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26 de julio de 2017 | Opinión

Columna REALPOLITIK

Argentina, cuesta abajo

Por Sebastián Álvarez Hayes y Sebastián Nader. El tango “Cuesta Abajo” de Gardel y Le Pera escrito en 1934 decía: “Arrastré por este mundo, la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. El mundo de esa época era muy diferente al de hoy, la crisis de 1929 había destruido el comercio mundial que tardó ocho años en recuperar los niveles previos a la crisis...

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por:
Sebastián Álvarez Hayes y Sebastián Nader

El tango “Cuesta Abajo” de Gardel y Le Pera escrito en 1934 decía: “Arrastré por este mundo, la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. El mundo de esa época era muy diferente al de hoy, la crisis de 1929 había destruido el comercio mundial que tardó ocho años en recuperar los niveles previos a la crisis. En esa época no se hablaba de globalización, al menos no de la globalización entendida como un proceso integración de los países y los pueblos del mundo, producida por la enorme reducción de los costes de transporte y comunicación y el  desmantelamiento de las barreras a los flujos de bienes, servicios, capitales, conocimientos y -en mucho menor  grado- personas a través de las fronteras.

Es frecuente escuchar a representantes del gobierno de Argentina hablar de la inserción en el mundo, de pensar al país dentro de la globalización. Claro que este “retorno” al mundo tiene para el presidente Macri una acepción específica.

Para comprender esta visión es conveniente recurrir a los aportes de Garrett a la economía política internacional en su artículo “El punto medio faltante en la globalización” de 2005. Según el autor, en el mundo existen tres tipos de países: los países productores de tecnología (Alemania, Estados Unidos), los países de bajos salarios (China, India) y los países de renta media (Argentina, Brasil) y que cuentan con vastos recursos naturales. La dinámica global entre estos países es sencilla, los países productores de tecnología introducen nuevos bienes al mercado que son fabricados en gran escala por los países de bajos salarios para ser consumidos en todo el mundo. Esto logró reducir la brecha entre los países de bajos ingresos (y bajos salarios) frente a los países de altos ingresos (productores de tecnología). La simbiosis parece positiva, los países de altos ingresos pueden comprar bienes a menor costo y los países de bajos de ingresos generan empleo y aumentan sus exportaciones.

Sin embargo, este proceso margina a los países de renta media, quienes resultan perdedores de tal intercambio. Este es el caso de Argentina, Brasil y Ecuador, entre otros. Estos países están a mitad de camino entre los productores de tecnología y los países de bajos salarios, producen tecnología aunque no de punta y tienen salarios bajos pero no tanto como China o India. Por esta razón no entran en el podio de los ganadores de la globalización y como consecuencia no pueden alcanzar el nivel de vida de los países de altos ingresos.

Puesto en números, en 1980 (fin de la pre globalización) la diferencia de ingresos per cápita entre países de altos ingresos respecto a países de ingresos medios y la de ingresos medios respecto países de bajos ingresos era aproximadamente de 1.000 por ciento. Para el año 2000, luego de 20 años de funcionamiento de la dinámica planteada por Garrett, la renta de los países de altos ingresos creció en 50 por ciento, la de bajos ingresos 160 y la de ingresos medios 20 por ciento, es decir que los países de bajos salarios acortaron la brecha 110 y los países de renta media la aumentaron en 30 por ciento.

Ante esta situación surge un amplio debate respecto a cómo los países de renta media pueden revertir la situación. Los caminos posibles son dos: 1) fortalecer el talento humano, la investigación y el desarrollo para convertirse en países productores de tecnología o 2) flexibilizar el mercado laboral para convertirse en países de bajos salarios.

Durante la denominada “década progresista” de América Latina varios países como Argentina, Brasil y Ecuador optaron por la primera opción: mejorar la producción de tecnología y preservar el mercado laboral. Algunos casos emblemáticos son la producción aeronáutica en Brasil con la empresa pública Embraer; la creación de la ciudad del conocimiento Yachay en Ecuador por parte del Estado; la producción de satélites en Argentina por medio de la empresa pública Arsat.

Terminada la década progresista la situación es la siguiente: Ecuador continúa -por ahora- con una política de fortalecimiento del talento humano y preservación del mercado laboral, Embraer sigue creciendo en Brasil aunque plantea basar su desarrollo en la flexibilización laboral y Argentina -según las últimas noticias- opta por el camino más extremo vendiendo Arsat y proyectando reducción de salarios y derechos laborales vía flexibilización laboral.

Estos hechos implican que la visión de Mauricio Macri respecto a la “Argentina en el mundo”  es la de convertirse en un país de bajos salarios. El mundo al cual se refiere Macri es un mundo globalizado como lo entiende Garrett. Los países de renta media como Argentina tienen dos caminos para no convertirse en víctimas la globalización: se convierten en productores de tecnología o en países de bajos salarios. La Argentina que encontró Macri iba por el primer camino, los proyectos como Arsat eran un orgullo para el país y un ejemplo a seguir para la región. La Argentina que plantea Macri es la de bajos salarios, convertir Argentina en India, la apertura o inserción al mundo -como le gusta decir al presidente- con la vergüenza de haber sido un país en la senda del desarrollo tecnológico y el dolor de ya no ser. Dolor y vergüenza para su pueblo, alegría para las élites.


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