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Los combates de gladiadores son uno de los episodios más evocados y representativos de la Antigua Roma, despertando una fascinación a través de los siglos entre generaciones de artistas y cineastas que han tratado de recrearlos en series, películas y cuadros.
Los combates de gladiadores son uno de los episodios más evocados y representativos de la Antigua Roma, despertando una fascinación a través de los siglos entre generaciones de artistas y cineastas que han tratado de recrearlos en series, películas y cuadros. El arquetipo del gladiador que tenemos hoy día se debe a los pintores del período neoclásico de fines del siglo XVIII y de producciones de Hollywood como Espartaco (1960) y Gladiador (2001).
Aquella imagen romántica de héroe solitario y atormentado envuelta en un aura de salvajismo, obligado a combatir por su vida en la arena ante la mirada impávida de cientos o miles de espectadores, en el contexto de una sociedad militarista que exaltaba la fuerza y la sangre. De ahí que acabe el público empatizando con el guerrero víctima de la injusticia de los poderosos que lo explotan.
Pero debemos tener en cuenta que tanto el origen de los juegos gladiatorios como el verdadero e inicial significado y sentido, se pierde en la noche de los tiempos de la civilización romana, llegándose a rastrear precedentes de los mismos entre los etruscos que poblaron la Italia Central entre los siglos XIII y III AC, y que, con su misterioso origen. A la vez, están entre los precursores de la cultura romana.
Se cree que los juegos inicialmente constituían parte de unos juegos rituales destinados a honrar la memoria de los dioses y de los antepasados ilustres del pueblo de la Etruria. Las grandes familias que reinaban en las ciudades estado en que se dividían los etruscos patrocinaban celebraciones en las que se incluía un numero en el que algunos esclavos y guerreros voluntarios luchaban entre sí para conmemorar las virtudes de los ancestros (por lo general en el marco de banquetes funerarios para grandes guerreros).
El rey etrusco de la primitiva Roma, Tarquino “El antiguo”, que además construyó el foro y el circo máximo de Roma (primer centro deportivo y de entretenimiento de la ciudad) habría sido el introductor de los juegos en la urbe. Pero la costumbre no se afirmó sino hasta el año 264 AC, cuando Roma luchaba por el control de la península itálica, y uno de los cónsules de la ciudad, Junio Bruto Espurio, que tanto había luchado por su expansión, acababa de fallecer.
El Senado y su familia lo honraron con la celebración de los juegos, como habrían acostumbrado sus ancestros etruscos. El foro acogió los primeros juegos, que empezaron a recibir patrocinio estatal tras las Guerras Púnicas, y se advierten los primeros visos de profesionalización de la actividad, cuando algunos patricios y caballeros romanos empezaron a patrocinar escuelas de gladiadores (llamados así por combatir con el gladio o espada corta de las legiones romanas) y a abrir anfiteatros destinados a los juegos que hasta entonces se celebraban en los foros y plazas.
Los primeros gladiadores fueron ciudadanos que se ofrecían como voluntarios a cambio de una paga -a los que se le sumaron soldados que buscaban pulir su habilidad- y luego, desertores de las legiones y criminales sentenciados a tal servicio. Lógicamente el lote se vio engrosado por prisioneros de guerra y esclavos a medida que Roma se expandía y se masificaba el espectáculo, teniendo la particularidad que en esos juegos eran de los pocos ámbitos donde los hombres y mujeres de Roma eran admitidos como público en igualdad, a pesar de ser ubicados en distintas filas del anfiteatro o “arena”.
No tardaron los juegos en adquirir importancia política, como forma de controlar las masas y canalizar la violencia en una Roma desgarrada por guerras intestinas durante el siglo I AC. Así muchos nobles de Roma que deseaban hacer carrera política buscaban complacer y distraer a las masas patrocinando juegos gratuitos y de varias jornadas. Julio César inclusive tuvo su propia escuela de gladiadores y patrocinaba muchos de estos juegos. Pero la furia de los gladiadores no solo servía para controlar al pueblo, sino que podía y se volvió, a veces, contra los ciudadanos romanos “respetables”, como las rebeliones de esclavos en Sicilia (140 AC) y la célebre revuelta de Espartaco (73 AC), que costaron a Roma miles de muertos y enormes pérdidas económicas.
Con la llegada de la era imperial de la mano de Augusto, los juegos fueron escalando en violencia y magnificencia y el emperador asumió la organización de los mismos. El clímax llega cuando el emperador Vespasiano finaliza hacia el año 80 de nuestra era la construcción del célebre Anfiteatro Flavio, conocido mundialmente como Coliseo, que podía acoger a 80 mil espectadores en su aforo. Otras ciudades del imperio como Verona se dotan de anfiteatros y arenas para acoger este deporte. Los juegos ganan en complejidad al introducirse novedades como la simulación de combates navales -la arena del Coliseo solía inundarse a tal fin- y las peleas entre hombres y animales, inicialmente pensadas como castigo a delincuentes. Distintas clases de gladiadores especializados según el arma utilizada (tridente, espada o red) aparecieron y el furor que causo el espectáculo llevaría a la fama a muchos luchadores, permitiendo a algunos esclavos ganarse la libertad en combate.
Aunque las reglas exactas del combate nos son desconocidas, siempre se creyó que todas las peleas eran a muerte, pero hoy día muchos historiadores ponen en duda esa visión y hasta llegan a sostener que los gladiadores contaban con cuidados médicos que el común de los romanos no tenía -puede sonar lógico teniendo en cuenta la inversión hecha por sus amos en ellos- y hasta afirman la existencia de árbitros y sistemas de puntuación.
Como sea, los juegos alcanzaron su brillo hacia el siglo II de la era cristiana para empezar a decaer con el imperio hacia el siglo IV. Se cita como motivos comunes la inestabilidad política de la época, la crisis económica que impedía sostener espectáculos onerosos y la expansión del cristianismo.
Muchos cristianos rechazaban la esclavitud y la exhibición de violencia explícita de los juegos, aparte del hecho de que muchos murieron en las arenas de los anfiteatros durante las persecuciones, masacrados por fieras salvajes o por guerreros profesionales. Este rechazo cristaliza cuando la cristiandad pasa a ser la fe oficial del imperio en el año 392 y finalmente, el emperador romano de Occidente, Flavio Honorio, prohibió las luchas de gladiadores en el año 420, cerrándose las escuelas de entrenamiento. Las luchas entre hombres y animales continuaron aun caído el imperio durante el dominio bárbaro, cesando hacia el año 523 cuando reinaba en Italia el rey ostrogodo Teodorico. En el imperio de Oriente, donde estos juegos nunca habían sido populares frente a los juegos y el teatro helénicos, Constantinopla, su capital, ni siquiera contaba con anfiteatros para ellos.
A quince siglos de su desaparición, los gladiadores siguen envueltos en un halo de misterio y despertando la fascinación del mundo moderno, en un contexto de creciente violencia y malestar social en muchas naciones. Su fuerza simboliza por un lado la injusticia imperial y la venalidad de una sociedad hedonista y por el otro, los valores de honor, deber, virilidad e individualismo exaltados por ideologías políticas distintas. No es de sorprender que la leyenda viva y el filo de las espadas bañadas en sangre aun corte el manto de los siglos. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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