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21 de julio de 2023 | Literatura

La parisina, capítulo XV

Los paralelismos entre dos destinos

Lo que Albertine ignoraba, y que habría de saber mucho más tarde, es que Muniagurria había combatido como voluntario en La Gran Guerra de 1914-1918. En esto, como en tantas otras cuestiones, el argentino compartía experiencias con el antiguo amor de Albertine, el conde germano Claus von Richthofen.

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por:
Juan Basterra

Las razones de tales coincidencias estaban ligadas a circunstancias y temperamentos parecidos, y al señalamiento del azar que gobierna los destinos humanos. En agosto de 1918, von Richthofen -capitán de un cuerpo de artilleros de la región de Baviera- había sido herido en una trinchera ubicada en las proximidades de Amiens, sitio crucial de operaciones de las fuerzas enemigas en las que revistaba Muniagurria. Las heridas producidas por el estallido de una bomba de retardo lo habrían de inmovilizar en un hospital de campaña en calidad de prisionero de guerra y hasta el final de la contienda. Hacia febrero de 1919 volvería a su Fránkfort del Meno natal. El destino guerrero de Muniagurria habría de ser diferente: recibido con honores en París, y condecorado con la Cruz de Hierro por sus servicios a la nación francesa, relataría -en cafés y círculos literarios- la hazaña de no haber sido herido en casi un año de servicio y de haber combatido de todas las maneras posibles en la guerra de posiciones. Von Richthofen recibiría también, en su país, la más alta condecoración otorgada al desempeño guerrero: La Cruz de Hierro de Primera Clase. Los paralelismos eran muchos más: expertos jinetes, ambos compartían el amor por el alpinismo. Antes del estallido de la Gran Guerra, Muniagurria había "hecho cima" en el Mont Blanc el 12 de noviembre de 1913; von Richthofen brindaría en la cima algunos días más tarde. Ambos eran lectores impenitentes; ambos eran muy ricos.

Los estados de ánimo de los dos hombres, fueron, al menos en los meses próximos al armisticio, muy diferentes: Muniagurra ostentaba con orgullo y felicidad la condecoración recibida en París; von Richthofen ocultaba la suya. La razón estribaba en el enorme pesar que la derrota había infligido en el espíritu del germano. Impulsado por la tristeza había decidido comenzar a dar conferencias de filosofía a lo largo de toda la geografía teutona, en el recomienzo de una práctica que había inaugurado de muy joven después de sus estudios en la Universidad de Berlín. Los temas eran los mismos de siempre: Kant y su "Crítica de la Razón Práctica", Schopenhauer y su "Parerga y Paralipómena" y Nietzsche con su "Así habló Zaratustra". De esa manera lo había conocido Albertine, y de esa manera lo habría de recordar siempre, después de la temprana muerte del conde en un naufragio en las cercanías de la isla griega de Paros. Muy pocas veces hablaría de von Richthofen con Muniagurria. Las razones de tal silencio estaban ligadas a una suerte de respeto póstumo a la memoria de aquel amor tan breve, y no a la probable aparición de celos en el argentino. Muniagurria siempre respetó el mutismo de Albertine, pero aceptaba las pocas confidencias que, de tanto en tanto, compartía la mujer francesa. En una ocasión en que le había hecho referencia a las dotes literarias de von Richthofen, Muniagurria preguntó:

-¿Escribía en francés o alemán?

Albertine contestó:

-En francés, las pocas cartas que me dirigió y que aún conservo. Son bellísimas. En alemán, una breve obra poética y algún libreto operístico. Poco antes de morir estaba terminando una versión moderna de "Tristán e Isolda". Todavía conservo los tres actos terminados, una carta de intención que los precede y la dedicatoria que me escribió. Algún día le mostraré todo eso.

-Me gustaría mucho -dijo Muniagurria-. Siempre pensé que los seres nobles como usted merecen una obra que los inmortalice. Seguramente la pluma de von Richthofen logró tal cometido. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Juan Basterra, La parisina

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