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29 de abril de 2021 | Literatura

El supremo entrerriano

La cabeza de Ramírez (capítulo XXV)

La noche siguiente tuvo una pesadilla. Soñó que era Prometeo encadenado al monte Cáucaso. La casaca estaba salpicada con sangre. Los chimangos se disputaban su hígado. Todo el horizonte era una deflagración rojiza.

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por:
Juan Basterra

El 28 de julio amaneció tormentoso en las cercanías de Esquina. La enorme caballada de las tropas de Ricardo López Jordán olfateaba el viento humedecido desprendido de las enormes tierras interiores y el olor inmisericorde de la carne recién matada de yeguarizo. Sobre el agua barrosa e inmemorial del Paraná, dos canoas tripuladas por tres sargentos de la tropa de Francisco Siti recorrían los últimos metros de la exploración nocturna. Habían salido la noche anterior en busca de rezagados de las tropas de Artigas. Las conocían muy bien: todos ellos habían revistado en ellas hacía unas pocas semanas. Sobre la barranca más alta de la ribera aguardaba López Jordán. Llevaba calzada una camisa de bramante sobre un chiripá de bayeta de color punzó, y como emblema de su rango, un tricornio francés encontrado entre los saldos de un vendedor ambulante que había conocido en Arroyo de la China en un tiempo del que apenas guardaba memoria. No era bueno el presente, a pesar de las continuadas victorias sobre las tropas de Artigas en las tierras de Entre Ríos, Misiones y Corrientes, no por lo menos para el juicio de López Jordán, que en cada una de las acciones, incluso las victoriosas, veía el punto de fuga del desastre presente. Unas pocas semanas antes del amanecer ribereño había tenido un intercambio de opiniones con Ramírez, en el que le había dicho:

-No veo bien nuestro futuro, Francisco. No podemos luchar contra el mundo: Artigas, los porteños, los cordobeses, ese traidor de López.

-No digas eso, Ricardo -interrumpió Ramírez-. A López solamente le debemos gratitud. Los porteños no son un problema: andan muertos de hambre en sus pampas y lamen la mano del amo. Artigas está casi muerto. Le quedan pocos días. No hay malos augurios, salvo en tu alma.

-A veces quisiera creer eso -contestó López Jordán-, pero mi instinto me dice otra cosa. Artigas puede estar vencido pero otra cosa son los directoriales de la secta. Y con los directoriales, está Estanislao López.

-Estemos calmos -Ramírez sonrió antes de palmear a su hermano-, que no ha nacido el tigre capaz de achurar a Francisco Ramírez.

Unas semanas después del diálogo, Artigas fue expulsado de la Argentina. Ramírez volvió a sonreír al recibir las buenas nuevas. Se las trajo el mismo López Jordán:

-Ese hombre está en Paraguay.

-Comienza un nuevo tiempo para nosotros -dijo Ramírez-. Es hora de regresar al pago.

La noche siguiente tuvo una pesadilla. Soñó que era Prometeo encadenado al monte Cáucaso. La casaca estaba salpicada con sangre. Los chimangos se disputaban su hígado. Todo el horizonte era una deflagración rojiza. Se escuchaban carcajadas a su alrededor. Identificó, en las pausas del dolor perpetuamente renovado, los rostros de Artigas, Bustos y López. Creyó confundirlos con los chimangos. Fue en ese momento que se levantó. A su lado estaban el indio Polidoro y otros hombres. Habían acudido por los gritos del caudillo. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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