
Cultura
Con un video de casi ocho minutos dado a conocer a través de las redes sociales, Alberto Fernández anunció su decisión de no presentarse como candidato a la reelección. No obstante, su decisión dice más que sus propias palabras.
Si bien el primer mandatario esperaba poder postergar el aviso hasta mediados de mayo, la advertencia de que “habrán tomatazos” en la reunión del PJ de este viernes aceleró las cosas. Pero la decisión estaba tomada hace tiempo y, entre el 7,7 por ciento de inflación de marzo, la obligada renuncia del jefe de Asesores, Antonio Aracre, y la publicación de twitter de Malena Galmarini, en la que afirmaba que “Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”, el paso al costado era ineludible.
Vaciado de poder por acción ajena y mérito propio, Alberto Fernández fue resignando posiciones prácticamente desde su asunción. Por esta razón, por más que en el video de este viernes haya intentado advertir que querría desempeñarse como jefe de campaña del candidato del Frente de Todos en la próxima elección y garantizar unas PASO competitivas dentro de la coalición, resulta complicado que pueda cumplir sus deseos. Más aún: nadie, en la política argentina, lamentó su decisión. Ni los más cercanos.
En el FMI y la administración norteamericana celebraron su decisión. En la práctica, simplemente debió asumir su condición de “pato rengo”, tal como se denomina a los presidentes sin posibilidad de reelección en los últimos meses de gestión. No por limitaciones legales sino por veto plebiscitario de la sociedad y la política argentinas.
Formalmente Alberto sólo renunció a ser candidato. En la práctica, está prácticamente condenado a ser un presiente testimonial. La cara visible de la administración es la de Sergio Massa desde hace tiempo. Ahora mucho más.
Las palabras de Malena Galmarini no pudieron ser más certeras: el fin de la actual administración será el día en que Sergio Massa deje su cargo, el 10 de diciembre o cuando esto pudiera suceder. Alberto renunció y los mercados ni se enteraron: el dólar siguió su marcha ascendente. Si finalmente decidiera abandonar su cargo, nadie se preocuparía demasiado.
Imposibilitado de gobernar, a Alberto sólo le queda su capacidad de daño. No tiene ya autoridad para hacer renunciar a ningún ministro, ni de promover ninguna política concreta. Pero, como presidente del PJ, aún conserva la lapicera. ¿Estará dispuesto a usarla para conseguir que su propuesta de democratización y participación interna en el Frente de Todos se concreten, aún a riesgo de hacer estallar la coalición?
Alberto renunció a su candidatura presidencial y, simultáneamente, al ejercicio efectivo de la presidencia de la Nación. Pero aún tiene a mano el botón rojo del PJ. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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