
Cultura
Hacia 1648, el pueblo holandés, una vez asegurada su independencia del Imperio Español con los tratados de Westfalia, empezó su propia expansión colonial. Desde principios del siglo XVII los navegantes holandeses se habían sentido atraídos por la región sur de África, en derredor del Cabo de Buena Esperanza descubierto por los portugueses en 1497.
Hacia 1648, el pueblo holandés, una vez asegurada su independencia del Imperio Español con los tratados de Westfalia, empezó su propia expansión colonial. Desde principios del siglo XVII los navegantes holandeses se habían sentido atraídos por la región sur de África, en derredor del Cabo de Buena Esperanza descubierto por los portugueses en 1497. Rumores de grandes riquezas y el deseo de descomprimir la sobrepoblación de su tierra impulsaron a la gobernante Casa de Orange-Nassau, a promover la colonización de esas tierras. La iniciativa se confió a compañías privadas de banqueros, ante la insuficiencia de capital del gobierno central, agotado por décadas de guerra contra los españoles.
En 1651, la poderosa compañía holandesa de las Indias Orientales funda un emplazamiento en el Cabo de Buena Esperanza, lo que provocó conflictos con los portugueses asentados más al norte, en la actual Angola. El conflicto se apaciguó cuando el príncipe holandés Guillermo de Nassau fue coronado rey de Inglaterra en 1690, ya que, al ser Inglaterra tradicional aliado de Portugal, este último país reconoció los derechos holandeses en el Cabo de Buena Esperanza.
El asentamiento creció con la llegada de colonos holandés y flamencos de religión protestante durante el siglo XVII y a partir de 1685 llega una corriente de inmigrantes protestantes de Francia (Hugonotes), luego de que el rey Luis XIV proscribiera la práctica del protestantismo en su reino y persiguiera a la minoría hugonote. Estos nuevos colonos eran laboriosos e instruidos y ayudaron a fomentar la grandeza de la colonia. Durante el siglo XVIII el dominio holandés se extendió tierra adentro y chocó con las tribus nativas, algunas de las cuales pactaron con los europeos, pero los zulúes, la más poderosa, trajeron quebrantos a los colonos por su resistencia, aunque para 1795 la colonia ya había alcanzado por el norte la frontera de la actual República Sudafricana.
Los colonos se habían apegado mucho a su herencia de origen y optaron por una versión rígida del protestantismo calvinista, la defensa a ultranza del idioma neerlandés y el sistema legal de origen románico, pero los hechos de Europa a partir de la revolución francesa, causaron alarma en la colonia, sobre todo cuando Francia se anexa Holanda como estado satélite en 1796. Los revolucionarios eran detestados en la colonia que defendía la causa de la dinastía Orange, y cuando Luis Bonaparte, hermano de Napoleón, fue propuesto rey de Holanda en 1805, los colonos conocidos como “Boers”, llamaron a los británicos en su auxilio, desconociendo la autoridad de la familia Bonaparte. El almirante ingles Home Popham y el general William Beresford tomaron la ciudad de El Cabo sin hallar resistencia en 1806, y hasta recibidos como libertadores por los colonos.
Pero el romance duró poco y cuando el parlamento británico intentó imponer nuevos impuestos y promover la entrega de tierras a colonos anglosajones, además de excluir de la milicia y la administración a los Boers nativos, se desataron airadas protestas entre los viejos colonos. En 1822 se creó la colonia inglesa de Natal vecina de El Cabo y poblada por ingleses y escoceses, y tras la emancipación de los católicos en el imperio británico, y la llegada de irlandeses de esa religión, resistida por los Boers protestantes, la mayoría de los colonos neerlandeses, se rebelaron contra los nuevos amos y abandonaron en masa las áreas costeras para fundar una nueva patria independientes en el interior africano. Así en 1834 miles de colonos emprendieron el llamado “gran viaje” y fundaron tres repúblicas: Natal, Orange y Transvaal.
Allí los Boers preservaron su modo de vida y prosperaron merced a los enormes yacimientos mineros descubiertos, estableciendo un lucrativo comercio con Europa y la colonia inglesa de India. El gobierno británico no se molestó por la marcha de los Boers y para cubrir la mano de obra faltante impulsó la llegada de colonos indios y empleó a tribus africanas aliadas. Pero hacia 1877, la política británica se hizo más agresiva e imperialista de la mano de la reina Victoria I y su ministro Benjamín Disraeli, y los codiciados yacimientos mineros en tierra bóer despertaron la avaricia de los banqueros ingleses.
Un aventurero inglés, Cecil Rhodes, que emprendió la conquista de la región de Zimbabue hacia 1880, instigó al gobierno de su majestad a declarar la guerra a los Boers y tomar sus tierras, creyendo que las tropas coloniales bastarían para vencer a un ejército de campesinos y milicianos sin experiencia. Para sorpresa de mundo y del imperio, los Boers resistieron y humillaron a los británicos, que, en 1882, debieron pactar una tregua y reconocer la autonomía bóer. Pero los Boers sabían que era cuestión de tiempo la revancha británica y al mando del general Wilhelm Pretorius, se prepararon para una nueva guerra.
La presión inglesa fue aumentando con la sumisión de las tribus africanas y la anexión de la República Bóer de Natal en 1883, y a fines del siglo XIX, la situación se volvió difícil por el intento británico de unir sus dominios africanos de norte a sur. Las repúblicas bóeres eran un obstáculo serio y el gobierno británico se propuso removerlas. En 1899 estalla la segunda guerra anglo-Boer, caracterizada por su brutalidad y salvajismo, donde los Boers quisieron contrarrestar el apabullante dominio militar inglés con tácticas de guerrilla que dañaron a las tropas imperiales, pero no evitaron que el general inglés Horatio Kitchener los sometiera en 1902, tras la paz de Veerening.
El dominio anglo en Sudáfrica se consolida y la colonia queda en manos de la corona hasta 1910, cuando el parlamento británico otorga cierta autonomía a la región y se convocan elecciones a un nuevo parlamento sudafricano. Ante la división de los colonos anglos en varios partidos, los Boers actuarán más unidos y volverán a la palestra al quedarse con la mayoría parlamentaria de la mano del general Jan Chistian Smuts y de Louis Botha, ambos héroes de la guerra anglo-Bóer. Pese a un conato de rebelión en 1914, los Boers se mantendrán fieles al imperio británico en ambas guerras mundiales y se reinventan a sí mismo explotando las instituciones británicas de gobierno colonial en su beneficio.
En 1948, el gobierno sudafricano dominado por los Boers blancos excluye a las minorías raciales de los derechos políticos y civiles pese a la fútil resistencia de los anglosajones, y permanecerá como la clase dirigente del país hasta 1994. Desde ese año, los antiguos Boers, ahora llamados Afrikáners desde 1910, debieron afrontar el reto de reconciliarse con sus hermanos de raza anglos y con la población negra, tratando de sepultar los antiguos odios seculares. Nelson Mandela, primer presidente negro, hizo lo posible por reconocer la contribución de los antiguos colonos holandés a la formación de la patria como forma de olvidar los agravios y sellar la unión nacional. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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