece el héroe hacia el año 183 AC (el mismo año que expiraba, en Asia Menor, su gran rival Aníbal de Cartago), en una profunda depresión y soledad. Pero las generaciones posteriores le harían justicia y fue hasta el final de la era romana admirado como un héroe por conquistadores como Julio César o Justiniano de Bizancio, y en la edad media y el renacimiento su figura, que ya habían enaltecido los historiadores romanos como Tito Livio, dio abundante material a intelectuales como Maquiavelo, que alabaron su genio político y militar.

En 1848, el poeta Godofredo Mamelli, incluye su nombre entre los versos del “Canto degli Italiani”, el actual himno nacional de Italia y fue para Garibaldi y otras figuras del resurgimiento italiano, un héroe de la nacionalidad itálica. En los tiempos fascistas se abusó de su imagen de líder y guerrero, de parte de la propaganda del régimen, pero en la posguerra, su figura recupera el sitial de heroico defensor de los valores republicanos, precisamente en una época en la cual Italia busca consolidar un nuevo régimen político y abandonar siglos de caos y autoritarismo. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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