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La crisis de dominación de los años 1970 no afectó sólo a los estados capitalistas, sino que ya presentaba fisuras muy importantes en los países satélites comunistas y comenzaba a sentirse en las propias unidades políticas integrantes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
La línea dura encabezada por Leonidas Brezhnev culminó con su muerte en 1984. Los gobiernos sucesivos no pudieron armonizar las diferentes líneas internas del Partido Comunista que desplegaban toda su actividad en la cooptación de los cuadros burocráticos. Así en los siguientes seis años, ni Yuri Andropov ni Constantin Chernenko lograron una coalición estable de poder.
A partir de 1985, Mijail Gorbachov se haría cargo del Partido Comunista Soviético y comenzaría a hacer reformas políticas y económicas que condicionarían el futuro de la URSS. Gorbachov puso en marcha un programa de reformas políticas que se conocen con el nombre de Glasnost que consistió, en un primer momento, en la liberación de los presos políticos y en una política de libertad de entrada y salida del país.
Estas medidas eran claras señales al mundo occidental y, en particular, a Estados Unidos, sobre la voluntad de Gorbachov de realizar un acercamiento al eje capitalista. La cumbre de Reykjavik de 1986 sería un momento de inflexión para las relaciones entre ambos bloques; a partir de ella, Gorbachov se comprometía a transformar las estructuras productivas soviéticas reorientando la producción militar a actividades civiles.
Con esta decisión se daba por finalizada la Guerra Fría. Un año después se confirmaría el fin de una era histórica con la Cumbre de Washington, donde la URSS se comprometió a realizar un desarme en gran escala y a gran velocidad. El último escollo del conflicto entre norteamericanos y soviéticos era Afganistán. A esa altura, el gobierno norteamericano solventaba a los rebeldes que propiciaban el derrocamiento de un gobierno afecto a las directivas soviéticas. Hacía años que ese conflicto estaba empantanado sin ofrecer solución definitiva. La URSS de Gorbachov retiró sus soldados y el acuerdo de paz, realizado en Ginebra en 1988, dio por concluido el último resabio de disputas este-oeste.
Lo que antecede sólo relata los acontecimientos en la superficie del poder político mundial, pero nada dice sobre cuáles fueron los reales motivos que determinaron la implosión del régimen soviético. Hasta ese momento, históricamente todos los imperios modernos se habían desintegrado como producto de una guerra externa, con un enemigo ajeno a la propia comunidad.
En el caso soviético, la desintegración se realizó en el período de seis años y sin provocar enfrentamientos bélicos con el poder central. Las guerras se declararon posteriormente a la independencia de las nuevas. unidades soberanas. El poder soviético venía sorteando a duras penas la relación con las repúblicas que conformaban la Unión Soviética. En la década del 80, existían más de 100 nacionalidades, mochas de las cuales reclamaban en forma constante algún grado de autonomía.
La Glasnot potenció estos reclamos; si bien no se eliminó el modelo monopartidista, comenzaron a surgir en las diferentes regiones líneas disidentes del Partido Comunista reclamando autonomías y el recambio de la clase política. La dirigencia política se caracterizaba por su anquilosamiento, su burocratización y eran concebidos por la población como un grupo que vivía de las prebendas que generaba el poder político.
En la práctica esto significaba que, además de controlar los resortes de poder, eran los beneficiarios directos de los circuitos informales de intercambio, práctica común en la economía soviética. Dada la política de racionamiento existente en el sistema comunista de producción, se fueron generando acopios y venta de productos en el sector informal del comercio de los cuales las autoridades locales eran cómplices por omisión o corruptos por desviación de estas mercaderías al circuito clandestino.
Con la Perestroika estos mecanismos ilegales pudieron salir a la luz e inicialmente benefició aún más a estos funcionarios. Por eso, la población no sólo reclamaba autonomía respecto del Kremlin sino que además exigía el desplazamiento de esta dirigencia. La primera demanda fue satisfecha, la segunda no.
Los reclamos de autonomía fueron inmediatos al ascenso de Gorbachov al poder. Desde 1986, Ucrania, Estonia, Lituania, Letonia, Azerbaiján, Moldavia, Georgia, Tadjiskistán, Kazajstán, Uzbekistán presionaron al poder central. Pero en un principio la relación de fuerza no beneficiaba a estas repúblicas. A medida que el tiempo transcurría y la Perestroika no daba los resultados esperados, la economía se hundió en una profunda depresión alterando las relaciones del gobierno con los productores nacionales, con el ejército y con los poderes locales. A esto se sumó que los enfrentamientos étnicos se profundizaban y se sucedían luchas entre los distintos pueblos.
Gorbachov, consciente de que tenía que dar un nuevo perfil a su gobierno, aplicó una mayor liberalización política, a la vez que envió señales claras a Occidente e intentó fortalecer al Kremlin. No resultó. En 1989, el mundo asistió al derrumbamiento del comunismo en Europa Oriental y Central: Polonia contaba con una disidencia muy fuerte, desde 1980, basada en el sindicato Solidaridad, opositor y fervientemente católico, cada vez más distante del poder soviético y con un fuerte sentimiento antirruso que se volcó rápidamente a gobiernos de derecha; Hungría y Bulgaria, que sin pena ni gloria adhirieron al capitalismo, casi con el mismo fervor que los había unido al comunismo; Rumania cuyo pueblo vilipendió a su líder comunista, Nicolae Ceausescu; la República Democrática de Alemania fue absorbida por la parte occidental; Checoslovaquia se disoció del poder central, pero se vería sometida a una secesión interna constituyendo dos naciones étnicas: República Eslovaca, República Checa; los países que no eran satélites como Albania y Yugoslavia combinaron el proceso de independencia con conflictos nacionalistas.
Mientras en el primero no terminó con segregaciones territoriales, el segundo fue especialmente grave. En efecto la guerra de las naciones de la ex Yugoslavia explotó en 1992 y sumió a las distintas etnias en una masacre calamitosa.
Al año siguiente se conformaron como entidades autónomas: Bosnia-Herzegovina, la República Yugoslava de Macedonia, la República Federativa de Yugoslavia (que en el 2003 tomó el nombre de República de Montenegro y Serbia), Eslovenia y Croacia. Distinta era la situación para las quince repúblicas integrantes de la URSS. Gorbachov convocó a un referéndum con el objetivo de mantener la unión política.
El pueblo eligió la unión a pesar que algunos integrantes boicotearon la elección. Particularmente fue el caso de Letonia, Lituania, Estonia, Georgia, Ucrania y Moldavia que se apresuraron a declarar su independencia. Sin embargo, se sabía que esta movida política de Gorbachov iba a generar la movilización de los servicios secretos, la policía, el ejército y de los poderes locales. La conspiración de estos sectores concluyó, en 1991, con el secuestro de Gorbachov y en un intento de golpe de estado. El presidente de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, desarticuló el movimiento contrarrevolucionario.
El golpe igualmente logró que no se siguiera adelante con la política de la Unión y opacó a la figura de Gorbachov que quedó relegada frente a la ascendencia de Yeltsin. En el mismo año se independizaron Azerbaiyán, Armenia, Bielorrusia, Kirguiztán, Kazajstán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Rusia. En los primeros años, su evolución económica fue dificultosa y muchos de estos países apelaron a los organismos internacionales de crédito para poder solventar su pobre economía.
Pero la tendencia en los últimos años ha comenzado a revertirse para algunos de estos países. En particular, desde 1994, Rusia y Bielorrusia iniciaron un proceso de integración que preside, desde el año 2000, el bielorruso Alexandr Lukachenko. A finales de ese mismo año, y en un marco de integraciones regionales que se extienden por todo el mundo, se creó la Comunidad Económica Eurasiática (CEE) donde se incorporaron Kirguiztán, Kazajstán, Tayikistán y Moldavia. Parecería observarse una reconstrucción del polo soviético, aunque existen todavía muchas reticencias entre los otros Estados que compusieron históricamente la Unión.
Otros países que habían seguido el modelo comunista transitaron caminos distintos. Corea avanzó en la integración del territorio adoptando progresivamente las prácticas capitalistas; Vietnam dejó de percibir la ayuda soviética y también observó ciertos grados de apertura hacia Occidente. Cuba mantuvo la ortodoxia retórica, lo que la transformó en el centro de los ataques de los organismos internacionales, a lo que se suma el excesivo entusiasmo norteamericano por cerrar el comercio a esta isla y condenarla sistemáticamente en la Comisión Internacional de Derechos Humanos.
Cuba se vio muy perjudicada en los primeros años del colapso socialista, ya que perdieron su comprador cautivo y las ayudas económicas de antaño; a partir de 1995, comenzó a diversificar su producción y a incentivar el turismo sanitario; si bien logró sobrevivir con demasiado esfuerzo, en un mundo apasionadamente neoliberal, los resultados no son del todo promisorios; en sentido opuesto, todos los regímenes socialistas africanos protegidos por la Unión Soviética –Angola, Etiopía, Mozambique y Yemen del Sur– no pudieron sobrevivir a la orfandad política.
Por su parte China, nunca adepta al modelo soviético, impulsó lo que autodenomina “socialismo de mercado”, que en la práctica se plasma en una política que permite inversiones privadas pero con un fuerte proteccionismo, restricción de la circulación de bienes y una política de exportación agresiva, lo que la ha convertido en el país más avanzado en materia industrial, con registros del PBI muy superiores a las EIA (Economías Industriales Avanzadas.
En el preciso instante en que la Unión Soviética se desintegraba, la gerontocracia china sufrió un cuestionamiento muy importante de los sectores juveniles. Sin embargo, el régimen pudo demostrar que su aparato represivo se mantenía todavía intacto, y controló a los disconformes descargando una feroz represión. La matanza de Tiananmen en 1989 implicó un fortalecimiento del poder policíaco interno y posibilitó el impulso de una política más decidida de liberalización económica. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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