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Para Cristina, las PASO no sirven para nada. Dividen antes que suman y ponen en cuestión su liderazgo.
Para la vicepresidenta no son más que un instrumento electoral creado en 2009 por Néstor Kirchner, quien las presentó como una "ley para la democratización de la representación política". Hoy las sufre en carne propia. Alberto Fernández ha conseguido aquello que intentó sin éxito en 2017: obligarla a someter su liderazgo a la evaluación de la sociedad.
Desde hace mucho tiempo Alberto y Cristina no se hablan. Ella lo desacredita en privado, está arrepentida de la “peor decisión que tomó en su vida”, y no ve la hora de que llegue el 10 de diciembre que pondrá fin a su mandato y a la alianza entre ambos. Cristina lo desprecia en cada oportunidad que puede y no se cansa de repetir que es un “mediocre”. Debería ser más justa con los méritos del presidente: es el único que la hizo morder el polvo.
Fuera de sí, tal como se la ve últimamente, la otrora jefa incuestionable dentro del panperonismo bajó la directiva: "Rompan todo". Insiste en proclamar la “traición” de Alberto. Quiere destruirlo.
Su pensamiento se expresó públicamente a través de Wado de Pedro. No puede soportar que la haya obligado a competir en las PASO dentro de una coalición que cree que es de su propiedad. No acepta que Alberto haya impuesto las reglas de juego. Y teme lo peor sobre su destino judicial una vez que las PASO dejen al descubierto su verdadero potencial electoral, que sabe que es muy inferior al que dan por sentado quienes la rodean y los medios de comunicación.
Alberto está convencido de que su estrategia lo blinda. Nadie, en un sistema democrático, podría reprochar la convocatoria a la sociedad al momento de definir quiénes son los candidatos predilectos por los votantes. Salvo, claro está, quienes imaginan un sistema de liderazgo mesiánico que excluye la participación popular.
En el cristinismo no soportan tener que aceptar su fracaso en el intento de hacer bajar al presidente de su candidatura. Tampoco le perdonan la erosión que significó en La Matanza –el corazón del cristinismo- la instalación de la candidatura de Patricia "La Colo" Cubría, dirigente de base y mujer de Emilio Pérsico. Los carteles que promocionan su candidatura fueron confeccionados nada menos que por Enrique "Pepe" Albistur.
Pese a que el cristinismo se llenó la boca hablando de igualdad de género y de equiparación de derechos, no tiene a una sola mujer bien posicionada a nivel nacional. La jefa se reservó todos los casilleros. La única que aparece dentro del Frente de Todos es albertista: Victoria Tolosa Paz. Paradójicamente, en la oposición abundan.
A lo largo y ancho del país Alberto difunde el mismo mensaje: "Compitan, no le hace mal a nadie". Es lo mismo que le reitera a Daniel Scioli, aunque todavía no tenga en claro si será él o el embajador en Brasil quien termine confrontando con el cristinismo en las PASO.
Un miembro del círculo selecto de Cristina expresa la angustia y la resignación encubierta tras las agresiones y descalificaciones constantes al presidente: "Estaba retirado, lo sacamos del fondo del agua y nos caga. Alberto siempre fue así”. ¿Qué esperaba Cristina, entonces, si esa era su caracterización, al ungirlo como su candidato en 2019?.
Son días duros tanto para el cristinismo como para Juntos por el Cambio. Todos temen cuál será el resultado de la competencia interna y, sobre todo, el bajísimo nivel de participación que pronostican los encuestadores. Es la cosecha a la siembra de tantos años de cortocircuito entre la política y la sociedad. Todos lo saben. Sin embargo, continúan ignorándola y siguen mirándose el ombligo, privilegiando el internismo.
Nadie podrá sorprenderse a la hora de la verdad. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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