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29 de noviembre de 2023 | Nacionales

Ambigüedad moral

Alberto Fernández, a kilómetros de la realidad

Su gobierno quedará como uno de los peores de la historia argentina. Su incapacidad para el ejercicio de la presidencia es algo que ningún argentino se animaría a cuestionar.

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A días de entregar el bastón presidencial –lo único que le queda de las atribuciones de primer mandatario-, Alberto Fernández se explayó sobre una multiplicidad de temas, como si su opinión resultara valiosa para alguien. 

Muy suelto de cuerpo, el dueño de Dylan –a propósito, ¿cuánto hace que no aparece en escena? ¿Y Fabiola Yáñez?- salió a criticar la posibilidad de que Daniel Scioli continúe como embajador argentino en Brasil durante la presidencia de Javier Milei. “Eso es imposible”, sentenció. Y argumentó que no podría hacerlo porque Javier Milei y él mismo –siempre autoreferencial- representan “dos Argentinas distintas”.

Si ya resulta difícil definir qué Argentina “representaría” Milei, con sus constantes redefiniciones programáticas y de elenco que lo acompañará, más difícil aún es explicar cuál es la que “representa” Alberto Fernández. Una sola certeza puede arriesgarse en este último caso: es la que ningún argentino quiere. 

El presidente testimonial en funciones parece ignorar que si bien las relaciones internacionales se gestan entre estados, también los sujetos que los dirigen y sus proyectos ideológicos o políticos juegan un rol decisivo. Ya Milei se encargó de embarrar la cancha con “Lula” lo suficiente como para poner en cuestión la continuidad del vínculo, y Daniel Scioli resulta la pieza clave para tratar de recomponerlo. Mucho menos podría ser una opinión a tener en cuenta la de un presidente saliente cuya turística política exterior se caracterizó por sus frecuentes papelones, cambios de orientación sobre la marcha y ausencia de brújula.

Pero Alberto Fernández no se quedó allí. Desde el balotaje hasta ahora viene dando entrevistas en las que pretende defender su gestión con argumentos que terminan condenándolo. Volvió a pedir perdón por la fiesta en Olivos durante la cuarentena y nuevamente responsabilizó a Fabiola Yañez. Toda una definición sobre su estatura moral.

También se refirió a la exigencia de renuncia a la presidencia del PJ que hizo pública Fernando Gray, el intendente de Esteban Echeverría. Pero Alberto quiere seguir atornillado a la silla, por lo que señaló que “es necesario que haya una reconfiguración en el PJ, eso lo comparto”. Pero -agregó inmediatamente- “el peronismo tiene que discutir lo que es y lo que quiere ser. Ha sido demasiadas cosas a lo largo de la historia. Ha sido conservador con Lúder; ha sido neoliberal con Menem; ha sido conservador popular con Duhalde; ha sido progresista con Néstor, con Cristina, conmigo. En verdad, tenemos que darle la identidad que el peronismo merece. La mayor revolución que necesita el peronismo es su democratización real, para que vuela a ser un partido nacional y no una confederación de partidos locales”.

“Lo hablaremos con los compañeros, eso es el planteo de un compañero”, concluyó, como si alguien en el PJ estuviera de acuerdo con su continuidad o, siquiera, en dirigirle la palabra. Pero Alberto es inimputable, por lo que se atrevió a dar consejos sobre el futuro del PJ. Y allí opinó que no necesariamente debería ser Axel Kicillof la referencia. “No lo sé, depende de él. Hay un montón (de opciones). ¿Por qué no Victoria Tolosa Paz, por qué no Katopodis, Ferarresi? Son algunos nombres que se me vienen a la cabeza”.

Al referirse a la coalición de gobierno que encabezó nominalmente, explicó: “Funcionó al comienzo y empezó a ser disfuncional en algún momento. Y eso es algo que debemos revisarnos. no creo que sea momento de cargar culpas sobre nadie, seguramente la culpa será compartida. Hubo un momento en que la cosa no funcionó como debe funcionar una coalición. En algún momento pareció que íbamos para lugares distintos y eso se expresó en acciones. Y eso hizo más difícil la gestión. Es una discusión que nos debemos en el peronismo”.

La ambigüedad líquida de Alberto Fernández invita a poner en cuestión una vez más sus afirmaciones sobre Daniel Scioli. Si el peronismo fue conservador, conservador popular y progresista, y si en su gobierno iban para lugares distintos sin definir un rumbo, ¿cuál es la Argentina que “representa” y en qué se distingue de la indefinición actual de Javier Milei?

Finalmente se refirió a su posible mudanza a España, ante lo que manifestó su “asombro” por “cómo lo transmiten y cómo lo dicen”. Y explicó que, antes de ser presidente, concurrió durante diez años a dar clases allí. Y agregó que desde que anunció que no iba a ir por la reelección, varias universidades lo convocaron para volver a dar clases. Pero, aclaró: “No es una residencia permanente, es posible que me tome unos meses para estar en España, pero acá tengo todo, amo Buenos Aires, amo a la Argentina. No estoy pensando en radicarme en España”. En síntesis, allá sólo lo quieren de visita. Y si realmente ama a la Argentina, debería haberlo demostrado mejor. 

Es imposible dejar de lado que, reiteradamente, Alberto Fernández afirmó durante su mandato que su objetivo no había sido la presidencia sino la embajada en España, en la que designó a otro radical, Ricardo Alfonsín. Incluso en el acto de su designación el presidente confirmó ese deseo, afirmando que había tenido que aceptar la primera magistratura como un acto de “patriotismo”. Una pena. En España hubiera hecho mucho menos daño.

Dos años atrás, la entonces diputada Fernanda Vallejos hizo pública la opinión de Cristina sobre el aún presidente de los argentinos: “Es un okupa”. Lo que no dijo es que al “okupa” lo designó la actual vicepresidenta, otra desaparecida en acción desde hace largo tiempo, justo cuando los argentinos más la hubieran necesitado. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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