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La Conquista del Oeste es sin duda una de las epopeyas que le dio forma a la nacionalidad estadounidense, y que ha sido inmortalizada en la cultura popular de mil maneras a lo largo de un siglo: desde comics y novelas, hasta las grandes producciones cinematográficas de Hollywood.
La Conquista del Oeste es sin duda una de las epopeyas que le dio forma a la nacionalidad estadounidense, y que ha sido inmortalizada en la cultura popular de mil maneras a lo largo de un siglo: desde comics y novelas, hasta las grandes producciones cinematográficas de Hollywood.
Fue la letanía para el espíritu liberal que predominaba en los Estados Unidos decimonónicos, y las tierras del oeste fueron, en un país de pioneros y refugiados, la nueva “Tierra Prometida”. Allí sería posible encontrar una nueva vida o la redención, nada menor en un pueblo impregnado de una profunda religiosidad cristiana.
Antes de la independencia de los Estados Unidos, la población anglosajona blanca y europea vivía arrimada en las costas del Atlántico, en las llamadas 13 colonias. Los ingleses no habían intentado expandirse hacia las agrestes y salvajes comarcas al oeste de los Montes Apalaches y del Rio Mississippi -en cuya cuenca se asentaba la colonia francesa de Luisian- debido a su escaso número y la falta de incentivos para sus compañías coloniales.
Si bien para 1776 las posesiones franco-españolas de la zona -Florida, Texas y Luisiana- estaban en sus manos, no habían llegado a asentarse cuando estalló el movimiento separatista. En 1783 se reconoció la independencia de los Estados Unidos y Francia y España recuperaron sus tierras en la zona.
La joven Nación, con una gran presión demográfica y una economía en expansión, puso los ojos en las tierras de las planicies centrales y del oeste. Para fines del siglo XVIII, gracias a pioneros como Daniel Boone, se habían colonizado las tierras del Medio Oeste, hacia donde afluían numerosos colonos e inmigrantes ávidos de tierras y oportunidades.
Tras un breve retraso a causa de una guerra con el Reino Unido (1812-1815), los Estados Unidos reanudaron su expansión y para 1820 nuevos estados se habían sumado a las primigenias 13 colonias.
Mientras la nueva Nación consolidaba su sistema político y se desgarraba en una lucha entre norte y sur por imponer un modelo productivo acorde -industrialista y liberal el norte, agrario y esclavista el sur-, el oeste seguía creciendo en importancia.
Thomas Jefferson, tercer presidente del país,había comprado la Luisiana a Francia en 1803 y el Rio Mississippi era ya de los estadounidenses, pero esas tierras no estaban deshabitadas: Las tribus indígenas que habitaban la región desde hacía siglos empezaron a recelar de los colonos y a temer su expansión, lo cual llevó a rebeliones y guerras que se prolongaron hasta fines del siglo XIX entre blancos e indígenas.
La aparición de los grandes medios de transporte del siglo, el barco a vapor y el ferrocarril, terminaron de vertebrar el territorio y favorecieron la migración y el desarrollo de regiones enteras. La unión se agrandaba con nuevos estados, pero las diferencias entre norte y sur no tardaron en explotar para la década de 1860, cuando los sureños vieron su modo de vida amenazado por el crecimiento económico y demográfico del norte.
Los estadunidenses siguieron con denodado interés su avance al oeste y tras someter a muchos indígenas, debieron soportar conflictos diplomáticos con la colonia inglesa de Canadá y mantuvieron una guerra con México por el control de California y Texas -donde muchos estadounidenses habían servido como mercenarios y mano de obra para los gobiernos mexicanos.
Recién en 1848, cuando aún no se acallaban los tambores de la guerra reciente con su vecino del sur, se halló oro en California, dando inicio a una fiebre colonizadora y a una carrera entre muchos pioneros que inundaron las praderas y valles del oeste.
Tras el paréntesis de la brutal Guerra de Secesión (1861-1865) y la reunificación nacional bajo la bandera del norte industrial, comenzó la era de oro del oeste estadounidense, cuyo dinamismo se complementaba con el centro financiero y político ubicado al noreste. Mientras, el sur pagaba el peaje de su derrota.
En esta era nacen nuevos pueblos y aparecen los románticos arquetipos que inmortalizaron al oeste en nuestra imaginación: los “cowboys” o vaqueros -peones encargados de la ganadería-, pioneros -agricultores o profesionales venidos del este o el sur-, soldados, indígenas, oficiales de la ley, comerciantes, periodistas, todos hicieron de esa frontera salvaje su hogar o campo de batalla.
El gobierno federal intentó imponer orden en una región dominada por bandoleros, donde proliferaba la violencia y la anarquía en muchos pueblos y se volvían legendarias las hazañas de bandidos como Jesse James o Butch Cassidy, y oficiales de la ley como Wyatt Earp, encargados de cazar a los primeros. Por no nombrar al aventurero Bill Cody, “Buffalo Bill”, cuyo espectáculo de feria recorrió el mundo difundiendo el estereotipo clásico que tenemos del oeste.
Hacia 1890, dominada la resistencia indígena y tendidas las principales líneas férreas, el gobierno estadounidense asentó su control en la región y el bandolerismo fue aplastado. La llegada de predicadores religiosos y educadores del este, junto con inmigrantes europeos, ayudó a templar y moderar las pasiones entre el pueblo de la región, mientras los estados endurecían sus leyes.
La civilización triunfó y el “salvaje oeste” terminó siendo domado, pero su leyenda comenzó a levantar vuelo de la mano de sus prodigiosos hijos: esos que pasaron a simbolizar muchos valores estadounidenses y serán fuente de inspiración para las generaciones futuras, cruzando las fronteras del tiempo y del espacio. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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