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19 de abril de 2020 | Internacionales

El día después

Temor por lo que vendrá: Cómo respondió históricamente la política ante las crisis mundiales

La actual pandemia del COVID-19, entre otras cosas, ha implicado un avance significativo del avance del estado sobre las libertades públicas en todo el planeta. ¿Qué nos cabe esperar?

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por:
Alberto Lettieri

La necesidad de combatir el COVID-19 ha tenido como consecuencia, a lo largo del planeta, el avance del estado sobre las libertades civiles. Estas políticas, justificadas en razones humanitarias y estratégicas provistas por la pandemia, cuenta en general con la aprobación de la mayoría de las sociedades mundiales, y plantean el viejo dilema entre libertad individual e interés común, propio del liberalismo teórico.

La referencia de comparación habitual de la presente crisis es la de 1929, que posibilitó el ascenso del nazismo en Alemania y una intervención más agresiva de los estados sobre las economías nacionales, a través de la imposición de políticas de regulación de la producción y de la distribución de bienes. 

Richard Evans, en su artículo “Ascenso y triunfo del nazismo en Alemania en Europa en crisis” (1919-1939) sostiene que el surgimiento del nazismo obedeció a tres causas: la debilidad de la República de Weimar, que aceptó las humillantes condiciones impuestas por el Tratado de Versalles, la crisis del capitalismo de 1929 y su conjunción con la personalidad carismática de Adolf Hitler. “Lo que hizo que el partido nazi dejara de ser un grupo extremista situado en la periferia de la política para convertirse en el mayor partido político del país -concluye Evans-, fue sobre todo la gran depresión que comenzó en 1929”.

Eric J. Hobsbawm, en su libro “Historia del Siglo XX”, coincide con aquel en la evaluación de las condiciones que hicieron posible la consolidación del nazismo -debilidad institucional, humillación de la sociedad alemana y profunda crisis económica-, que derivó en la creación de un clima propicio para la suplantación de las instituciones y opciones  políticas, culturales y religiosas tradicionales por un “principio de liderazgo totalmente nuevo”. 

Hobsbawm llega a la misma conclusión que Evans: “La gran inflación, que redujo a cero el valor de la moneda, y la gran depresión que la siguió radicalizaron incluso a algunos estratos de la clase media, como los funcionarios de los niveles medios y superiores, cuya posición parecía segura y que, en circunstancias menos traumáticas, se habrían sentido satisfechos en su papel de patriotas conservadores tradicionales. Entre 1930 y 1932, los votantes de los partidos burgueses del centro y de la derecha se inclinaron en masa por el partido nazi”.

El nazismo, entonces, no habría sido únicamente el producto de una etapa de inflación pronunciada, sino también de la crisis provocada por una situación de desempleo, deflación y altísimo nivel de exclusión social. 

El historiador inglés Ian Kershaw, en tanto, en una entrevista concedida a la revista de Cultura Lateral, número 77, puntualiza que, a diferencia de las interpretaciones que destacaron el papel central del liderazgo carismático de Hitler en la construcción del nazismo, los análisis estructuralistas consideraron que el modelo nazi fue, ante todo, el resultante de las disputas corporativas que laceraban por entonces a la nación alemana. Según esta mirada, concluye Kershaw, “resultaría evidente que la mano de Hitler no se hallaba omnipresente en el manejo de los asuntos del régimen. Una jungla competitiva de intereses en disputa constituyeron los rasgos predominantes del tercer reich”.

Podríamos continuar hasta el hartazgo citando interpretaciones diversas sobre las condiciones que derivaron en el surgimiento del nazismo. 

Sin embargo, el avance del estado sobre las libertades y la sociedad civil no sólo se produjo en Alemania, sino que se extendió a nivel internacional. La crisis del 29 fue el producto de un sistema económico, social y cultural característico del librecambio y de un sistema multilateral de pagos que colapsó, y que necesitaba reinventarse para garantizar la reproducción ampliada del capital, que constituye su propia naturaleza. 

La necesidad de reconstruir las sociedades en la segunda posguerra propició la configuración de un sistema - mundo en el marco de la guerra fría, en la que los Estados Unidos y la Unión Sovietica definieron sus ámbitos de competencia a nivel planetario, con su consiguiente impacto sobre las libertades individuales. Las persecusiones ideológicas y la consolidación de un orden mundial articulado a través de las Naciones Unidas impuso las condiciones adecuadas para que los países centrales -y las corporaciones más influyentes y determinantes a su interior- definieran las reglas de juego, con la consiguiente profundización entre países pobres y ricos, y de las diferencias sociales dentro de cada uno de ellos. 

Años después, la estanflación de los años 70, acompañada de la revolución tecnológica, profundizaron esas diferencias y fueron generando las condiciones para la demolición de los estados de bienestar, abriendo el juego para una globalización fundada sobre el paradigma neoliberal. La URSS no soportó estos profundos cambios fundados sobre la desigualdad y la exclusión social y terminó estallando. 

En consonancia con estos violentos procesos de expansión y consolidación de los grandes grupos corporativos, las libertades individuales continuaron declinando, en relación directamente proporcional con la concentración de la riqueza y la expansión de la desigualdad. La mayoría de los estados fueron saqueados y reducidos a funciones asistencialistas y represivas, endeudados de manera insensata y restringidos en sus capacidades estratégicas. Sobretodo, se constituyeron en garantes de las condiciones de expansión y enajenación del trabajo y la riqueza social, en beneficio de los grupos económicos más concentrados. 

Sin embargo, en un proceso no exento de confrontaciones al interior de los beneficiarios de esta etapa de saqueo universal, en la que el capital financiero y las empresas de tecnología se convirtieron en protagonistas excluyentes, el primero consiguió multiplicar su tasa de beneficio e influencia sobre los estados de manera directa, o a través de las instituciones creadas por el orden de posguerra, como la ONU o el FMI. Las segundas avanzaron sobre las conductas y actos básicos de la vida humana, eliminando la dimensión de lo íntimo, para convertirlas en fabulosos negocios de toda clase y de manipulación y direccionamiento de conductas, valores y hábitos de consumo.

La sociedad de consumo que se extendió a escala planetaria con la globalización a niveles inéditos, fue segmentando a las sociedades en grupos de consumidores conformados a escala planetaria. Los más acomodados fueron perdiendo todo sentimiento de pertenencia a sus comunidades de residencia. La individuación llegó al extremo de dañar drásticamente la propia supervivencia de un interés común supraindividual.

La emergencia de China en las últimas dos décadas, prohijada por la competencia intra corporativa a escala mundial, comenzó a modificar el equilibrio mundial, reeditando progresivamente un esquema bipolar, aunque sobre bases muy diferente al que caracterizó a la disputa entre los EEUU y la URSS.

Sin embargo, el apetito por el incremento indiscriminado de las tasas de beneficio del capital financiero provocó un primer estallido con la crisis de las hipotecas de 2008. Cada vez más, el capital necesitó del auxilio de esos estados desvencijados y maltratados para socializar sus pérdidas. La contrapartida fue la caída y los recortes en los presupuestos de salud y educación, de las condiciones de vida de las mayorías y un creciente desempleo. 

Así fue que resurgieron epidemias de enfermedades que se creían erradicadas, como el dengue, la gripe o el sarampión, que afectaron sobre todo a los sectores más carenciados  a escala mundial. El saqueo irracional de los recursos planetarios provocó el calentamiento y reiterados fenómenos naturales altamente destructivos. No fueron hechos aislados, ya que todos ellos generaron oportunidades para explotar nuevos negocios por parte de los sectores más concentrados. 

Mucho se ha hablado de la responsabilidad de Bill Gates en la actual pandemia de COVID-19. La sensación de pánico esparcida a nivel mundial ha tenido como contrapartida una aceptación generalizada del recorte de las libertades civiles con fines protectivos. Queda preguntarse qué pasará a la salida de esta crisis, ya que las anteriores sólo generaron un crecimiento de la desigualdad y de las prácticas sociales y políticas autoritarias. 

No sería de extrañar que las sociedades humanas terminaran aceptando agradecidas la implantación de un chip en cada uno de nosotros, aparentemente con fines de control preventivo de nuestra salud y generación de acciones que impidan nuevos contagios epidémicos. 

Maquiavelo sentenció, en el siglo XV, que el temor más que el consenso termina definiendo la obediencia y las decisiones humanas. 

Debemos actuar con cuidado, ya que las condiciones para la mutación de las sociedades humanas actuales en un planeta de “zombies”, manejados a distancia a través de chips y terminales controlada por intereses cada vez más concentrados parecen estar dadas. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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Donald Trump, Coronavirus

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