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7 de enero de 2018 | Política de medios

Informe REALPOLITIK

“Un macrista entra a un bar…” y otras historias del Estado que ya no socializa con los pobres

La publicación duró sólo 42 minutos online, y para las 7 de la mañana la habían eliminado, pero bastó para que alguien pueda capturar la imagen con su celular. La frase rezaba: “Los subsidios y los planes sociales son las herramientas peronistas para seducir a las masas, que son estúpidas, para que los sigan votando"

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por:
Santiago Albizzatti

Habían transcurrido apenas unas pocas horas del cambio de gobierno, en diciembre de 2015, cuando alguien encendió la mecha de un rumor que probaría ser cierto: Las nuevas autoridades habían llegado para cambiar los usos y costumbres peronistas. Basta de un Estado repleto de distorsiones económicas y financieras, basta de planes sociales y subsidios indiscriminados, poco planeados y desprolijos. Basta de punteros manejando el dinero del país a sus antojos y de ejércitos completos de ñoquis tomando de la teta del Estado sin dar nada a cambio. Incluso, en la madrugada del martes 15 de diciembre, un ministro bonaerense deslizó una frase en su muro de Facebook que representaba en pocas palabras el summun del pensamiento macrista. La publicación duró sólo 42 minutos online, y para las 7 de la mañana la habían eliminado, pero bastó para que alguien pueda capturar la imagen con su celular. La frase rezaba: “Los subsidios y los planes sociales son las herramientas peronistas para seducir a las masas, que son estúpidas, para que los sigan votando. Un país serio debe hacerse de una estructura seria y eficiente, aunque las masas salgan lastimadas”.

Durante los primeros doce meses de gobierno, el Máster Plan trajo aparejadas algunas situaciones tragicómicas, como observar funcionarios ridículamente jóvenes, con títulos en prestigiosas universidades norteamericanas y francesas, con maestrías, especializaciones y doctorados, que de un día para el otro ocupaban puestos claves en ministerios y secretarías provinciales con la furia y la determinación del ejército alemán invadiendo Polonia pero que, como no confiaban en nadie, no firmaban ningún expediente y dicho ministerio o secretaría quedaba, para asombro de propios y extraños, completamente paralizado. “Ahí está el nuevo ministro. Tiene 27 años y dos doctorados en Standford. Maneja un Lamborghini y vive en un country en Tortuguitas. Lo trae un chofer húngaro todas las mañanas y en el camino se comunica con su IPhone con un pariente en New York, que le comenta secretos sobre la administración de Donald Trump.” “¿Y cómo le está yendo en el ministerio?” “No hace nada, porque no confía en las personas que confeccionaron los expedientes”. Insólito.

Cuando un empresario privado abandona su moderna oficina en Pilar o Puerto Madero para asumir en un ministerio bonaerense que, con toda seguridad, se encuentra en estado de semi abanono, con capas sobre capas de pinturas de cal al agua y sillas viejas y ajadas, trae consigo su impronta y busca adecuar su nueva vida a sus viejos estándares. Así, el Estado provincial cayó en nuevas contradicciones. Mientras viraba legítimamente en la lucha contra la corrupción y se endeudaba en más de 18 mil millones de dólares en lo que se estableció como el récord histórico absoluto, un ministro bonaerense llevaba adelante una licitación para gastar 1.5 millones en lo que denominó “coffee and cakes”, otro pedía cambiar toda la flota de autos de los funcionarios porque eran modelo 2012, y el directorio de OCEBA tomaba 343 mil pesos de la caja del organismo para comprar café. Todo esto aderezado con las histriónicas anécdotas que siempre procura el choque entre el mundo privado y el estatal, como cuando el cocinero y jugador de handball súbitamente devenido en intendente de Quilmes, Martiniano Molina, dijo que iba a “reparar” el Pozo de Quilmes, el histórico centro clandestino de detención, con un trabajo de bacheo, o cuando al mismo mandamás se le olvidó reemplazar a Olga Naranjo, la contadora del municipio, y paralizó los expedientes durante algo menos de un mes. “Martiniano, la contadora”, le llamó la atención su asesor en una reunión de gabinete. “¿La qué?” “La contadora, nos quedamos sin contadora y no avanzan los expedientes”. Molina se frotó la frente y cerró los ojos sin poder creer lo que le estaba pasando. “Puta sal”, respondió, y salió de su despacho para atender un colectivo que se había quedado trabado debajo del puente que él mismo había inaugurado un mes atrás.

Sobre el final del 2017, con el triunfo en las elecciones de medio término legitimando el camino, Cambiemos se animó a medidas más drásticas y polémicas. Sólo en la provincia de Buenos Aires, el Estado se depuró de más de mil empleados entre todas las dependencias, y María Eugenia Vidal habría prometido una secuela mucho más sangrienta para este año. Que una estructura estatal que históricamente alojó a cuatro personas para poner un sello y a veintidós para preparar un mate, decida ser un poco más eficiente no tiene nada de malo. Lo preocupante, además del destino de los despedidos, es la situación en la que dejaron a los que se quedaron. Tomando como ejemplo la situación de los trabajadores que lograron aferrarse a su trabajo en la Unidad Ejecutora Provincial de Buenos Aires, la propuesta del gobierno fue absolutamente insólita. “Te dejamos seguir trabajando, pero con un contrato que dura doce meses, que está atado a la Ley de Emergencia Económica que vence en mayo, o sea que capaz que en vez de ser doce meses son sólo 5. Además, no vas a tener aumento, ni aguinaldo, ni obra social, y si querés vacaciones andá a ver si te las da tu nuevo jefe”. Es el Estado, que debiera dar el ejemplo, ofreciendo trabajo precarizado a su propia sociedad.

Cuenta la historia que en la conferencia de prensa brindada por Nelson Mandela en el día de su histórica asunción a la presidencia de Sudáfrica, un periodista le preguntó qué se sentía ser presidente de un país que, tan solo unos años atrás, no le permitía caminar por la calle o sentarse en un banco por ser negro. El presidente, con su habitual sentido del humor, le contestó “Eso es lo bueno de llegar a ser presidente y tener tu cara en las monedas. Es cuando te das cuenta que lo lograste. Ahora ya no tengo que socializar con la gente pobre”. Todos rieron, pero el periodista que había hecho la pregunta se tomó la respuesta en serio y escribió un artículo condenando las palabras del líder político. Pareciera que Mauricio Macri fue uno de los pocos que leyó su artículo. (www.REALPOLITIK.com.ar)


ETIQUETAS DE ESTA NOTA

Despidos, UEP, Marcos Peña

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