
Municipales
La dirigencia política revolucionaria del Río de la Plata debió afrontar dos cuestiones fundamentales: consolidar la revolución, objetivo que descansaba en la fuerza de las armas, y dar vida a un régimen político capaz de cohesionar a los pueblos y territorios que habían permanecido unidos en virtud del pacto de fidelidad con el rey de España.
En el primer caso, los intentos de preservar la unidad territorial del Virreynato del Río de la Plata tuvieron un éxito limitado; en el segundo, fueron signados varios pactos y alianzas durante la primera mitad del siglo, en el marco de las guerras civiles. Sin embargo, a la caída del rosismo no se había alcanzado una solución definitiva, y la definición de un régimen político sustentado por una normativa constitucional constituía todavía una deuda pendiente.
La primera cuestión, la consolidación de la revolución, escapa a mi objeto de estudio, ya que se resolvió en los hechos en los inicios de la segunda década revolucionaria. Por el contrario, la construcción del régimen político nacional ocupa de lleno este trabajo. Si bien aquí estudio una etapa concreta y decisiva de ese proceso, resulta indispensable presentar una elemental introducción. Según se ha afirmado reiteradamente, si bien existieron en un principio dos formas de gobierno postuladas por la nueva dirigencia, la república y la monarquía constitucional, puede afirmarse que la segunda opción, aunque sostenida por algunas figuras prominentes de la revolución y postulada durante las sesiones iniciales del Congreso de Tucumán, no encontró un punto de partida apropiado en la tradición republicana que había echado raíces profundas. Para Alberdi, la prueba de la vigencia de este principio estaba demostrada por el hecho de que, pese a que los hombres prominentes habían expresado su inclinación por la monarquía constitucional, no encontraron signos favorables para llevarlo a la práctica en las potencias europeas, por lo que debió archivarse. El Río de la Plata debía ser republicano por la fuerza de los hechos.
De este modo, la adopción de la república como forma de gobierno significaba la primera certeza para el complejo dilema del gobierno de las sociedades post revolucionarias. Sin embargo, la tensión entre federación y confederación impidió definir un modelo definitivo de organización del poder político, y condujo inexorablemente a la guerra civil, que se extendió a lo largo de la primera mitad del siglo.
Asimismo, la liquidación del sistema colonial planteó la necesidad de construir una “legitimidad de reemplazo” para el principio monárquico caído con la Revolución de Mayo. Si bien la soberanía del pueblo fue proclamada precozmente, los estudios canónicos han cuestionado la vigencia de este principio, denunciando tanto las tendencias exclusivistas imperantes en el seno del partido unitario, cuanto el sesgo autoritario y las relaciones de patronazgo que habrían caracterizado al partido federal, y, en especial, a su máximo exponente, el Brigadier General Juan Manuel de Rosas. Muy frecuentemente, el régimen político rivadaviano fue tildado de aristocrático y excluyente, en tanto el orden rosista fue caracterizado como una síntesis de autoritarismo y viciosa ilegitimidad.
La versión nativa del liberalismo notabilar decimonónico reconoció profundas marcas de una publicística romántica, que constantemente recurrió a la desacreditación del pasado con el fin de amplificar los objetivos y logros de su autoasignada gestión misional de construcción del progreso y creación de la República a nivel nacional. Si bien el proceso de construcción del poder ha sido explorado en detalle por los autores, no parece haber sucedido lo mismo con la cuestión de la autoridad política y su incidencia en el marco del proceso de construcción de una nueva legitimidad. ¿Se debió esto a la perspectiva adoptada por los historiadores, o bien la cuestión de la autoridad política, y del consenso social indispensable que debía rodearla, no adquirió un papel destacado dentro de las reflexiones de los publicistas de la época?
Las miradas clásicas de la historiografía liberal
En su tradicional ensayo sobre Las ideas políticas en la Argentina, José Luis Romero adjudicó a la generación del ’37 la autoría de una lectura superadora del drama político nativo, que denotaba la influencia del pensamiento social francés. A su juicio, los jóvenes del ’37 habrían realizado una crítica irreverente de la acción de la primera generación de unitarios, identificando en su exclusivismo social practicado una de las claves fundamentales para la instalación del orden rosista, al tiempo que centraban su interés en el estudio de la relación entre las elites políticas y la sociedad, al que atribuían una importancia fundamental. También Ricaurte Soler consideró que la valoración de esa dimensión social habría constituido una diferencia fundamental entre el romanticismo y la Ideología rivadaviana. Tulio Halperín Donghi, en tanto, aseguró que la generación del ’37 había adoptado una “premisa tan firme y compartida que no iba a ser discutida ni aun por quienes hallaron inaceptables las conclusiones que de ella pretendían deducirse; a saber, que en la Argentina ningún poder político puede sobrevivir a espaldas de las masas”. Esta vinculación indispensable sería el resultado de la síntesis entre el nuevo lugar que la campaña había adquirido dentro del juego político después de la Revolución de Mayo y la conformación de una sociedad urbana dinámica y móvil, y constituía una nueva respuesta frente a ese formidable desafío impuesto a la política post-revolucionaria por la caída del principio monárquico, es decir, la construcción de una legitimidad de nuevo cuño que permitiese poner un punto final al proceso de fragmentación interna. Sin embargo, la aceptación de la incuestionable legitimidad social del régimen encabezado por Juan Manuel de Rosas –en definitiva, el único capaz de imponer el orden en una sociedad atrasada y violenta-, no consiguió despertar mayor entusiasmo en el Restaurador ni, mucho menos, a considerar la ambiciosa pretensión de los jóvenes románticos de convertirse en ideólogos de la Santa Federación. Por entonces los frutos no estaban todavía maduros para elaborar una síntesis integradora que permitiese evitar la continuidad, por más de quince años, de esa larga guerra de posiciones y estrategias que se desarrollaba entre ambas márgenes del Plata, e involucraba a los antiguos territorios del Virreinato del Río de la Plata y el Imperio del Brasil.
En realidad, a la luz de los estudios disponibles resulta posible sostener que la preocupación por la generación de un indispensable consenso social –elemento esencial del proceso de construcción de la autoridad política-, no habría sido prerrogativa exclusiva de la publicística liberal vinculada a la generación del ’37 y a la Asociación de Mayo, sino una preocupación común de las élites políticas e intelectuales de la época. Las razones procedían de dos fuentes. Por una parte, era vislumbrada como una cuestión elemental, indispensable para la consolidación de cualquier régimen político estable. En efecto, la preservación de la autoridad había jugado un papel esencial en la reproducción de la obligación política en tiempos del régimen colonial, que de este modo había conseguido mantener la lealtad de sus colonias a pesar de su señalada decadencia. Asimismo, la traducción de jerarquías sociales en liderazgos políticos criollos presentaba pruebas abundantes e irrefutables desde los tiempos de las invasiones inglesas, en los que una opinión pública ampliada había actuado como caja de resonancia de la política, desempeñando un papel decisivo en la formación de nuevas jefaturas.
La segunda fuente que aconsejaba tramar ese consenso residía en la preocupación -y aún el manifiesto temor- evidenciado por las elites criollas iberoamericanas durante la primera mitad del siglo XIX, a la luz de las consecuencias de la rebelión haitiana, que les condujo a elaborar diversos mecanismos de cooptación y control social. De hecho, si bien la marea revolucionaria en el Río de la Plata provocó la agitación de “unas clases peligrosas, de torva mirada y rostro amenazante”, lo cual provocó el temor de las clases decentes, la relación establecida entre la elite y amplios sectores de la población resultó sumamente compleja, en tanto el repliegue a la intimidad experimentado por aquellas estuvo acompañado de su participación en diversos escenarios públicos –como el teatro, los paseos públicos, los baños nocturnos en el río o la participación en fiestas públicas-, que constituyeron otras tantas instancias de despliegue de la posición social de las clases distinguidas en el marco del nuevo escenario republicano. Estos aportes permiten sostener la hipótesis de que la relación entre las elites dirigentes y las clases subalternas no habría descansado únicamente sobre el ejercicio de la represión desnuda –encuadrados en la dimensión de ejercicio del poder-, sino que habría apuntado a la construcción de regímenes dotados de legitimidad suficiente, y al establecimiento de reglas de juego adecuadas para consolidar la obligación política de los gobernados. En estos casos, evidentemente, esa dimensión social de la legitimidad jugaba un papel definitorio.
De este modo, la originalidad del caso rioplatense parece haber radicado, fundamentalmente, en el contenido y la inspiración de las propuestas prescriptas para delinear ese consenso, o, en todo caso, a su ausencia. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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