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13 de enero de 2023 | Historia

Los modelos de James Bentham y James Mill

El liberalismo y la concepción de “la democracia como protección”

Desde John Locke en adelante, el núcleo principal de la tradición liberal reflejó una aguda tensión entre los valores de libertad e igualdad.

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por:
Alberto Lettieri

A excepción de la obra de Rousseau, el modelo liberal de sociedad estuvo basado en la libertad, a la que se subordinó una igualdad de oportunidades apropiada para diferenciarse en el terreno del mercado. Según se ha indicado, los liberales de los siglos XVII y XVIII –de Locke a Constant– no fueron en absoluto demócratas.

Sin embargo, en la primera mitad del siglo XIX comienzan a advertirse, en el caso inglés, algunas preocupaciones aisladas que apuntan a recomponer la relación entre liberalismo y democracia, cuyos resultados, de todos modos, no habrían de aflorar de manera inmediata. Entre ellos se destaca el modelo de democracia liberal propuesto por James Bentham y James Mill, que ha sido denominado “democracia como protección”. Ambos autores se inscribían en una teoría, el utilitarismo, que consideraba que el único criterio defendible racionalmente del bien social era la felicidad.

Esta felicidad era definida como la cantidad de placer individual una vez restado el dolor. Para medir la felicidad total de una sociedad había que medir a cada individuo como unidad. Sin embargo, al sostener que la sociedad es una colección de individuos que buscan incesantemente el poder sobre, y a expensas de otros, Bentham aceptaba sin mayores objeciones el capitalismo, socavando simultáneamente su principio igualitario. De hecho, Bentham estaba creando una sociedad a partir de un modelo de hombre, el empresario capitalista –o a lo sumo, el empleado cuentapropista–, y reconocía como una ley de validez universal que “las grandes masas de los ciudadanos no tendrán más recurso que su industria diaria, y por consiguiente estarán siempre próximas a la indigencia”.

En esta línea de razonamiento, justamente, llegaba a sostener que el hombre tendía naturalmente a maximizar sus bienes materiales, y en consecuencia, sus placeres, a expensas de los otros, sólo en la medida en que tuviese la seguridad de conservar su propiedad, por lo cual la búsqueda de ganancias se convertía en un incentivo para la producción. Esto lo llevaba a concluir que no era posible la existencia de ninguna sociedad superior a la barbarie, si no existía la garantía de la propiedad. ¿Qué tipo de Estado –se preguntaba Bentham– hacía falta para esta sociedad? La pregunta implicaba un problema doble: por un lado, el sistema político debía producir gobiernos que establecieran y protegieran una sociedad de mercado libre, y al mismo tiempo, instituciones que protegieran a los ciudadanos contra la rapacidad de los gobiernos.

Puesto que a principios del siglo XIX en Inglaterra se daba por descontado el marco general del gobierno –v.g., la elección periódica de las asambleas legislativas, y la subordinación de la burocracia a la autoridad de un gobierno responsable ante el electorado–, tanto Bentham como James Mill avanzaron sobre la cuestión del sufragio, examinando quiénes tenían derecho de voto y la frecuencia de las elecciones, proponiendo el voto secreto y la vigencia de una efectiva libertad de prensa, para que el voto fuera una expresión libre y efectiva de los deseos de los votantes. Aun cuando sus escritos presentaron marcadas oscilaciones sobre la cuestión –que incluyeron tesis restrictivas, el voto a los propietarios, y hasta un voto “prácticamente universal” que excluía a menores, analfabetos y mujeres– Bentham no estaba entusiasmado por sostener el voto democrático, aunque lo aceptaba como una consecuencia lógica del proceso histórico. En realidad, su preocupación central era otra: ya que la felicidad en una sociedad era limitada, había que impedir que el gobierno desposeyese al resto, permitiendo que la mayoría pudiese revocar con frecuencia a los gobernantes, quienes, de este modo, se esforzarían por conseguir que la gente tuviese toda la felicidad posible.

Partiendo de los supuestos de una sociedad capitalista de mercado, Bentham y James Mill construyeron un modelo de hombre a medida, como maximizador de utilidades, y un modelo de sociedad, como suma de individuos con intereses conflictivos, a los que sumaron un principio ético –la igualdad para la libertad–, dedujeron la necesidad de un gobierno, de las funciones que debería desempeñar, y del modo deseable para elegir y autorizar a los gobiernos. Por ese motivo, su razonamiento a favor de la democracia representativa se basaba en consideraciones de protección contra “la opresión y la depredación” de los malos gobiernos.

El entusiasmo de James Mill respecto de la democracia liberal no era mayor que el de Bentham, y los fundamentos que lo alentaban no variaban de manera significativa. En 1820, James Mili presentó su argumento más decisivo a favor del sufragio universal aunque de una manera tan hipotética que afectó decisivamente su impacto. Para James Mill, la ley rectora de la naturaleza humana era el egoísmo, afirmando a continuación que quienes no tenían poder político estarían oprimidos por quienes sí lo tenían. Todo ciudadano necesitaba contar con un voto para protegerse del gobierno. Sin embargo, este razonamiento inicial se diluía cuando comenzaba a barajar otras opciones, restringiendo el voto universal a los mayores de 40 años –ya que todos tenían una familia detrás–, o bien imponiendo un voto censatario que excluyera al tercio más pobre de la población, “así los otros dos tercios sólo conservarían la mitad de su poder coactivo”.

En realidad, el objetivo de James Mill, tanto como el de Bentham, no parece haber sido la instauración del sufragio universal, sino la sanción de una reforma electoral que permitiera socavar los poderosos intereses dominantes de la exclusiva clase terrateniente y adinerada que controló el sistema electoral hasta la reforma de 1832. Por ese motivo, alentaba el fantasma del voto universal, para conseguir una reforma limitada que, de todos modos, excluyera a los pobres. Si bien James Mill señala su preferencia por la ampliación del sufragio sólo a las clases medias, no obstante, señala que no cabe temer ningún peligro de las clases bajas –como sí lo temían los sectores más conservadores–, ya que esas clases se dejaban guiar siempre por la clase media. El gobierno, aseguraba James Mill, debía ser el negocio de los ricos. Si lo obtienen por las malas, el gobierno será malo. Si lo obtienen por las buenas, será bueno. El único modo bueno de obtenerlo, concluía, era a través del sufragio libre del pueblo, que no sólo protegería a los ciudadanos, sino que incluso mejoraría la actuación de los ricos como gobernantes. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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John Locke, James Bentham, James Mill

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