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4 de mayo de 2020 | Nacionales

El hombre que nunca entendió

Horacio y Mauricio, o la racionalidad política frente a la desesperación

Quienes frecuentan a Mauricio Macri admiten que el ex presidente se encuentra en virtual estado de desesperación. La abstinencia de poder institucional, luego de doce años de ejercicio del ejecutivo -ocho en CABA, cuatro en nación-, lo altera.

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por:
Alberto Lettieri

No sólo ya no tiene la capacidad de decisión de los actos de gobierno. También su liderazgo -que consideraba vitalicio- se ha venido desmoronando sin pausa a partir del 10 de diciembre. Y lo peor es que sus dos enemigos, Alberto Fernández, del otro lado de horizonte político, y Horacio Rodríguez Larreta, al interior de su propio espacio político, parecen llevarse admirablemente bien y son, además, las dos figuras con mejor imagen de la política argentina.

Pocos son los que le atienden el teléfono. El genuflexo Mario Negri es uno de los que aún mantiene línea directa con el presidente, a riesgo de reiterar sus habituales papelones y reposicionamientos públicos en cuestión de horas. El último traspié fue su exigencia de que la Cámara de Diputados sesionara a distancia, para -bajada de línea de Mauricio mediante- saliera a afirmar a rajatabla que sólo era aceptable la sesión presencial. La directiva girada a los legisladores que aún revistan en la órbita residual de Mauricio Macri casi le cuesta la vida a una diputada patagónica, que emprendió la travesía en auto, en plena cuarentena.

En sus delirios, el ex presidente cree disponer de un poder que ya no tiene. El bloque de Juntos por el Cambio está virtualmente partido en la Cámara de Diputados, y en Senadores el radicalismo hace su propio juego. Días atrás apareció firmando un documento escrito por Mario Vargas Llosa, muy a gusto de Donald Trump y de Jair Bolsonaro, dos líderes que cuentan con escasa popularidad en la Argentina, sobre todo a partir de las gravísimas consecuencias que los Estados Unidos y Brasil están pagando debido a su desaprensión en relación con la pandemia.

Por supuesto no lo firmó sólo. Allí estuvieron también sus dos principales alfiles, Patricia Bullrich y Miguel Pichetto. Entre ambos no suman más que dos macetas de territorio. Su título, “Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo”, lanza su dedo acusador sobre los gobiernos que más éxito han tenido en preservar la vida de sus poblaciones. Poco oportuno y políticamente incorrecto.

Envalentonado con esa firma, Macri se comunicó con Alberto Fernández para exigirle el fin de la cuarentena. “Alberto, pensá en la economía y que se mueran los que se tienen que morir”, le instó. El presidente argentino supo entonces que marchaba por el camino correcto en la construcción de su liderazgo, y amplió las restricciones por otras dos semanas.

No satisfecho con el ninguneo presidencial, Macri intentó ejercer su autoridad sobre sus antiguos subordinados, Horacio Rodríguez Larreta y Daniel Santilli, exigiéndoles una ruptura absoluta con el gobierno nacional.

“Dejate de joder Horacio, yo soy el jefe de la oposición y no puede ser que sigas colaborando y apareciendo en todas las fotos con Fernández”, intentó ordenarle al jefe de Gobierno porteño, quien allí tuvo la confirmación de la constante devaluación del poder de Mauricio Macri, al tener que recurrir a él para formalizar una ruptura. Si quien la anunciaba era Mauricio, no tendría representación política ni entidad institucional alguna.

Rodríguez Larreta ignoró, por supuesto, la indicación de Mauricio, y siguió su juego de acercamiento al gobierno nacional. Una estrategia que le permitió escalar en las encuestas, preservar los ingresos porteños y posicionarse como uno de los postulantes naturales a la presidencia nacional en 2023. Por si fuera poco, apareció firmando un comunicado conjunto a Axel Kicillof, Juan Schiarretti y Omar Perotti anunciando la continuidad de las restricciones, luego del anuncio presidencial del fin de semana pasado en el que habilitaba a gobernadores e intendentes a disponer sobre el tema.

Rodríguez Larreta se lleva admirablemente desde siempre con el peronismo, sobre todo con el porteño. Fue compañero de muchos durante el gobierno de Carlos Menem, compartió con otros la gestión de De la Rúa y fue el gran responsable de la migración de peronistas al naciente PRO, y el cerebro de ese espacio hasta 2015.  Hoy es el jefe de la oposición. No el de la oposición dañina y radicalizada que se desacredita por sí misma, sino el de una oposición constructiva, similar a la que el peronismo ejerció en la etapa anterior.

El jefe de Gobierno porteño es un tiempista y uno de los grandes cuadros políticos de la escena actual. Por esta razón no descuida sus contactos con los referentes provinciales y mantiene contacto permanente con Rogelio Frigerio, uno de los excluidos de la mesa chica del gobierno de Mauricio Macri, aunque, junto con su socio Emilio Monzó, fueron los grandes garantes de la gobernabilidad durante esos años aciagos.

La difuminación del escenario político es tal que le permite ser simultáneamente jefe de la oposición y eventual aliado político del peronismo en lo sucesivo. Una ecuación que a Mauricio Macri quizá le hubiera permitido aspirar a un destino diferente en 2019, si su miopía política no fuera tan pronunciada.

Por si fuera poco para la desazón del ex presidente, la Corte Suprema habilitó tácitamente las sesiones virtuales del Senado, y Sergio Massa consiguió acordar un sistema mixto, presencial y virtual, para que la Cámara de Diputados pueda sesionar.

En medio del pánico que acompaña a la pandemia, una sociedad agotada por una grieta interminable se referencia en figuras moderadas. Así lo entendió Cristina Fernández al promover la candidatura de Alberto Fernández. Así lo entendieron siempre Horacio Rodríguez Larreta y Sergio Massa. Mauricio, en cambio, nunca entendió por sí solo. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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