
Nacionales
Resguardada momentáneamente en una casa en las proximidades de Plumerillo esperó pacientemente las explicaciones de Aldao a su esposa Manuela Zárate. En la cena de bienvenida se trataron temas relacionados a las nuevas condiciones del poder reinante en la provincia y, por supuesto, el destino del fraile general en los últimos dos años.
Aldao regresó a Mendoza pocas semanas después de la cena en Tarija. Había sido provisto de una guardia personal por la gobernación del municipio (que lo acompañó hasta la capital salteña), y de cuatro monturas de relevo que eran un regalo de la curia local. En Salta se dio al juego de cartas durante tres noches consecutivas, ganando y perdiendo decenas de onzas de oro que un amigo agradecido le había obsequiado en el mismo momento de la llegada.
Desde Salta escribió cartas (que fueron despachadas en un chasque urgente) a Facundo Quiroga y la oficialidad federal que había retomado el poder en la capital mendocina. También escribió cartas para su familia. En una de ellas expresó: “Dichoso el tiempo en que los pueda abrazar nuevamente. Los meses de desdicha, encierro y exilio no han hecho otra cosa que renovar los lazos imperecederos y amorosos que me unen a todos ustedes”. La carta llegó a destino algunos días después, pero no Aldao: en el camino, y después de haber atravesado Catamarca, dio con una riojana mestiza, Dolores Gómez, en cuyos brazos olvidó momentáneamente las promesas hechas a su familia y el sentido de urgencia que lo impulsaba a sus tierras de procedencia. Desde La Rioja viajó a San Luis, donde pasó dos noches en la casa de Genaro Ortiz, uno de los oficiales federales más próximos a Quiroga y, desde allí, puso rumbo firme hasta el mismo centro de Mendoza. ¨
En la casa de gobierno lo esperaban con una fiesta reservada al círculo más cercano de sus relaciones militares y políticas y una parte de su familia. La ausencia de sus hermanos Francisco y José puso una nota sombría en el ánimo del caudillo, que se juró nuevamente vengar las muertes afrentosas de las que habían sido objeto en el transcurso del último año y medio. La riojana Dolores Gómez no formó parte del agasajo: Resguardada momentáneamente en una casa en las proximidades de Plumerillo esperó pacientemente las explicaciones de Aldao a su esposa Manuela Zárate. En la cena de bienvenida se trataron temas relacionados a las nuevas condiciones del poder reinante en la provincia y, por supuesto, el destino del fraile general en los últimos dos años. El gobernador Pedro Molina preguntó a Aldao las particularidades de la prisión de que fuera objeto por orden de José María Paz y el exilio breve pero penoso en la norteña Tarija.
- Ahora me parece mentira este transcurso de meses –comenzó diciendo Aldao-. Cada día, eso sí, me parecía interminable, y, muchas veces, pensé en mi ejecución o el suicidio. Debo a la magnanimidad de Paz mi sobrevivencia. También a la conveniencia de un probable acuerdo. Mi fe me ayudó en mucho, pueden creerme: una fe que creía apagada para siempre.
- Se dice que el avance de las tropas de Quiroga y la prisión de Paz frenaron los arrebatos unitarios en el centro –intervino Molina-. Debemos a eso, afortunadamente, el nuevo impulso de la causa y la presencia de su excelencia.
- Ya escribí a Quiroga agradeciendo sus embajadas –Aldao había recibido frecuentes correos del riojano en el camino que lo condujo de regreso a sus tierras- y felicitándolo por sus hazañas en Río Cuarto, Río Quinto, Rodeo de Chacón y La Ciudadela.
- Seguramente sabe que se llevó por delante a los cordobeses y a los tucumanos con una horda de delincuentes y desharrapados –Molina esbozó una sonrisa-. Alguna vez, al menos, la chusma sirvió para algo.
- Me dijeron algo de eso, pero me cuesta darle crédito.
- Hablando de chusmas, tengo algo que ofrecerle –dijo Molina-. Quiero nombrarlo como Comandante General de Armas de la provincia. Debemos constituir con Rosas y Estanislao López una partida grande para correr a la indiada al mismo borde del infierno, y usted es el hombre indicado. Tendrá potestad en todo. Doy licencia a lo que su excelencia ordene.
Aldao volvió a pensar en su hermano José degollado por los indios de Pincheira. Contestó resueltamente:
- Cuente conmigo. Tengo que arreglar una cuenta.
CAPÍTULO XXXII
Los conflictos con la fe en la vida de Aldao habían sido perfectamente paralelos a sus relaciones con las mujeres. A la antigua pasión y los hijos habidos con Manuela Zárate, había continuado un sinfín de amantes de ocasión y concubinas establecidas (una de ellas era Dolores Gómez) que le dieron hijos verdaderos y probables esparcidos por gran parte de la geografía cuyana. Aldao era bondadoso con las mujeres, pero severo en las normas de convivencia y las exigencias amatorias. De cada una de aquellas –en el restringido tiempo en que gozaba del solaz de su compañía- requería una entrega absoluta y leal. Las faltas a lo que él consideraba “su cariño” eran castigadas con el abandono de la relación y el distanciamiento más estricto. Todo esto entraba en abierta contradicción con las cohabitaciones vergonzantes que mantenía con hasta tres “esposas” y el vaivén pendular de los afectos del caudillo. Cuando conoció a la tercera madre de sus hijos, Romana Luna, una riojana de alcurnia y experiencia, le dijo en el primero de sus encuentros:
- Así soy yo -Romana lo miraba desde una cama con baldaquino que había sido soporte y testigo de sus acercamientos-. Quiero de usted la misma sujeción y la misma pasión de la que me dio muestras esta tarde. Caso contrario, puede dejar de verme para siempre.
Romana Luna, una mujer intuitiva y con un gran manejo del “tempo” en la evolución de los sortilegios del amor, le contestó:
- No tenga cuidado. Usted y yo seremos uno. Recuérdelo: dentro de decenas de años se seguirá hablando de nosotros. (www.REALPOLITIK.com.ar)
¿Qué te parece esta nota?