
Foro de Paz
La conducción política, económica y cultural del país en la década de 1880 estuvo en manos de un grupo selecto de actores que integraron las administraciones de Julio A. Roca (1880-1886) y de su sucesor, Miguel Juárez Celman (1886-1890).
Si bien no pertenecían a una misma generación en términos etarios, y aun cuando divergían en algunas cuestiones, coincidieron en elaborar un conjunto coherente de ideas y principios básicos que guiaron las gestiones de gobierno. Su objetivo se resumía en el lema “Paz y administración”.
La Generación del 80 impulsó el crecimiento económico sobre la base del librecambio. Para lograrlo, focalizó en la atracción de capitales y en la inmigración europea las claves para poner en producción las enormes praderas cultivables y colocar esos productos en los mercados mundiales. La ley Avellaneda de Inmigración (1876) creó las condiciones para alcanzar esos objetivos, por medio de una convocatoria amplia y sin restricciones para la radicación de mano de obra europea en el país.
A diferencia de la Generación del 37, la Generación del 80 combinó su matriz liberal con una especie de devoción al positivismo, que les permitía naturalizar el estado de las cosas y justificar el orden desigual existente, en beneficio de una clase minúscula que retenía el poder político, económico y social.
Sus plumas más brillantes fueron las de Miguel Cané, Carlos Pellegrini, Lucio V. López y Lucio Mansilla, quienes divulgaron sus ideas a partir del supuesto de que solo la clase letrada –“los más aptos”– contaba con la capacidad y los medios adecuados para conducir y modernizar el país, y que las mayorías debían ser excluidas de la política para ponerlas a resguardo de sus primitivas pasiones.
Pese a su conservadurismo político y social, la Generación del 80 fue modernizadora en lo cultural y lo arquitectónico. Por ejemplo, la concepción de la ciudad de La Plata implicó la concreción de un modelo urbanístico positivista, que rompía con los moldes de la tradicional ciudad ibérica.
Admiradores en exceso de la cultura parisina, sus viajes hacia la “ciudad luz” fueron habituales, y allí tomaron contacto con los cambios que fueron propiciando la “belle epoque” unos años después.
Adoptaron el idioma francés para diferenciarse del “vulgo” y de sus antepasados, a los que juzgaban ordinarios y mediocres. También comenzaron a instalar la práctica de hacer política en burdeles, combinando el afán de poder con el placer.
Fieles a la época en que les tocó vivir, fueron los exponentes más característicos de una sociedad patricia conservadora en lo económico y social, liberal en el discurso y transgresora en lo cultural.
Profundamente cosmopolitas, pretendieron ser reconocidos como “ciudadanos del mundo occidental”, ya que asociaban la identidad argentina con el provincialismo y el atraso. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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