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19 de febrero de 2017 | Cultura

Documento histórico REALPOLITIK

Francisco José, el último grande de la casa Austria

El emperador Francisco José de Habsburgo (1830-1916), presidió la época final del secular reino de Austria. Figura controvertida en la historia europea, y tildado de anacrónico por sus adversarios, no obstante encabezó el ingreso a la modernidad de su reino. Su perseverancia le permitió mantenerlo unido por casi 70 años, hasta la primera guerra mundial, cuando arrastró a su reino a un infierno.

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por:
Sabino Mostaccio

El emperador Francisco José de Habsburgo (1830-1916), presidió la época final del secular reino de Austria. Figura controvertida en la historia europea, y tildado de anacrónico por sus adversarios, no obstante encabezó el ingreso a la modernidad de su reino. Su perseverancia y tesón permitieron mantenerlo unido y sólido por casi 70 años, hasta la primera guerra mundial, cuando arrastró a su reino a un infierno.

Nacido en 1830, no estaba destinado a ser el heredero al trono imperial, y vivió una juventud tranquila en una época tumultuosa para Europa, donde las fuerzas del liberalismo y el nacionalismo golpeaban sobre los viejos imperios y reinos de Europa. La Revolución Francesa había demolido el viejo orden monárquico y pese a los intentos restauradores del Congreso de Viena, la marcha de la historia no se podía detener en seco.

En 1848, el Imperio Austríaco fue golpeado por una oleada de revoluciones inclementes, tanto de parte de los liberales austriacos como de los nacionalistas eslavos. Un imperio multicultural, vasto y rico -aunque sumido en una profunda crisis económica para la época- que parecía ingobernable.

Sobre todo en épocas de tanta tensión, con la llama revolucionaria prendida en París por la caída del rey Luis Felipe de Orleans, que se extendía por Europa. El emperador austriaco Fernando II (1835-1848), demostró no estar a la altura y fue un monarca bastante débil. Incapaz de someter a los revolucionarios, intentó negociar con ellos ofrendando la cabeza de su ministro Metternich y prometiendo autonomía a los pueblos eslavos.

Pero presionado por la nobleza germana de Austria y por el ejército, debió pedir ayuda a su odiado rival en los Balcanes, el zar Nicolás I de Rusia, quien envió tropas para sofocar las revueltas que sacudían el imperio en 1849. Con su prestigio hundido por la humillación de tener que recurrir a tropas extranjeras para establecer el orden en su reino, Fernando abdicó el trono en su sobrino Francisco José, quien se hallaba de repente frente a un gran imperio muy desorganizado con años de mal gobierno.

De tendencia absolutista al principio, el nuevo emperador fue virando hacia posturas más liberales debido a los desastres militares que sacudieron el imperio en la década de 1860 y ante la agresiva expansión en Alemania de su rival protestante, el reino de Prusia. Tras sofocar una rebelión en Hungría y hacer las paces con Prusia, el emperador moderó su política exterior e interior. Se promulgó una constitución liberal en 1867 y se concedió autonomía a Hungría, pasando el emperador a ser rey de la nueva monarquía dual.

Se respetaron las libertades civiles y políticas, y esto produjo el nacimiento de numerosos partidos políticos que dieron vida al nuevo parlamento imperial. Empezó la industrialización de muchas regiones del imperio, como Austria y la provincia checa de Bohemia, y se realizó una limitada reforma agraria.

Se modernizó el ejército y la armada, se atrajeron capitales extranjeros y se expandió la enseñanza pública. Las minorías gozaron de determinadas libertades y respeto a su cultura, pero esto no satisfizo a los nacionalistas de raza eslava, ni tampoco a los grupos socialistas y los sindicatos, que clamaban contra la desigualdad social que generaba la nueva economía capitalista.

Pero una serie de desgracias familiares hicieron que el emperador Francisco José se aislara cada vez más de sus súbditos y entregara el gobierno a los sectores más conservadores: primero, su hermano Maximiliano, que intento reinar en México desde 1862, fue vencido por los patriotas mexicanos liberales y condenado a muerte en 1867; quince años más tarde Rodolfo, hijo mayor del emperador, apareció muerto junto a su amante, una mujer de familia noble empobrecida con la que pretendía casarse contra los deseos de su padre.

La causa cerró como suicidio. En 1898, la emperatriz Isabel de Baviera murió asesinada por un anarquista italiano, sumiendo en la depresión al emperador. Habiendo adoptado una política exterior neutralista pero cercana a Alemania, con quien tenía una alianza desde 1882, el imperio procuró expandirse por los Balcanes a costa del decadente imperio otomano.

El Congreso de Berlín de 1878 entregó la provincia de Bosnia al imperio, poblada en su mayoría por musulmanes y serbios ortodoxos que nada querían saber de ser mandados por un rey católico. Para colmo, los aristócratas húngaros conservadores ocupaban la mayoría de los puestos de gobierno del imperio hacia 1910 y tendían a menospreciar a las demás minorías, en especial, los eslavos e italianos, por lo cual crecía el nacionalismo y los pedidos de abdicación del emperador.

Para 1914, quedaban en la línea de sucesión dos sobrinos del emperador, Francisco Fernando y Carlos, de tendencia liberal y mal vistos por la aristocracia. El primero estaba bien posicionado para ser el heredero, y deseaba liberalizar el reino y romper la alianza con Alemania, debido a que no le gustaba la amistad de este país con los turcos otomanos.

El 28 de julio de 1914, durante una visita con su esposa a Sarajevo, Bosnia, un nacionalista pro serbio asesinó al archiduque Francisco Fernando, conmocionando al imperio y a Europa. La paciencia del emperador hacia los nacionalistas eslavos se agotó y se decidió tomar represalias contra Serbia, país acusado de instigar el magnicidio; aunque esto implicara la intervención rusa en el conflicto. Alemania apoyó la actitud de los Habsburgo y empezó la reacción en cadena de alianzas que desencadenaron en la Primera Guerra Mundial.

Dos años más vivirá el emperador, viendo a lo mejor de la juventud de su imperio morir masacrada en las trincheras y soportando una última traición, la del Reino de Italia, que en 1915 rompió su alianza con Austria-Hungría y se pasó al bando de la Entente.

En su lecho de muerte, en 1916, encomendó a su sucesor Carlos II que ponga fin de manera honorable a la guerra y pare la sangría del imperio. Él imperio moriría en noviembre de 1918 con la abdicación de Carlos, y durante décadas la memoria de Francisco José fue ajada y depreciada. Recién en los años 50 comienza, junto al proceso de unidad europea, una revalorización del legado y de la figura del último emperador del otrora imperio “sin puesta del sol”. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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