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La Revolución de Mayo de 1810 es un acontecimiento clave en la historia argentina, el hito fundacional de nuestra autodeterminación. Durante dos siglos hemos celebrado el acontecimiento y rendido sentido homenaje a los hombres que protagonizaron aquellas épicas jornadas de Mayo de 1810, pero es poco lo que conocemos en profundidad sobre sus planes, deseos y esperanzas.
La Revolución de Mayo de 1810 es un acontecimiento clave en la historia argentina, el hito fundacional de nuestra autodeterminación. Durante dos siglos hemos celebrado el acontecimiento y rendido sentido homenaje a los hombres que protagonizaron aquellas épicas jornadas de Mayo de 1810, pero es poco lo que conocemos en profundidad sobre los planes, deseos y esperanzas de aquellas ilustres personalidades que fueron participes del hecho fundacional.
La tarea ardua de reconstruir los hechos ha caído en manos de generaciones de historiadores y políticos que han conjeturado y debatido acerca de tales cuestiones, y cada uno ha revisado aquellos días desde un prisma distinto. Empecemos por la historiografía liberal tradicional, originada en la pluma de Bartolomé Mitre, pero cuyas directrices ya fueran adelantadas por Domingo Faustino Sarmiento en su “Facundo”. Mitre, considerado “padre” de la historiografía argentina, expone el hecho desde una mirada bien porteña y una óptica liberal, tal era la ideología que el profesaba.
El relato de los hechos de Mayo corre de la mano del primer gran prócer de la patria, elevado a la categoría de tal, Manuel Belgrano, quien como miembro de la Primera Junta de Gobierno destacará con brillo antes, durante y después de las jornadas de Mayo. Mitre, en su obra fundacional “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina”, traza una línea de continuidad entre mayo de 1810 y la emancipación conseguida en julio de 1810, basándose en que había un proyecto de afirmación nacional que venía incubándose entre la elite liberal porteña desde principios del siglo XIX, y que Buenos Aires había tomado la decisión correcta al desafiar la autoridad hispana.
Para Mitre, Belgrano era un arquetipo de los valores porteños y argentinos, un modelo de virtud que era más que digno de imitar por las nuevas generaciones 8 como lo es también su contemporáneo José de San Martin.
Vicente Fidel López, el otro gran numen de la historiografía liberal, adhiere a las tesis mitrista, pero sabe rescatar también el protagonismo del bajo pueblo de Buenos Aires y del interior, desdeñado especialmente por Mitre. Ya Sarmiento en su “Facundo” -y sin hacer un trabajo historiográfico serio- había enzarzado a la Revolución de Mayo, proyecto de país para el inconcluso que continuaba en su época en la lucha sostenida por la “ilustrada generación de 1837”, heredera de esos principios, contra el tiránico poder de Juan Manuel de Rosas, heredero del coloniaje hispánico.
La historiografía revisionista empezó a socavar esta interpretación tradicional ya desde fines del siglo XIX, y sacudiendo el polvo de la historia, se puso en relieve el papel del interior en la Revolución de Mayo. Y en línea con la tradición católica dominante en esa corriente, el papel del bajo clero durante la Revolución (muchos ilustrados miembros del clero criollo participaron en algunos gobiernos patrios, entre ellos el padre Manuel Alberti, en la Primera Junta).
No obstante hubo a la vez intentos de explicar el papel de Inglaterra y otras potencias extranjeras en estos hechos, a la luz de la corriente anti imperialista que empezó a tallar en la Argentina de los años 20 y 30, y que cubrió todo el arco ideológico, desde los hermanos Irazusta hasta Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche. Pero también, nexos con la historiografía liberal, en el papel asignado a Mariano Moreno como precursor de las ideas de libertad e independencia. Ambas corrientes coincidían allí.
A mediados del siglo XX, el fenómeno histórico de Mayo de 1810 fue revistado desde otros enfoques novedosos, tales como el papel de la economía, con las disputas entre peninsulares y criollos -ya Mariano Moreno en 1809 había cuestionado el monopolio español del comercio como nocivo para los intereses del Rio de la Plata- y de la influencia que los hechos europeos de la época -invasión Napoleónica a España en 1808- pudieron haber tenido.
También, comenzó a matizarse la idea de que la Revolución de Mayo fue el puntapié inicial de nuestra independencia, puesto que, esto es innegable, había en el seno del movimiento distintas posturas y tendencias, algunas más moderadas, otras más radicales. Y de hecho la Primera Junta de Gobierno, en apariencia se legitimaba como guardiana de la soberanía del rey español cautivo de los franceses, Fernando VII de Borbón.
Al día de hoy, la controversia acerca de cuánto pesó la Revolución de Mayo -especialmente se discute que tan revolucionario fue el movimiento de 1810-, esta lejos de ser saldada. Lo que sí es cierto, es que la misma ha cautivado y cautica a generaciones de argentinos, que aún se preguntan qué rumbo ha de tomar el país. La generación de la Independencia se enfrentó a dilemas fuertes y logró dejar su marca en la historia, y con justa razón. Que su ejemplo, con luces y sombras, inspire a tantos argentinos y argentinas valientes deseosos de un rumbo en tiempos difíciles. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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