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9 de octubre de 2022 | Opinión

"El gas te ahoga, sentís que vas a morir"

Gimnasia-Boca, dolor en primera persona

Llegamos a la cancha a eso de las 20.45. Antes de las 21.00 ya estábamos en nuestros asientos de la platea H. Todavía muchos lugares se encontraban vacíos. “Deben llegar más sobre la hora por ser día de semana y confiados en que tienen platea”, pensamos.

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por:
Julieta Scheffer Wright

Todo era una fiesta. La gente estaba contenta, cantando, todo era igual que siempre. Hubo incluso fuegos artificiales. Hice bromas al respecto.

Pasadas las 21.30 comenzó el partido. A los pocos minutos entran algunos de los socios que comparten lugar en la platea con nosotros. “¿Qué pasa afuera?”, preguntamos todos. “Hay un quilombo bárbaro”, respondían casi llorando.

Todo el que entraba lo hacía con los ojos llorosos. Me alerté. Dejé de mirar el partido y empecé a mirar las puertas, a escuchar disparos, a ver gente corriendo. Supe que estaban tirando gases, porque todos los que entraban lo hacían con los ojos tremendamente irritados.

Fue todo en un momento. Una oleada de gente que entraba desesperada y de repente el gas que inundó todo. Nunca antes me habían tirado gas pimienta, entonces no sabía qué efectos esperar. "No hay nada más feo que sentir que te ahogas y que al buscar respirar, el aire te provoque un ardor insoportable, como si estuvieras aspirando ácido".

Cerré los ojos, no los podía abrir, y de fondo escuchaba llorar desconsoladamente al nene que ocupa el asiento de atrás nuestro, junto a su papá, a los que vemos todos los partidos, nos saludamos como amigos y nos abrazamos en los goles. Todo era caos.

Aguanté con los ojos cerrados y la cara tapada todo lo que pude, hasta que papá me dijo “Juli, vamos”, y me hizo salir de la platea. No sé cuánto más me hubiera quedado ahí si él no me hacía salir, porque estaba en shock y sin entender lo que pasaba.

Como ya mencioné, y lo reitero porque no es un detalle menor, gracias a Dios estábamos en la platea H, por lo que teníamos acceso a lugares que la gente de la popular no tiene, y fueron los que peor la pasaron, sin dudas.

Allí está el pasillo de los baños, que limita con el estacionamiento de los jugadores, separado apenas por un alambrado que había sido levantado por hinchas predecesores a nosotros, muy inteligentemente, y que era en ese momento un gran pulmón de aire puro, ya que también se encuentra en un lugar muy despejado.

Pasamos. Estábamos en la zona más segura que pudimos encontrar. Allí, había un camión de los bomberos; veíamos gente corriendo con personas desmayadas en brazos. Mujeres en el piso, inconscientes, ahogadas por los gases.

Nosotros entre los autos, escondidos por miedo a las balas de goma, mirando atónitos ese panorama. Nos encontramos con otros hinchas que nos dijeron que estaban afuera de la cancha cuando empezó el lío, y escapando de las balas levantaron el alambrado del estacionamiento y se metieron para refugiarse porque estaban con nenes chiquitos.

El teléfono me explotaba de mensajes preguntando si estaba bien. Yo hasta ese momento no conocía la magnitud de lo que estaba pasando, pero sentía muy claramente, aún estando en la zona más segura del estadio, mucho miedo de no volver a casa.

Intentamos salir, irnos del estadio por la salida de calle 60, pero oleadas de gente que había salido para irse, volvía a entrar perseguidos a los tiros por la policía, entonces decidimos quedarnos.

Fue cuando vi a un grupo de policías adentro del estacionamiento, como ajenos a lo que pasaba afuera, como si fueran una juntada de hinchas más, y me acerqué a hablarle a uno. Eran los efectivos encargados de custodiar el micro de Boca.

El que respondía nuestras preguntas, un señor muy amable, nos recomendó no salir, quedarnos lo máximo posible porque “no sabían la gravedad de lo que pasaba afuera”, y “no estaban las garantías dadas”.

A esa charla la interrumpió un prepotente vocero del ministro, que se acercó a los gritos dando la orden de "evacuar todo el estadio de forma urgente". Los policías, entre los que también estaba gran parte de la plana mayor del operativo en el estadio, le decían que no era posible sacar a la gente teniendo en cuenta lo que pasaba afuera, pero el grandote de barba candado fue muy claro: era una orden.

Nos miramos con papá y decidimos salir, sobre todo por el miedo de que al intentar evacuar el estadio, la cosa empeorara. Fueron las seis cuadras hasta el auto más largas de mi vida, en las que sentía que jugaba al buscaminas, que en cualquier momento podía escuchar la explosión de las armas.

Veía gente llorando, impactada, shockeada, nadie haciendo nada violento. Llegamos al auto. Estábamos vivos. No lo podíamos creer. Y todavía no teníamos ni idea de lo que en realidad había pasado.


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Julieta Scheffer Wright

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