
Cultura
Cuarta entrega de esta saga de crónicas a pedal con un sencillo pero imponente periplo que anima a ciclistas de todo tipo: los 74 kilómetros de arena compacta entre Punta Rasa, al norte de San Clemente del Tuyú, y el faro de Punta Médanos.
Andar varios kilómetros en bicicleta por sus orillas reafirma la idea de que uno puede volver al mar mil veces y encontrarse siempre con algo diferente. Claro que no es lo mismo la playa para el vendedor de helados que para el que alquila una habitación con vista al océano. No todo es poesía ni inspiración, pero a veces se presentan oportunidades demasiado a mano como para dejarlas escapar. Y una de ellas es recorrer esos pueblos atestados de gente de una manera diferente a toda esa gente. Despacio pero sin caminar. En dos ruedas pero no en moto. De cara al sol pero sin tener que subirse a una tabla de surf. Avanzando entre arenas que solo parecen atravesar las 4x4. Y enfrentando el viento como hacen las avionetas publicitarias. En bici.
El cicloturismo combina cierta destreza física con facilidades técnicas y el ejercicio de la contemplación. Nadie buscar ganar la medalla olímpica. Se intenta simplemente llegar a destino no como muestra de poder hacerlo rápido, sino de poder hacerlo completo. La expansión de esta actividad en Argentina le dio popularidad a rutas que antes eran de culto (como el Camino de los Siete Lagos, algún cruce a Chile o la Quebrada de Humahuaca) pero también abrió itinerarios hasta entonces ignorados o despreciados. Como algunos de la Costa Atlántica.
Tuvieron que pasar muchos siglos para que las playas argentinas fueran valoradas como destinos turísticos. Y otros tantos años para que los ciclistas descubrieran ahí una alternativa a la montaña, el bosque, la selva, el ripio o las sierras. Hoy es común ver bicis bordeando las orillas entre reposeras, partidos de tejo y churreros. O al menos mucho más común que encontrarse con un vendedor de barquillos, especie en extinción de nuestros veranos.
Por supuesto que hay playas y playas. Es decir: arenas y arenas. Algunas están revueltas por el viento, otras flojas por el tránsito constante de vehículos. Pero hay un tramo donde el suelo es inesperadamente firme y las condiciones climáticas favorables pueden ser previstas a través del WindGuru: los 80 kilómetros que recorren el Partido de La Costa desde San Clemente, al final de la Bahía Samborombón, hasta Punta Médanos, donde no hay más que un faro y el playón de un puerto de aguas profundas que nunca se desarrolló.
En todo ese frente costero, la arena está más compacta por motivos que van desde la influencia natural del agua hasta la edificación contranatura a orillas del mar. La solidez del suelo estimula a ciclistas a hacer el recorrido de un tirón, unos 70 kilómetros. Pero lo normal es elegir uno de los extremos y encararlo desde un punto intermedio, al cual —dato no menor— habrá que regresar.
En nuestro caso, decidimos llevar las bicis en el auto hasta Mar del Tuyú, cabecera del Partido de La Costa y prácticamente a la misma distancia de Punta Rasa que de Punta Médanos: 36 kilómetros. El día elegido de un febrero muy lejano nos ofrecía un viento norte, menos agresivo que el del sur, que viene directo del mar. Lo recomendable si se va a pedalear de ida y de vuelta en la misma jornada es arrancar con el viento en contra, ya que en ese momento hay más pila y entusiasmo que a la vuelta, cuando la bicicleta parece más pesada y las piernas empiezan a pedir tregua.
Ir hacia el norte de esa ruta playera desde Mar del Tuyú ofrece el beneficio de poder hacer un tramo de casi 20 kilómetros por calles internas de pavimento o arena compacta, periplo que igualmente permite ver el mar entre las bocacalles y sentir bien de cerca su rugido. Son las que unen la localidad cabecera del Partido de La Costa con las vecinas Santa Teresita, Costa Chica y Las Toninas, sucedidas como si fueran barrios contiguos y sólo separadas por límites imaginarios.
Pero más allá de Las Toninas es cuando comienza la verdadera aventura: desde allí hasta San Clemente, el pueblo siguiente, no hay urbanización intermedia, con lo cual no queda más remedio que lanzarse a la costa. Son 17 kilómetros fabulosos de playas cada vez mas anchas y vírgenes en las que uno se entrevera con las bandadas de aves que usan esos páramos desolados para tomarse un descanso de sus largas migraciones buscando siempre el calor. Aunque ya de a poco se observa en este tramo una serie de emprendimientos inmobiliarios que amenazan con alterar la calma y también un ecosistema que muchos ambientalistas procuran proteger en una desigual lucha de poder.
Lo bueno dura poco. Y se nota llegando a San Clemente, donde reaparece el gentío con sus carpas, cañas, motos y camionetas buscando llegar a donde otros no saben o no pueden. Pero hay un recurso para volver a sortear la multitud contaminante aunque sea por otro ratito: entrar a la ciudad y, desde allí, ir a la rotonda surcada por las avenidas IX y Naval, la cual deriva en un camino vecinal de tosca que comunica con el faro San Antonio y Punta Rasa, ese vértice de arena y fango que une la parte sur de la Bahía Samborombón con el norte del Cabo San Antonio. Es decir, el preciso sitio en el que se tocan el Río de la Plata y el Mar Argentino.
La reserva natural que antecede a Punta Rasa es un reservorio de aves, plantas y multitudes de cangrejos que se entreveran entre la gente. Una postal profunda de la vieja región del Tuyú, donde como en pocas partes del mundo conviven en una inédita armonía la pampa con la playa.
Finalmente, la llegada se premia con una vista poca vista de 360 grados en la que la arena muestra los últimos dominios de su reinado antes de las aguas revueltas del río y del mar inicien su imperio profundo y misterioso. El mismo que uno desea descubrir en bici antes de tener que pegar la vuelta, ahora ya con el viento a favor y el deseo de regresar para compartirlo como la pequeña gran hazaña del día. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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