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14 de julio de 2020 | Nacionales

Momento de definiciones

Alberto Fernández y el futuro de su gabinete

El gobierno de AF es decididamente atípico. Ungido por una coalición que incluye a sectores peronistas y el cristinistas, su debilidad endémica invita a asociarlo con la de Alfonsín, Illía o De la Rúa. De hecho, el presidente se ha referenciado con el primero. Una decisión cuestionable, habida cuenta del derrotero que atravesó la UCR desde 1930.

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Tal vez por los condicionamientos y tensiones que impone un frente heterogéneo, organizado sin más coincidencias que la pretensión de evitar la reelección de Mauricio Macri, o por la gravísima herencia recibida de su antecesor, potenciadas por la fenomenal crisis sistémica que profundizó la pandemia, el gobierno de Alberto Fernández nunca llegó a arrancar. Antes de la cuarentena no tenía otro programa que concluir lo antes posible la renegociación de la deuda, y se prometía que, a partir de concretarse ese hecho, se definiría el rumbo económico. Pasaron siete meses de su asunción: la deuda no se renegoció, el plan económico continúa en anuncios e ideas inconexos -y a menudo contrapuestos- que se lanzan al voleo.

Mientras tanto, las variables económicas se desplomaron, se perdieron más de 500 mil empleos durante la cuarentena y el malhumor social y la imprevisibilidad respecto del futuro genera condiciones preocupantes, que no permiten excluir probables estallidos sociales o una multiplicación del delito. Mario Ishii o Juan Grabois alertaron al respecto. Sergio Berni aseguró que han comenzado a delinquir sectores que no lo habían hecho con anterioridad. Ariel Sujarchuk afirmó que en Escobar se armaron cerca de 200 ollas populares, en un distrito que carecía de ellas. María Laura Garrigos, titular del Servicio Penitenciario Nacional, alertó con una sobrepoblación de las cárceles post cuarentena, causada por un previsible incremento de la delincuencia. 

Cada día que pasa, Alberto Fernández parece resignar una porción mayor de su centralidad política. Cayó casi 30 puntos en las encuestas, debe salir a hacer los anuncios en compañía de Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, señal indubitable de su debilidad. Pretendió adoptar una estrategia de preservación de la vida sin contar con la espalda económica para hacerlo. No somos un país nórdico, por lo que sólo terminó de hundir el aparato productivo, generó una base inédita de argentinos que dependen de una ayuda social que resulta exigua, llega tarde y bastante mal -ya que buena parte de los necesitados no consiguen acceder- y le resulta imposible mantener en el tiempo. Para peor, la impresión de 1,8 billones de pesos para desarrollar su política asistencialista anuncia una hiper estanflación en puertas.

Puede ser que Alberto Fernández no esté "enamorado de la cuarentena", como afirmó Miguel Pichetto. El tema es que no sabe cómo salir de ella y, lo peor, es que, cada día que pasa, las condiciones de deterioro de la economía y de la situación social contribuyen a diseñar un escenario apocalíptico. Tal vez si existiera un horizonte de previsibilidad, los humores sociales y políticos podrían morigerarse. No lo hay.

Para peor, los errores e improvisaciones reiteradas van mellando la credibilidad presidencial. El caso Vicentín fue un despropósito de cabo a rabo. No fue una buena señal, definitivamente.

Desde antes de la cuarentena, los rumores y exigencias de un relanzamiento de un gobierno que nunca mostró su norte se han venido multiplicando. Por un lado, no queda claro si Alberto quiso construir el "albertismo" y no pudo, si responde al liderazgo de Cristina Fernández o si pretende romper con ella para cerrar alianza con la porción "civilizada" de Juntos por el Cambio. Su relación con los gobernadores es otra incógnita: poco fue lo que ha cumplido de sus acuerdos preelectorales. Ninguno ha salido abiertamente, hasta ahora, a criticarlo. Pero tampoco ninguno salió a respaldarlo explícitamente. La ambigüedad absoluta.

La mayoría de sus ministros -los que le responden personalmente- no salen a bancar la parada y ni siquiera han tenido gestión significativa durante estos siete meses. En la mayoría de los casos los presupuestos están dramáticamente subejecutados, y algunos de ellos sólo piensan en sus candidaturas como legisladores para el año próximo, en caso de que no tengan que salir a la disparada antes.

Ni Cultura, ni Medio Ambiente, ni el ministerio de la Mujer, por casos, parecen haber cobrado vida. Pero hay otros nombres, mucho más centrales, sobre los que la duda y los cuestionamientos se han multiplicado desde hace rato.

Era ya un secreto a voces que Martín Guzmán sólo se mantendría en el cargo hasta la conclusión de la negociación de la deuda. Su conmovedora incapacidad amenaza con un retiro anticipado, aún sin haber alcanzado ese objetivo. ¿Cuál sería su reemplazo? ¿Carlos Melconián, como pretende el peronismo no cristinista y una buena porción del establishment? ¿Cuánto de cierto hay en una eventual renuncia de Axel Kicillof a la gobernación para sumarse al gobierno nacional en esa cartera? Esta última opción, que parece corresponder a la ciencia ficción, sería en realidad una solución bastante pragmática, ya que permitiría sumar a un ministro nacional con volumen propio y descomprimir la pésima relación que mantiene con la mayoría de los intendentes.

Lo mismo sucede con Santiago Cafiero. Pocas veces se ha visto jefe de Gabinete más inoperante. La simple comparación con Teresa García (PBA) o con Felipe Miguel (CABA) lo deja en lastimosa evidencia. Por no hablar de los históricos Carlos Corach, el propio Alberto o Aníbal Fernández. Hasta Marcos Peña adquiere una estatura impensada frente al nieto de Antonio Cafiero. Hasta ahora Alberto Fernández ha querido desempeñar simultáneamente los roles de presidente y de jefe de Gabinete, con enorme costo para la figura presidencial.

¿Accederá a removerlo para designar a otra persona? Del lado más próximo al radicalismo hablan de Leandro Santoro o de Eduardo Valdez, quienes, en la práctica, vienen desarrollando la tarea de voceros presidenciales que correspondería a Cafiero. Del lado del cristinismo y de la militancia peronista, en cambio, se levanta el nombre de Aníbal Fernández. Un problema es que la figura de Aníbal necesariamente opacaría a la de Alberto. Otro, que tal vez el presidente no tenga la solidez suficiente para negarle esa designación.

El tercer ministerio en cuestión es el de Defensa. Sabina Frederic ha demostrado una supina incapacidad para desempeñar sus tareas. Con el agravante de que, en la PBA, brilla la figura de Sergio Berni. Que los días de la ministra parecen estar contados es una especie de verdad revelada. ¿Será el cirujano - militar su reemplazante? Con sólo mirar las encuestas, queda muy en claro que la mayoría de la sociedad argentina respiraría aliviada.

Alberto Fernández deberá tomar decisiones y no podrá conformar simultáneamente a los distintos factores de poder que lo presionan en virtud de su debilidad y su dilatancia. Una cosa sería optar por Melconián y Santoro / Valdez, y otra muy diferente por Aníbal, Axel y Berni. En el primer caso, el giro a la derecha sería inevitable. En el segundo, el liderazgo de Cristina lo dejaría como una figura decorativa. También podría optar por morir con las botas puestas y tratar de mantener a su gabinete actual, pero esta última opción es poco probable en un presidente que tiene como guía la figura consular de Raúl Alfonsín.

No hay que olvidar, tampoco, a tres figuras que han resultado claves para garantizar la gobernabilidad de la gestión: Sergio Massa, Máximo Kirchner y “Wado” de Pedro, quienes han mantenido una cautela y una efectividad que sobresale en un gobierno que no se ha caracterizado, precisamente, por la pericia. Algo tendrán para decir sobre la opción del relanzamiento. Afortunadamente no lo han hecho en público.

Finalmente, la oposición, que también juega. Son pocos los que, en su sano juicio, aspiran a que los sectores más radicalizados de Juntos por el Cambio se impongan en la interna a los más racionales, encabezados por Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y los gobernadores de la UCR. El problema es que, en el marco del malhumor social que provoca la continuidad de la cuarentena y sus gravísimos costos económicos y psicológicos, los ultras aparecen como un factor de presión adicional sobre un gobierno cuya debilidad conmueve.

¿Intentará Alberto Fernández incluir a los moderados en su gestión, tomando distancias con la vicepresidenta? O, por el contrario, ¿se refugiará en Cristina y potenciará así la grieta, consagrando la victoria de los halcones sobre las palomas a uno y otro lado del tablero político?

El iceberg ya embistió el Titanic de Alberto Fernández. ¿Conseguirá conducir la nave del estado a buen puerto? (www.REALPOLITIK.com.ar)


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