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15 de junio de 2023 | Historia

Cambios sociales

La Segunda Guerra Mundial y los cambios en la situación de las mujeres

Un último elemento central de este proceso de cambios sociales fue el papel cada vez más preponderante que pasó a desempeñar un sector de la población postergado injustamente a lo largo de los siglos: las mujeres.

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por:
Alberto Lettieri

En efecto, después de la Segunda Guerra Mundial las mujeres aumentaron crecientemente su proporción dentro de los claustros universitarios. Antes la proporción era de una mujer universitaria por cada cien hombres; tras su finalización –especialmente, a partir de la década del 60– el promedio se equiparó, hasta que finalmente se invirtió en las últimas dos décadas.

La postergación de la mujer era tal, que incluso los movimientos feministas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX eran liderados por hombres en una gran proporción. Estos movimientos planteaban mayores derechos y sufragio universal para la mujer. Éste fue el caso de John Stuart Mill, uno de los mayores impulsores de la equiparación de los sexos en Inglaterra, quien dirigía el movimiento feminista. En las últimas décadas, en cambio, las mujeres no sólo pasaron a detentar una presencia mayor a la de los hombres en los claustros universitarios, sino que también han pasado a desempeñar tareas ejecutivas y de liderazgo empresarial y político cada vez más significativas. En efecto, varias mujeres llegaron a desempeñarse como presidentes y primeros ministros, han obtenido cupos en la constitución de cámaras legislativas y consejos municipales, etcétera.

Si bien siempre existieron mujeres trabajadoras, en el pasado sólo lo hacían en roles subordinados y con salarios bajos. Por ejemplo, a partir de la década de 1920 la ampliación del sector servicios en los Estados Unidos requirió de mayor dotación de mano de obra. Para satisfacerla, se recurrió a la contratación de mujeres, que así recibían su propio salario, obteniendo mayor autonomía respecto de sus maridos. Esto trajo aparejado el establecimiento de una serie de nuevas normas sociales. Por ejemplo, la emancipación económica posibilitó que las relaciones extramatrimoniales o la infidelidad femenina comenzaran a ser consideradas en un pie de igualdad con los comportamientos masculinos.

Estas consideraciones se fueron extendiendo por las sociedades occidentales a partir de la década de 1950, cuando se incorporaron masivamente al mercado de trabajo no sólo las mujeres jóvenes con título secundario o universitario, sino también las mujeres con hijos que retomaron sus estudios. Porque, sobre todo en los países centrales, hubo un aumento notable en torno de la expectativa de vida. Antes la mujer debía casarse alrededor de los veinte años, podía tener hijos hasta los treinta y luego se dedicaba a cuidar a sus nietos y a esperar serenamente su muerte. Así, las mujeres tenían hijos y, llegado el caso, eran estos hijos los encargados de mantener a su madre.

En cambio, a partir de la década de 1950, las mujeres volvieron a trabajar para pagarle los estudios a sus hijos, contribuir a la manutención del hogar y financiar hobbies y proyectos personales. Esto marca un cambio en la relación entre padres e hijos a partir de este momento, pero también en la consideración social del ciclo vital femenino, que se había vuelto mucho más rico y complejo. Sin embargo, debe destacarse que, si bien la mujer incrementó notablemente su papel en la sociedad, esta mejora no estuvo al alcance de todas ni tampoco se extendió por todos los sectores sociales. En algunos ámbitos, efectivamente, las mujeres manifestaron un cambio en sus conductas, en el lugar que conquistaron, en la capacidad de conducción y en el protagonismo que adquirieron.

Pero se trata todavía de sectores bastante acotados a nivel social, y a escala mundial. Más allá de las estudiantes y profesionales universitarias, y de las mujeres procedentes de las capas medias de la sociedad, los cambios no han sido tan drásticos. Mucho menos en las sociedades en las que mantienen su vigencia culturas antiguas y medievales que discriminan gravemente a la naturaleza femenina. En estos casos, si deben integrarse al mercado de trabajo no lo hacen porque la vida es demasiado larga para quedarse a esperar la muerte, sino por una cuestión de necesidad económica. Y los trabajos que consiguen –básicamente, como auxiliares de limpieza u operarias– son inestables y poco considerados socialmente.

En síntesis, puede afirmarse que después de la Segunda Guerra Mundial se aceleró un proceso de cambios sociales que ya venían anticipados desde la Primera Guerra. Las sociedades se modificaron notablemente en los últimos cincuenta años a un ritmo llamativo. Si bien estos cambios se dieron en todo el mundo, expresaron una versión optimista en los países centrales y otra bastante negativa en los periféricos. Evidentemente, no es similar la vida en una vivienda situada en las afueras de Los Ángeles que la vida en una villa de emergencia bonaerense o una favela brasileña, aunque en ambos casos se trate de expresiones suburbanas.

Y éste, justamente, es el punto esencial de distinción entre la matriz de los cambios experimentados por las sociedades del Primer y el Tercer Mundo, cuyas diferencias no dejan de evidenciarse con el paso del tiempo, más allá de los avances registrados en cada caso. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Alberto Lettieri

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