
Legislativas
Este 30 de octubre se cumplen 40 años de las elecciones que determinaron la victoria de Raúl Alfonsín en 1983. Con aquella maravillosa expresión de civismo, la sociedad argentina emergía de sus horas más oscuras, para proyectarse hacia un esperanzado aunque incierto destino.
Los primeros tiempos de renacimiento democrático de la “Primavera alfonsinista” debieron afrontar las celadas de los adversarios de la democracia y la pesada herencia de la deuda externa legada por la Dictadura Cívico Militar. No faltaron las asonadas militares de los “carapintadas”, ni las presiones del FMI, ni el chantaje destituyente de los “tractorazos” de los grandes empresarios rurales. A ritmo acelerado, el encanto inicial del Estadista demócrata fue satirizado por los principales multimedia de la época, para tratar de convertirlo en una caricatura similar a aquella Tortuga a la que, dos décadas atrás, habían asociado a Arturo Illía antes de tumbarlo.
De nada valieron algunas iniciativas inicialmente exitosas, como el caso del Plan Austral. Inexorablemente el establishment fue desgastando su gobernabilidad, pero pese a ello nunca se consiguió echar sombra sobre los dos principales logros de su gestión: el Juicio a las Juntas y su pericia para conducir la nave de la democracia hacia puerto seguro ante el peligroso oleaje que pretendía arrasar con ella. No por casualidad fue, finalmente, el ahogo financiero que le impuso el FMI el que terminó conduciendo a la Argentina a la hiperinflación y a la entrega anticipada del mando.
Pero ese primer gobierno de la democracia contemporánea argentina dejó un ejemplo que debemos tener siempre en claro en las horas de cuestionamiento y de oscuridad: la actitud del presidente del PJ, Antonio Cafiero, acompañándolo en el balcón presidencial en la trágica Semana Santa de 1987 para hacer causa común con el primer mandatario, dejando de lado el cálculo político que aseguraba que, una vez depuesto o renunciado Alfonsín, el gobernador justicialista de la provincia de Buenos Aires accedería a la presidencia.
El gesto de Cafiero salvó a la democracia argentina, aunque terminó impidiéndole acceder a la primera magistratura, vencido poco después en las internas del peronismo por Carlos Menem. Pero Don Antonio no se lo reprochó: "En otros amagues, la oposición iba a Campo de Mayo, pero para pedir que se derrocara al gobierno constitucional. Nosotros tomamos por primera vez una actitud totalmente inversa: fuimos a Campo de Mayo a pedir la rendición de los militares sublevados", recordaría más adelante. Entre el rédito personal y la vida y el futuro de los argentinos había tomado la decisión virtuosa.
La imagen de esos dos grandes líderes en el balcón presidencial, hombro con hombro para combatir la asonada autoritaria militar, es tal vez la postal que mejor define a estos 40 años. En el pasado la ambición de poder personal había primado en instancias decisivas. Alfonsín y Cafiero, sin más armas que su convicción democrática, habían permitido consolidarla en una hora decisiva.
Después de 40 años resulta increíble –y, por qué no- bastante decepcionante que discursos autoritarios, negacionistas, reivindicadores del Terrorismo de Estado y propuestas de saqueo de la sociedad similares a las de Martínez de Hoz, e, incluso, muchos de los nombres que jugaron un papel protagónico durante los años de plomo, vuelvan a lanzarse sobre la escena argentina. Pero ni la democracia, ni ningún otro sistema político o social, son definitivos y están garantizados. Deben ser cultivados todos los días, por los líderes políticos y la ciudadanía, para ponernos a salvo de aventureros mesiánicos.
Hoy, como entonces, la unidad nacional articulada tras la pasión democrática se impone, para ponernos a salvo de los aprendices de brujos que pretenden retrotraernos al Estado de Naturaleza, con su ley de la selva disfrazada bajo la aparente neutralidad del mercado.
Cierto es que la democracia argentina, en estos 40 años, ha contraído una deuda social impaga y que muchos comportamientos de las dirigencias resultan condenables y merecen ser sancionados. Pero la única manera de garantizar el bienestar general y el futuro en paz y con crecimiento y redistribución económicos es aplicando la receta de más y mejor calidad democrática, y nunca invocando al Apocalipsis y al autoritarismo de los más poderosos. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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