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30 de enero de 2021 | Literatura

El supremo entrerriano

La cabeza de Ramírez (capítulo XI)

El plan de guerra era contundente y escueto: debía someterse al caudillo oriental de manera violenta o pacífica, por tierra y por mar: “Las tropas portuguesas del Río Grande entraran por Misiones, pasaran el Uruguay e irán a atacar a Corrientes, que es el principal puesto fortificado que Artigas tiene en el Paraná

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Juan Basterra

La pequeña misión punitiva de las fuerzas del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, en las proximidades de Arroyo de la China, constituyó un pequeño mojón en la dilatada guerra que dilaceraba las entrañas de miles de hombres en las llanuras, las selvas, las planicies de inundación, los ríos, las lagunas y los cañadones orientales y mesopotámicos del sur continental.

En mayo de 1816, de mañana, el rey portugués Juan VI había pasado revista al contingente de sus tropas en Praia Grande, Río de Janeiro. El fasto de los hombres contrastaba con el mar calmo y un cielo abarrotado de nubes. En el puerto cercano se avistaban los velámenes de las embarcaciones de la escuadra capitaneada por el conde de Viana. Los integrantes del cuerpo de Voluntarios Reales, al mando del general Carlos Lecor, vizconde de Laguna, y los casi 5.000 veteranos de los cuerpos europeos, constituían la elite de las tropas. Había también riograndenses, paulistas y pedristas. Miles de cariocas y parientes de los soldados formaban un cordón gigante extendido entre la playa y los morros próximos. En casi todas las ventanas ondulaban banderas del reino. Los fuegos de artificio iluminaron la desvaída atmósfera mientras desde los barcos próximos las salvas de triunfo asordinaban la algarabía costera.

Sobre el mediodía, y acompañado por la aristocracia local, el clero, los oficiales pertenecientes a los altos mandos de las diferentes fuerzas, y la burguesía ilustrada de su reino, el joven rey celebraría con un fastuoso almuerzo el día de su cumpleaños y el enorme brillo de su poderío militar. Se sirvieron terrinas de foie gras en grandes bandejas de plata con asas de oro. Los patos asados fueron trozados en mesas auxiliares antes de ser depositados con celo estudioso y reservado en cada uno de los platos de los invitados. Sobre los manteles del algodón más exquisito, y en el que estaban representados al tejido las divinidades del monte Olimpo, se aposentaba la cristalería de Bohemia y la base de las botellas que contenían casi todas las variedades del buen vino portugués: entre los tintos, el castelao, el baga y el ramisco; entre los blancos, el alvariño, el loureiro y el arinto. A los postres, los paladares serían halagados por pasteles horneados al barro y medallas de chocolate grabadas con los reales emblemas. Durante mucho tiempo, casi tanto como el de la duración de las hostilidades contra las fuerzas de Artigas, los concurrentes habrían de guardar grato recuerdo del memorable convite.

El plan de guerra era contundente y escueto: debía someterse al caudillo oriental de manera violenta o pacífica, por tierra y por mar: “Las tropas portuguesas del Río Grande entraran por Misiones, pasaran el Uruguay e irán a atacar a Corrientes, que es el principal puesto fortificado que Artigas tiene en el Paraná. Después viniendo por el río abajo, no tendrán dificultad en tomar Santa Fe, que es la llave del pasaje para el margen meridional del Río de la Plata; así quedara enteramente cortada la retirada de Artigas para el interior del país; aun cuando tuviese allí, lo que no tiene, amigos que lo acogieren y lo protegieren. Si fuera con sus tropas de Montevideo, a oponerse a estos planes de los portugueses, deja Montevideo, Colonia del Sacramento, Maldonado y toda la margen del Río de la Plata de aquella parte, sin fuerzas para resistir el desembarque de cinco mil hombres, que por mar allí llegaran de Río de Janeiro; y colocado entre dos ejércitos, cada uno de ellos superior al suyo. Artigas no tiene medio alguno de resistir”.

La guerra duraría poco más de tres años y encontraría su desgarrado epílogo en Tacuarembó. Más de 4.000 orientales y argentinos serían muertos por el colosal poderío portugués. La totalidad de la Banda Oriental pasaría a transformarse en la Provincia Cisplatina.

Serían necesarios cinco años y la “Cruzada Libertadora” liderada por Juan Antonio Lavalleja para que los orientales pudieran sacudir el yugo portugués. Para ese entonces, Artigas vivía un exilio poblado de memorias en Asunción, mientras que su antiguo aliado, Francisco Ramírez, abonaba con sus restos algunos centímetros cúbicos de suelo argentino. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Juan Basterra, La cabeza de Ramírez

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