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15 de enero de 2024 | Opinión

Políticas artificiales

Sobre la ficción detrás del futuro argentino

Como concepto, la “previsión económica” es uno que se ha puesto en boga a partir de las “predicción hiperinflacionaria” y lo que el naciente presidente Javier Milei describió como lo pocos márgenes de acción política que tenía; que, a grandes rasgos, funcionan como la piedra de toque que justifica el resto de las numerosas medidas que ha decretado.

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por:
Lucas Agustín Pérez Picasso

“La ficción no es la invención de seres imaginarios opuesta
a la realidad de las acciones. Ella es la práctica
que da sentido a estas acciones articulando lo perceptible,
lo decible y lo pensable. (...) En este sentido,
la acción política y la ciencia social utilizan
 ficciones tanto como los novelistas o los cineastas”

Jacques Rancière, Política de la ficción.

La tendencia en creer sin miramientos en la “emergencia” dispuesta por nuevos gobiernos parece afectar, a lo largo de los últimos años, a la politicidad del ciudadano argentino, y se ha colocado como uno de los ejes preferidos de discusión en materia de economía política dentro del debate popular. A decir, como un “castrado proyecto económico” que está en constante o perpetuo devenir pero que, cuya realización, siempre culmina con una infidencia con tintes derrotistas. Este tipo de retoricas apocalípticas, en el sentido de que vaticinan “lo peor”, nos resultan “familiares” porque -en mayor o menor medida- conservan la estructura formal de las invenciones de la cultura artístico-literaria ya instaurada detrás su significación comunitaria.

Esta disposición de la política a prefigurar instancias de significación sobre una teleología, construye, sobre todo: “discurso”. Son modelos de pensamientos desde donde generar pertenencia en ese lazo metafórico entre la presunción de realismo de lo político y la ficción por la que se edifica la política. La construcción da la idea -para no nombrar al citadinito G. Orwell- la podemos encontrar a través de ficciones impulsadas por la masividad cinematográfica, en obras de principios del siglo XX, como lo puede ser el clásico Metrópolis (1927) del reconocido cineasta alemán Fritz Lang, o en la más reciente ciencia-ficción del siglo XXI introducida por el cine hollywoodense de más alto impacto como lo fue la saga Matrix (1999 – 2021) de las hermanas Wachowski. Estos son atisbos escenificados donde podemos ver un futuro que decadentiza a la humanidad pero que, en ese concierto fúnebre, el capital sigue afinando sus instrumentos para tocar a la par de las novedades sociales que él mismo fabrica.

En la actualidad esa sensación ambigua entre novedad y familiaridad es quizás aún más provocativa cuando vemos el concepto hacerse eco en, ya no solamente las páginas de libros en donde aparecen nombres como los de Philip K. Dick, Isaac Asimov, Arthur Clarke, etcétera, sino en portales periodísticos que tenemos a nuestro alcance, como si se tratase de una necesidad constante de normalización de eventos que, como los fotogramas de una película, corren tan veloces que la reflexión por el futuro se coagula como una por el presente, en donde la pregunta por la urgencia, la emergencia y el cambio social nunca se hace esperar.

Ahora bien, más allá de si esa pregunta ex profeso es la que más nos presiona a cuestionar filosóficamente aquello que llamamos “futuro político”, en realidad la “mitología” que subyace al concepto es lo que más provoca intervenciones dentro del interés público. La mayoría de las preguntas curiosamente se dirigen, no tanto a cómo funciona la economía que lleva a cabo el actual gobierno nacional, sino sobre la “evolución” que pueden tener estos programas o medidas. O, en los términos que estamos intentando instaurar, cómo hará Milei para narrar de la manera más coherente “su política oficial” sin fracasar en el intento.

Esto nos sugiere explorar un poco más la temática a partir su estructura discursiva implícita. En la mayoría de narraciones y films de ciencia ficción y su relación futurística con el destino humano, existe una tendencia a figurar escatologías de tintes apocalípticos o, en el mejor de los casos, distópicos. La piedra angular del concepto ha sido toda la imaginería que ha traccionado la fascinación y el terror que provoca o puede provocar al humano el ser destruido, en alguna instancia, por lo que el mismo creo en aras de “vivir mejor”. No obstante, la traducción que debe hacerse de esta escatología que reposa detrás del concepto y su ficción, cuando es llevado a un discurso que intenta pintar realmente el futuro de una nación, es que pasa a entenderse técnicamente como una “ideología”.

Karl Mannheim en su tratado Ideología y utopía tiene una peculiar manera de definir la idea de ideología en contraposición con la de utopía. Estas categorías constituyen procesos y dinámicas de cambio y conservación político-social dentro de territorios concretos. Es decir, si la utopía la entendemos como el ideal capaz de “transformar” políticamente todos los estratos de una sociedad, la “ideología” se comprende como aquello que actúa para “conservar” un orden social. De esta manera los ideales de transformación, conformación y conservación de una nación se construyen a partir del potencial que tiene la política para establecer un “orden de transformación”. Las voluntades, que son las capaces de generar cambios o transformaciones, deben ser mentadas a través una dinámica que no se escapa a la construcción histórica; pero, por otro lado, y esto es lo más interesante, todo orden estático debe generar una proyección hacia el futuro o, en otros términos, debe tener “predictibilidad” para construir, o bien, destruir algo a priori.

En este sentido el potencial predictivo de la realidad que tienen las ficciones cobra sumamente relevancia cuando nos adentramos al terreno político. Es decir, varios fenómenos ficcionales dentro de la historia han actuado como motor de acción política, el más reconocido podemos decir es el viejo concepto de “providencia” que llega hasta la idea positiva de “progreso” de la modernidad y la más actual que nunca proyectividad de la “economía política”. El pensamiento político del ser humano siempre estuvo marcado por esta exegesis que encuadra su presente con un horizonte inexistente pero que ordena socialmente llamado en materia política como “porvenir”. Ejemplos de ellos son los grandes esfuerzos de generar teorías de la explicación histórica como el positivismo de Augusto Comte, el materialismo histórico de Karl Marx, el anarquismo de Pierre-Joseph Proudhon, etcétera, que pretenden tanto, la existencia de una garantía o seguro frente a los años venideros de la humanidad, como también su contraparte, que sería la posibilidad apocalíptica. Este tipo de pensamiento premonitorio ha sido para la retórica política moderna en adelante un insumo de creación discursiva pletórico, desde el dispositivo “promesa electoral” hasta la creación de políticas preventivas para “evitar la extinción de la humanidad”, son ejemplos de cómo actúan las ficciones políticas para registrar en la actualidad un pensamiento que labra un surco y nos permite imaginarnos en un futuro posible si los resultados políticos están a la orden del día.

En nuestro caso particular el fenómeno se explica a partir del potencial predictivo que puede tener un proyecto económico, como también, que nos muestran los índices sobre los que se elaboran las previsiones fiduciarias del FMI. Sobre todo, las variables políticas son de gran estimación, ya que confieren al tipo “emergente” de economía política por el que se solicita la apelación al organismo. Aunque la complejidad de las lecturas de base de datos, las fórmulas y cálculos estadísticos-económicos, los criterios metodológicos, etc. no son mera hojarasca, todos los índices de la macro que hacen a las relaciones entre una nación y organismos internacionales se sustentan simplemente en “modelos”, que son la forma con la que actúa toda ciencia rigurosa para determinar sus condiciones iniciales, la axiomatización y la predictibilidad de sus teorías.

Naturalmente el pensamiento predictivo es una constante en ciencia. Que un modelo científico tenga un potencial predictivo es de todo deseable y, efectivamente, es una virtud dentro de sus resultados. Sin embargo, la “futurología” es un caso bastante diferente a este concepto de predicción científica, pero que se disfraza con sus mismos principios. Esta cuestión se estanca más en una política económica que persigue su justificación a partir de motivos premonitorios y juzgados desde un discurso llanamente instaurado; lo cual no está mal, porque la economía a veces no tiene margen de opinión más que los de sus actores. En efecto, los índices de comportamiento económico humano son más “relativos” -por no decir complejos- de estimar que los de un electrón, los cuales dejan a la deriva de interpretaciones o mediciones que se elaboran a la base de modelos que ni contextual ni políticamente encajan en toda nación del planeta.

Esto atrae dos problemas, el primero es el “pesimismo” como herramienta de construcción política. Claramente una sociedad del hartazgo impide tomar en serio posiciones políticas relevantes en momentos en donde se ejerce la tarea electoral, e infunde al candidato que posee la opción más novedosa como la más prometedora, sin importar las cuestiones de fondo como lo son las bases de sustentación de su proyecto, los conflictos de intereses a los que responde, etc. Forma casi una paradoja del arte político dentro de la misma sociedad civil en tanto que la propuesta se toma con pesimismo por las reservas que se tiene por el futuro, pero a la vez invita a tomar como motivo principal la opción novedosa como la más racional.  Esta es una clase de racionalidad colectiva que infunde al gobernante “planes de turno”, el “vamos a ver qué hace”, más que la racionalidad del “nosotros” que crea una comunidad de negociación y consenso sustentada en la democracia. Subrepticiamente hay una necesidad de elegir en que ponemos el foco de nuestra atención para idear, militar y proponer planes preventivos. Es decir, pareciese que hay una necesidad de escoger con qué tipo de narrativa futura deseamos extinguirnos, como si se tratase de una feria de excentricidades, ignorando las bondades que puede tener otro tipo de línea política o como se manipulan las narrativas. Lo cual, no hace falta decirlo, es una dinámica discursiva muy pobre en ideas para un entramado político tan rico en sugerencias como lo es el de la Argentina.   

La segunda consecuencia que se desprende es lo que podríamos llamar como la “transmutación de la esencia política”. La política es sinónimo de solución de problemas y conservación social/humana, es decir, donde se aggiorna la política es en el presente, emite soluciones a un presente, no desde una promesa simbólica de que “en 45 años podremos tener una economía similar a la de Irlanda”. Como hemos señalado, estos tipos de discursos intentan llenar ambas categorías, las utópicas y las ideológicas. Representado sus motivaciones mesiánicas, condicionan las subjetividades que integran el tejido social, paralizando la acción desde este rasgo totalizador del discurso. Si todo ha sido llenado de significado no hay necesidad de interpretación, ni para lo que se quiere conservar ni para lo que se desea transformar. Toto coelo trae resultados catastróficos en las sociedades que constantemente están enfrentando “crisis de identidad económica”. Es imposible disponer desde la práctica soluciones estándares y presentarlas como herramientas de renovación respecto de organismos que son necesarios para el ordenamiento social como lo es el estado. La pregunta que debemos comenzar a hacernos y que engloba esta segunda problemática es: “¿Hasta dónde es predecible la economía como para tomarnos en serio su posición hacia el futuro?”.

Más allá de estos atascos políticos formados también -sin olvidarlo- en el propio seno de la democracia, lo sumamente relevante es comprender cómo actúa este tipo de desarrollo político-social que avanza a la par de las formas posmodernas de comprender la economía y la política en el mundo. Se presentan casi como un “designio”, más que como un camino en donde hay sesgos, decisiones y motivaciones que hacen a su marcha. La creencia en una teodicea o de respuestas labradas en piedra de la economía es un gran error que atenta a los seres dotados de voluntad que somos, en tanto que, si fuera el caso, no podemos intervenir ni decidir sobre lo que hace ella sobre nosotros. Y quizás, ese es el plan.

 

(*) Lucas Agustín Pérez Picasso. Universidad de Buenos Aires, docente en filosofía.


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