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Cuando Alberto Fernández comprobó que había sido excluido del plenario del PJ de la provincia de Buenos Aires, celebrado hace quince días, tomó conciencia de su situación. En el encuentro estaban todos los sectores del Frente de Todos, encolumnados bajo el liderazgo de Cristina, para consagrar la candidatura a la reelección de Axel Kicillof.
Ni siquiera faltó su ministro Gabriel Katopodis, que en cualquier momento terminará descalabrándose por las piruetas que ensaya para tratar de seguir aprovechando su condición de albertista, sin cerrarse el futuro. Claro está que las argumentaciones del hombre fuerte de San Martín no consiguen convencer a nadie. “El peronismo va a defender a CFK y a todos sus dirigentes que hicieron buenas cosas por el pueblo. Nosotros estamos fuertes y con mucha convicción, trabajando en lo que Alberto Fernández nos plantea todos los días: darle soluciones a nuestra gente", publicó en su cuenta de Twitter. Tratando de quedar bien con Dios y con el diablo, Katopodis demostró que es el más albertista por naturaleza.
En el encuentro de Merlo también estuvieron estuvo Sergio Massa, Máximo Kirchner, el gobernador Axel Kicillof, la mayoría de los intendentes bonaerenses de la coalición y los principales referentes del PJ. Un verdadero cabildo abierto del Frente de Todos. Sin Alberto.
Coherente con su naturaleza impulsiva y bipolar, el presidente y el entorno que le rodea -aún más desequilibrado que él mismo–, ensayó una jugada desesperada, anunciando la conformación de una Mesa Política convocada por Alberto en su calidad de presidente del PJ nacional. La oportunidad fue, una vez más, desafortunada.
La encargada de darla a conocer fue la portavoz presidencial Gabriela Cerruti, que siempre se apretó la nariz para hablar de peronismo, en un ámbito institucional de gobierno. Claramente, Alberto y su banda confunden los roles. No tienen en claro cuándo actúa como presidente de la Nación y cuándo lo hace como titular del justicialismo. Tal vez porque, en la práctica, ambos le quedan demasiado holgados.
Pero, como dice el refrán, “quien mal anda, mal acaba”. Las soluciones desesperadas generalmente llevan a finales desgraciados y esta vez no fue diferente. La Mesa nació muerta porque Alberto se encargó de hacer saber que sólo sería “electoral”, y sus aliados –sobre todo el cristinismo- le vienen exigiendo desde hace rato una mesa “política” para discutir la gestión y no sólo las candidaturas. Alberto está en un brete: su covocatoria a una mesa “electoral” es rechazada por casi todos los invitados a participar. Y, si convocara a una mesa “política” se le escurriría lo poco que le queda de poder.
Apenas se conoció la convocatoria, Máximo y Cristina se excusaron. Para este sábado el presidente había programado una reunión en Olivos con gobernadores, pero debió suspenderla ante la brutal falta de quórum que lo dejaría aún más en evidencia. En una situación crítica como la que experimenta la Argentina desde 2017 al menos, no se puede hablar de estrategia electoral prescindiendo de la gestión de gobierno. Como decía Perón, el órgano más sensible es el bolsillo.
Las respuestas recibidas convencieron al propio gobierno de que la convocatoria había sido un error: demasiado temprano para entregar la conducción de la gestión a una mesa de notables. Demasiado temprano para saber si Alberto consigue repuntar en las encuestas para negociar su reelección. Demasiado temprano para saber si Sergio Massa tiene éxito y será candidateable. Y demasiado tarde para intentar reparar su vínculo estallado con el cristinismo.
La convocatoria de la Mesa Electoral fue un capítulo más de la extensa novela de improvisaciones y marchas atrás que caracteriza a la gestión de Alberto Fernández, y al propio Alberto durante toda su trayectoria. Recién ahora en el gobierno caen en la dura realidad de que “si no hay reunión de las tres cabezas, no hay posibilidades de armar una mesa de verdad con los delegados de esas cabezas. Hasta que no se junten los generales, no hay forma de que se entiendan los coroneles”.
Tan obvio que parecería increíble que el presidente y sus bien pagos asesores no se hayan dado cuenta, si no fuera porque desaguisados de este tipo le pasan todo el tiempo.
Alberto no termina de entender que el diagnósitco de Cristina es que las elecciones nacionales están perdidas, y que lo importante es tratar de blindar la provincia detrás de su propio liderazgo, expresado a través de la figura de Axel en la gobernación y de Máximo en la presidencia del PJ. Los intendentes piensan que lo único que importa es conservar sus municipios.
¿Para qué perder el tiempo entonces cumpliendo los caprichos de un presidente al que se le agotó el tiempo?. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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