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El oficio del trapito ha ido mutando de significado desde sus inicios, mostrándose tan dinámico y cambiante como cualquier otro rol de la economía nacional. Cuando nació, en los aciagos años 2001-2002, era poco más que una estrategia improvisada y desesperada para salir del paso.
El oficio del trapito ha ido mutando de significado desde sus inicios, mostrándose tan dinámico y cambiante como cualquier otro rol de la economía nacional. Cuando nació, en los aciagos años 2001-2002, era poco más que una estrategia improvisada y desesperada para salir del paso, para llenar la olla en medio de un escenario de crisis apocalíptica. No ejercían la violencia ni robaban. Ofrecían un servicio que, si bien falto de regulación y carga impositiva, les ofrecía una posibilidad de ganar algo a cambio de una actividad que no era vista como ilícita.
Con el correr de los últimos 15 años se transformó en una verdadera industria, con múltiples categorías como cuidacoches, limpiavidrios, lava-autos, estacionadores y, en numerosas cuadras del casco céntrico platense, incluso un insólito servicio de valet parking.
En efecto, sobre la calle 46 entre 9 y 10, los propietarios de vehículos ni siquiera se molestan en buscar lugar para estacionar. Simplemente abandonan el auto en doble fila y le dan la llave al trapito, que a su vez acumula llaves de vehículos estacionados en doble fila hasta que divisa un lugar y los va estacionando en orden. En algunos momentos picos de la mañana, uno puede pasar por allí y ver una larga fila de autos en doble fila, esperando el servicio del trapito que maneja la calle 46 como si fuera suya.
El accionar de la industria es bien conocido: ofrecen cuidar, lavar, estacionar o mirar el vehículo estacionado a cambio de dinero. Los menos ambiciosos piden “a la gorra”, pero algunos tienen incluso tarifas fijas.
Para aquel justiciero que decida negarse a entregarles plata, nadie puede asegurarles la seguridad del vehículo. Puede ser que alguien, en algún momento de la mañana o de la tarde, raye la pintura, pinche una rueda o simplemente le arranque un espejo retrovisor. “Qué le va a hacer, don. Yo le dije que hay que pagar por la seguridad. Justo pasó un hombre malo y, por alguna razón inentendible, se la agarró con el único auto de la cuadra que se negó a pagar”.
Irónicamente, en la mayoría de las cuadras en las que más actividad tienen los trapitos, suele pasar un patrullero hasta 3 veces por hora. No obstante, por alguna razón inexplicable, no suelen detener a ninguno. En algunas calles incluso se crea el famoso “doble cobro”, en donde el conductor debe abonar, además del costo del trapito, el estacionamiento medido.
El procedimiento es, en sí mismo, bastante contradictorio, teniendo en cuenta que los dos objetivos del estacionamiento medido son reducir el tránsito vehicular y proveer seguridad al que lo paga. En la realidad, claro está, la medida sólo sirve como herramienta para que el Estado recaude un poco más y ya. De este modo, el automovilista paga ambas cosas. Al trapito para evitar que “el hombre malo” venga y lo raye, y a la comuna de puro gusto y de paso evitar una multa. Para el que vive lejos del centro y debe recurrir allí a trabajar todos los días, la aventura le vale hasta un tercio de salario.
El sketch del ordenamiento vehicular en la ciudad de La Plata da ciertamente para todo. No resulta inusual ver a agentes de tránsito multando a una persona por estacionar mal su vehículo mientras que en la misma cuadra un trapito está cobrando el “valet parking”. Ante el reclamo del usuario, la comuna suele recurrir a una estrategia tan utilizada que resulta poco menos que un cliché: Echarse la culpa unos a otros. De este modo, los agentes del municipio levantan las manos en el aire y señalan que no es tarea de ellos echar al trapito y llamar a la policía.
Cuando un vecino llama al 911, puede encontrarse con dos potenciales soluciones: que el policía se aproxime, arreste al trapito, lo lleve a la comisaría, le labre un papel que el trapito perderá seguramente en la primera esquina, y a los 40 minutos lo tenemos al microempresario del estacionamiento nuevamente recorriendo la calle con un trapo naranja en la mano. Caso contrario, el policía directamente se ahorra la molestia y le proporciona al denunciante el 0800 de Control Urbano.
Facultades, colegios, centros comerciales, la Plaza Moreno, el Palacio Municipal; todo aquel lugar en el que haya embotellamiento es presa fácil de la industria de los trapitos. Otro caso insólito: en la esquina de 12 y 50, junto a una de las torres administrativas, existe una verdadera Pyme de estacionamiento-lavado-cuidado de vehículos, junto enfrente de un enorme y moderno puesto de vigilancia policial, cuyos integrantes parecieran estar haciendo un posgrado en bizcochitos de grasa.
En las próximas semanas, acorde a la secretaría de Prensa del Concejo Deliberante de La Plata, se tratarán medidas concernientes a infracciones de tránsito y ordenamiento en general, que impactarían definitivamente en la industria de los trapitos. Conociendo la conexión que éstos suelen tener con los agentes uniformados e incluso las barras bravas, la sociedad aguarda con algo de escepticismo las próximas medidas. Solo el tiempo dirá si se respeta los derechos de aquel que compra un vehículo, paga los cargos e impuestos y se dirige a trabajar o a estudiar al centro, pretendiéndose mover con absoluta libertad en su propia ciudad o si, por el contrario, no cambiamos realmente nada. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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