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Yukio Mishima, nombre literario y de guerra de Kimitake Hiraoka, fue uno de los más prolíficos escritores de su tiempo y una de las mayores figuras en la historia de la milenaria literatura japonesa.
Yukio Mishima, nombre literario y de guerra de Kimitake Hiraoka, fue uno de los más prolíficos escritores de su tiempo y una de las mayores figuras en la historia de la milenaria literatura japonesa. En su obra estaba latente una simbiosis entre lo mejor de dos mundos: las corrientes modernas de la literatura occidental y la tradicional estética japonesa se combinaron en su pluma para producir obras memorables. Fue, hasta el final de sus días, un escritor autorreferencial, que dejó a lo largo de su obra mensajes en código acerca de sus sentimientos, vivencias y anhelos; mensajes que muy pocos entendieron del todo, aun el día que cayó el telón de su vida.
Nacido el 14 d enero de 1925 en una familia de funcionarios de clase media y descendiente por su abuela paterna de un linaje samurái muy antiguo, recibió una educación fuertemente tradicionalista pero bien esmerada, estudiando en un buen colegio con hijos de la nobleza nipona y se graduaría en derecho en la Universidad de Tokio. Durante la guerra fue un entusiasta militante de la causa imperialista e inició sus primeros pasos en la literatura, publicando relatos cortos hacia 1941. Su mala salud lo descartó del servicio militar y entonces debió trabajar en una fábrica militar de aviones para subsistir durante la guerra, tanto él como su familia.
Acabada la contienda, ingreso al ministerio de Finanzas como funcionario pero su pasión por la literatura lo llevaría a nuevos rumbos y se dedicó casi por entero a las letras. La fortuna le sonrió y junto a su talento, descollaban también sus amistades influyentes, entre ellas el insigne escritor Yasunari Kawabata, premio Nobel de literatura en 1968 y que fue su amigo y mentor por muchos años. Su primera gran novela fue “Confesiones de una Máscara”, donde escandaliza a la sociedad de su tiempo tratando temas de sexualidad, y en especial, haciendo una velada alusión a sus tendencias homosexuales, que lo atormentaban. Best seller, fue traducida a varios idiomas y le permitió obtener un buen pasar.
Para mejorar su salud, tras contraer matrimonio en 1955, empezó un estricto programa de entrenamiento en gimnasios y de artes marciales que lo acercó cada vez más al espíritu samurái, y hacia 1960, su pensamiento político viró cada vez más para la derecha y se volvió un amargo crítico de la clase política y del régimen de gobierno japonés. Reverenciaba la figura del emperador como un símbolo de la patria y abominaba de la occidentalización desmedida de Japón, que había corroído las bases de su cultura, según él, y había traído lo peor del relativismo y la inmoralidad de occidente. Feroz anticomunista también, en su pensamiento había una amalgama de tradicionalismo y respeto por el pasado feudal de Japón, a la vez que ansiaba una vuelta a los principios de la restauración Meiji del siglo XIX, que habían hechos de Japón potencia mundial y había enaltecido como un dios al emperador.
Fue modelo y actor de cine también, produciendo algunas películas, y activista político furibundo que logró hacia 1968 el apoyo de varios industriales y militares nacionalistas, que lo apoyaron en su última empresa. Cautivó a un grupo de estudiantes y conformó con ellos una organización paramilitar derechista, la Sociedad del Escudo, que quería restaurar los valores tradicionales japoneses.
El 25 de noviembre de 1970, Mishima era un autor consagrado y multipremiado, y había logrado todo lo que se esperaba de un hombre de su altura y nivel. El futuro parecía aguardarle mejores cosas. Es más, ese día concluye el original de su última novela, “La corrupción del ángel”. Pero él no espera. Con cuatro cadetes de su organización visita el cuartel militar de Ichigaya en Tokio para entrevistarse con el general Mashita.
Pero se precipitan los hechos: Mishima y su gente toman de rehén al comandante, se atrincheran en el despacho del general y desde el balcón, el literato hace un llamamiento a los soldados para que recuperen la épica samurái y restauren el Japón fuerte y tradicional.
Su llamamiento es pagado por lo murmullos reprobatorios y las silbatinas de muchos jóvenes soldados, que no aprueban su llamado a la sedición, y amargado, llega el instante fatal: Yukio y uno de sus lugartenientes acuerdan cometer suicidio ritual, no sin antes repudiar los vicios del Japón moderno y dar largas vivas al emperador Hirohito. Consumado el último acto, y derramada la última sangre, con la muerte de Mishima llega a su fin una era de la literatura oriental y una esperanza para el resurgir del nacionalismo japonés. Pero Mishima había peleado su combate hasta el final, vivió como murió y murió como él había querido vivir. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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