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La denominada Peste Negra fue un brote de peste bubónica que arrasó a Europa en el siglo XIV. Su curva ascendente se extendió durante mucho tiempo, pero su punto más alto se registró entre 1347 y 1353.
La peste se produjo tras una etapa de paz y prosperidad europea, propiciada por la aplicación de nuevas técnicas agrarias, que hicieron crecer la población continental por encima de los 80 millones de personas. Sin embargo, en la etapa inmediatamente anterior a la pandemia, la expansión agraria se había detenido, ya que los nuevos métodos agrícolas habían alcanzado su límite, generando hambrunas y un excedente demográfico significativo.
Ante la falta de datos concretos, las estimaciones más conservadoras aseguran que 25 millones de europeos murieron en ese lapso a consecuencia de la peste, lo que significaba una tercera parte de la población del continente en ese momento. Otros duplican la cifra, asegurando que fueron al menos 50 millones, las dos terceras partes de los habitantes del continente.
La Peste Negra se extendió a Asia y África, trasmitida por viajeros europeos, provocando entre 40 y 60 millones de muertos. Por esta razón se la conoce como la primera pandemia multicontinental de la historia.
No se trataba de una peste desconocida, ya que es el producto del contagio de una pulga de una rata común enferma, que poblaba el continente europeo. Cuando las pulgas acaban con las ratas, comienzan a parasitar a otras especies. Los seres humanos son uno de sus favoritos. De allí a la pandemia no hay mas que un paso.
Sin embargo, debido al fanatismo religioso imperante, en muchos lugares se acusó a los judíos como agentes transmisores de la epidemia. Esto motivó la organización de progromos y persecusiones que no cesaron hasta la desaparición de las comunidades judías.
Los síntomas de la peste son los denominados bubones, unas protuberancias que contienen pus y aparecen en la zona linfática. Bocaccio relata en su Decamerón que “en su comienzo nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos, que eran llamadas bubas por el pueblo”.
No sólo por su aspecto, sino también por los daños producidos y la facilidad de su contagio, la aparición de los bubones generaba escenas de pánico y paranoia muy justificadas.
En el estado de avance que registraba la ciencia médica en el siglo XIV, resultaba prácticamente imposible evitar la muerte. Con su aparición venía la fiebre, la diarrea, la deshidratación y los delirios. En ocasiones, se extendía a los pulmones, haciendo que los enfermos escupieran sangre. También se extendía a la piel, provocando hemorragias, y al cerebro, produciendo desequilibrios y alteraciones de conductas irreversibles.
Un cronista contemporáneo de los sucesos nos relata cómo afectó la Peste Negra a Sicilia: “Grandes fosas se cavan para la multitud de muertos y los cientos que mueren cada noche. Los cuerpos se arrojan en estas tumbas masivas y se cubren del todo. Cuando estas zanjas están llenas, se cavan nuevas zanjas. Tantos han muerto que tienen que cavarse nuevas fosas cada día”.
Frente a la expansión de la pandemia, los distintos actores sociales respondieron según sus posibilidades. Los sectores más acomodados se trasladaron a sus villas campestres, tomando distancia del hacinamiento y la escasa higiene de las ciudades medievales. Quienes no podían hacerlo, adoptaron distintas conductas. Algunos se encerraron en sus viviendas a esperar la muerte. Otros se sumaron a una especie de delirio místico y religioso, muy característico de esta clase de situaciones. Finalmente, un tercer grupo optó por afrontar la peste de la manera más reconfortante, dedicándose al desenfreno sexual y a realizar todo tipo de transgresiones.
Como sucede habitualmente, los pobres, los ancianos y los niños fueron las víctimas predilectas de la pandemia, aunque sus víctimas se reclutaron entre todos los estamentos sociales.
Ante la falta de tratamiento para esta pandemia, la práctica habitual consistía en cortar los bubones para dejar fluir el pus y los sangrados practicados con cuchillas o sanguijuelas. También se practicaba la cauterización de los bubones, o bien se elaboraban brebajes curativos. Ninguno de estos métodos tenía eficacia alguna.
Ya que se consideraba que la Peste Negra se contagiaba a través del aire viciado de las ciudades, se recomendaba salir a las calles con un pañuelo perfumado sobre la nariz, a la manera de un barbijo. También se trataba de sanear el aire al interior de las viviendas, utilizando incienso o humo. Y hasta se recetaba la ingestión de oro, plata y gemas valiosas, a los que se les asignaba propiedades curativas.
La opinión prevaleciente, instalada por la iglesia de Roma, aseguraba que la peste era un castigo divino por las malas conductas y pecados de las sociedades europeas. Para buena parte de las sociedades, en cambio, ese castigo era la represalia por las conductas de los religiosos, que contradecían constantemente los mandamientos y premisas cristianas. Sea en uno u otro caso, siempre se llegaba a la misma conclusión: no podría haber cura frente a la voluntad de Dios. La Peste Negra era, simplemente, el apocalipsis.
Muchos autores consideran que las guerras y las pestes son los mecanismos naturales que ha encontrado la humanidad para ajustar el excedente demográfico a las condiciones de posibilidad que generan los sistemas económicos. De ser así, la Peste Negra cumplió esa función a la perfección. Con el agregado de que fue también el disparador para la concreción de importantes avances en la medicina, y de importantes transformaciones en las estructuras sociales, la economía y el arte. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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