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El hospital Garrahan es mucho más que una institución sanitaria: es un símbolo del compromiso social, del federalismo solidario y del derecho a la salud de todos los niños y niñas del país. Fue inaugurado en 1987 por el presidente Raúl Alfonsín como parte de un proyecto que imaginaba un país más justo, más humano y más igualitario.
Hoy, las noticias nos golpean con una realidad que indigna: recortes presupuestarios, renuncias masivas de profesionales por sueldos indignos, servicios en riesgo y, lo más doloroso, miles de familias angustiadas ante la posibilidad de perder una atención que no podrían conseguir en otro lugar. Lo que fue construido con visión de futuro y compromiso con la vida, está siendo desmantelado con frialdad ideológica y desprecio por lo público.
El gobierno de Javier Milei, en nombre de una "libertad" que excluye, ajusta sin miramientos sobre lo esencial. Habla de casta pero castiga a quienes más necesitan. Habla de eficiencia pero ahoga a instituciones que funcionan. Habla de futuro pero dinamita puentes fundamentales para construirlo. ¿Qué libertad es esa que deja a un niño sin tratamiento oncológico? ¿Qué ética justifica abandonar a los profesionales de la salud que sostienen un hospital de excelencia con vocación y sacrificio?
No se trata sólo del Garrahan. Se trata de un modelo de país. Un país que cuida o uno que abandona. Uno que reconoce derechos o uno que los transforma en mercancía. Uno que continúa el legado de quienes creyeron en el estado como garante de justicia social o uno que lo reduce a cenizas.
Raúl Alfonsín decía: "La democracia no es sólo votar, es también comer, educarse, curarse". Hoy, cuando vemos en riesgo el corazón mismo de esa idea, es nuestra responsabilidad alzar la voz. Porque dejar caer al Garrahan no es un problema de presupuesto: es una decisión política. Y, sobre todo, una traición a lo mejor de nuestra historia.
(*) Lorena Matzen es legisladora provincial de Río Negro.
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