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29 de enero de 2017 | Cultura

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La soberana Orden Teutónica: relámpago de fe y acero que sacudió el Báltico

La Orden de los Caballeros Teutónicos, mejor conocida como la Orden Teutónica, fue sin duda una de las grandes protagonistas del último período de la Edad Media. Nacida como una orden religiosa encargada de servir a los peregrinos y caballeros de Tierra Santa durante las cruzadas...

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por:
Sabino Mostaccio

La Orden de los Caballeros Teutónicos, mejor conocida como la Orden Teutónica, fue sin duda una de las grandes protagonistas del último período de la Edad Media. Nacida como una orden religiosa encargada de servir a los peregrinos y caballeros de Tierra Santa durante las cruzadas, acabó fundando un imperio en el norte de Europa que sería la base para un poderoso reino de la edad moderna, que a la vez será el motor de unión de muchos germanos bajo la bandera del águila en el siglo XIX, que alumbró uno de los más poderosos estados del mundo, Alemania.

En 1191, un grupo de mercaderes y monjes germanos fundaron una cofradía para asistir a sus compatriotas peregrinos y soldados que luchaban contra los ejércitos musulmanes en Palestina, pero hacia 1198 -gracias a las donaciones de muchos nobles y obispos europeos- la orden se había expandido y enriquecido, y decidió mutar hacia una orden de guerreros, colocándose bajo la protección del papa romano Inocencio III. Adoptaron la regla mendicante (hacían sus miembros los mismos votos que otros religiosos profesantes) y crearon un fuerte ejército privado, tomando como modelo a las otras órdenes existentes en la Tierra Santa en ese momento, los Templarios y los Hospitalarios. Establecieron su primera sede en San Juan de Acre y nombraron el primer gran maestre, Heinrich von Walpen.

Reconocidos y aceptados por el papado en 1210, y habiendo recibido el apoyo del Sacro Imperio Romano Germánico del cual provenían sus miembros, la orden pasó las próximas décadas probando su valía en las Tierras del Oriente siendo temida por sus enemigos musulmanes y ganándose el recelo de las demás órdenes por el expansivo crecimiento de su poder, que llegó a un punto culmine con el cuarto gran maestre, Herman von Salsa (1209-1239). Feroz guerrero, piadoso devoto y ambicioso estadista, el maestre no se conformó con ser una mera agencia de seguridad y buscó establecer su propio reino teocrático, donde los caballeros impusieran una nueva ley que sería modelo para la cristiandad, que ellos veían sumirse en una crisis moral cada vez más profunda.

La Orden hace su aparición en Europa llamada por el rey Andrés II de Hungría en 1211 para combatir a la tribu de los cumanos, pueblo pagano que habitaba la cuenca del Danubio en la actual Rumania y que, aliado a los búlgaros y bizantinos ortodoxos, hostigaban la provincia húngara de Transilvania. El rey les dio amplia autoridad a los caballeros que barrieron a los paganos en una década y levantaron ciudades, fortificaciones, obras de riego, iglesias, entre otras, además de repoblar la región con colonos de origen germano. Pero la concordia con sus patrones húngaros se rompió en 1225, cuando la Orden se intenta independizar del dominio magiar. El ofuscado rey apeló al Papa, que se puso de su parte y ordenó a la orden abandonar Hungría y entregar sus posesiones a la corona.

Decepcionado, Von Salsa y sus caballeros acataron, pero una oportunidad de oro se les presento cuando el emperador germano Federico II (1218- 1250), que había trabado amistad con los caballeros, le concede tierras y títulos al este de la actual Alemania, en el valle del río Elba, y les encomendó defender las fronteras del reino de las incursiones de los paganos prusianos y lituanos que vivían sobre le Báltico. Pronto, los nobles polacos, sabedores de la fama de la orden, llamaron a los caballeros para defender también sus fronteras y obtuvieron del papa Gregorio IX en 1240 una bula que autorizaba a los cristianos de Europa central y del norte a emprender una cruzada contra los paganos de la región.

Los caballeros aceptaron entusiastas y trabaron alianza con los reinos de Dinamarca y Suecia, ansiosos por expandirse también en la región y que a la vez desconfiaban de los polacos y del pueblo ruso ortodoxo de Nóvgorod.

La Cruzada báltica resultó todo un éxito y en 10 años los ejércitos de la Cristiandad imponen su poder sobre la cuenca del Báltico. Pero solo para chocar con la ambición del príncipe Alexander Nevski de Nóvgorod, que se siente agredido por el expansionismo mordico y teutón en la región, que amenaza las rutas comerciales de su pueblo. A la vez que los lituanos se levantan contra los germanos recién llegados, de la mano de su gran duque Mindaugas. La Orden Teutónica recoge el guante y enfrenta al príncipe ruso en una batalla campal sobre el helado Lago Peipus en 1240, que se salda con una trabajosa victoria de los rusos. Habiendo fracasado en tal empeño, la orden se retira de vuelta a sus bases en Prusia y decide poner la vista en sus vecinos paganos lituanos y livonios.

En las próximas décadas, la Orden levanta una red de castillos y fortificaciones en las fronteras de sus dominios y funda ciudades, escuelas y universidades para civilizar y evangelizar a los nativos sometidos.

Mientras prosigue la guerra contra Lituania a lo largo de los siglos XIII y XIV, la Orden Teutónica, que ya ha trasladado su centro neurálgico al norte de Europa, experimenta un gran desarrollo comercial en sus dominios, y la pacificación de Finlandia llevada adelante por los suecos hacia 1280, permite que florezcan muchas rutas comerciales y puertos regenteados por los caballeros y sus súbditos, al estar ya la cuenca báltica en manos cristianas. La Orden se vuelve cada vez más rica y poderosa, y desata los recelos y temores de sus vecinos cristianos inclusos, en especial de Polonia y Dinamarca, que temen que los caballeros vayan por ellos una vez acabada de conquistar Lituania.

Pero el siglo XIV, no termina con buenos presagios para la Orden. La peste negra (1348-1350) había castigado duramente a los aliados reinos alemanes (no así a los dominios teutónicos) y había provocado una gran migración al este de muchos alemanes que la Orden no pudo absorber, creando tensiones sociales en Prusia. A la vez que los príncipes polacos dejaban atrás su enemistas y finalmente se unificaron en 1386 bajo un nuevo y ambicioso rey, nada más ni nada menos que el soberano lituano Jagellon, recién converso al catolicismo, lo cual le restaba legitimidad al expansionismo militar de la orden (no estaban bien vistas las guerras entre reinos cristianos).

Y como remate, la unificación de Escandinavia en un solo reino, bajo el cetro de la reina Margarita de Dinamarca y su esposo Erik de Pomerania en 1397 (Unión de Kalmar), estrechaba el cerco sobre la Orden, que perdió la centralidad política en la región.

Así, tras décadas de tensiones, los polacos dan un ultimátum a la Orden para que desaloje tierras que el reino de Polonia-Lituania decía suyas, pero el gran maestre Ulrich von Jungingen se niega y desaíra a los polacos. El error le costó caro y en la batalla de Tannenberg, en 1410, el ejército de caballeros de la orden es aplastado por el rey Jagellon. Mueren el gran maestre y su plana mayor en combate y en 1411, finalmente con mediación papal se firma la paz, que fue bastante benigna para los caballeros. Pero a lo largo del siglo XV los problemas económicos aquejaran a la orden que, al bajar la cantidad de reclutas voluntarios debido a la pérdida de prestigio sufrida tras la última guerra, debió apelar a tropas mercenarias que cobraban caro.

Y, por si fuera poco, los prusianos y livonios se rebelaron contra los caballeros alemanes en 1456, en una guerra civil que duró 15 años y devastó la región. La revuelta se sofoca, pero la arruinada orden debe reconocer el autogobierno de las ciudades y de la nobleza de la región, y su poder pasar a ser nominal. El cargo de gran maestre va a ser ocupado solo por nobles alemanes en las décadas que vendrán, siendo Albrecht von Hohenzollern-Sigmaringen, señor de Brandemburgo, el ultimo maestre de la rama prusiana. En 1525, abraza la fe luterana y seculariza la orden, anexándose sus tierras y dominios en Prusia y Pomerania. Nace el ducado de Prusia, que estará llamado a ser la semilla de la nación alemana en el siglo XIX.

La Orden llega a su ocaso, pero su leyenda pasará a integrar el mítico folclore del nacionalismo teutón de los próximos siglos y será una útil herramienta de propaganda para la Casa de Hohenzollern y sus sueños militaristas. El furor teutónico de los monjes guerreros se dejará sentir hasta bien entrado el siglo XX, aunque maquillado y mutilado por el salvajismo nazi. Pero en los espesos bosques de Europa regados con la sangre de razas y pueblos enteros, las espadas de los caballeros aún resuenan en el viento y sus ecos. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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