
Cultura
El dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, liberó a 37 annoboneses tras once meses de tortura y desaparición forzada, pero los ocultó en la incomunicada isla de Annobón para silenciar el horror y eludir las exigencias de las Naciones Unidas.
Las escuetas imágenes difundidas en las últimas horas, tras la liberación de los 37 ciudadanos annoboneses secuestrados por el régimen de Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, no solo conmueven: interpelan. Lo que debería haber sido una restitución de derechos, ordenada por la Organización de las Naciones Unidas, se convirtió en una brutal escenificación de impunidad. Sin parte médico, sin justicia, sin reparación. Y lo más grave: sin testigos.
Uno de los casos más estremecedores es el de Estrella Alfaro Aracil, artista popular en la isla de Annobón. Fue secuestrada durante la madrugada, sin orden judicial ni explicación, y permaneció incomunicada durante once meses. Las fotografías actuales muestran a una mujer irreconocible: rapada, desnutrida, con hematomas visibles, mirada vacía y dificultad para caminar. Su cuerpo es testimonio de lo que significa hoy oponerse al régimen en Guinea Ecuatorial.
Pero Estrella no es la única. Allegados dejaron trascender que la mayoría de los liberados se encuentra en condiciones físicas deplorables, varios de ellos afectados por distintos tipos de paralisis que, se cree, son fruto de largas sesiones de torturas.
Francisco Ballovera Estrada, poeta y militante del legalizado Convergencia para la Democracia Social (CPDS), también fue liberado. Su “crimen” fue llevar víveres a familiares trasladados forzosamente desde Annobón a Malabo tras protestar contra el uso de dinamita por parte de la empresa SOMAGEC. Por ese acto solidario, Ballovera fue detenido, incomunicado y encerrado en condiciones inhumanas. Hoy, según testigos, apenas puede hablar por la debilidad física que padece.
La excarcelación de estos 37 annoboneses no fue más que una operación encubierta. Todos fueron trasladados previamente a la isla de Annobón, a más de 500 kilómetros de la capital, para evitar que las delegaciones diplomáticas, periodistas y organizaciones internacionales constaten el verdadero estado en el que se encuentran las víctimas. Ninguno recibió atención médica ni tuvo contacto con organismos de derechos humanos. Ni siquiera se emitió una declaración judicial o administrativa. Solo silencio.
Lo que ocurre hoy en Annobón es inaceptable. La isla ha sido transformada en un campo de concentración a cielo abierto, sin comida, sin hospitales, sin medicinas y bajo una estricta vigilancia militar. Un enclave étnico completamente aislado, sin teléfonos ni internet, al que se castiga por ser diferente, por haber alzado la voz.
El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas ya fue contundente: estas detenciones fueron arbitrarias, racistas y sistemáticas. Exigió la liberación inmediata de los presos, una investigación penal contra los responsables, reparación económica y la difusión pública de la condena. El régimen de Obiang no cumplió nada. Fingió un indulto masivo y exigió que el mundo lo felicite por su “humanidad”.
Desde Annobón, las autoridades locales de la República de Annobón en el exilio fueron claras: si alguno de los liberados muere, el único responsable es el régimen de Malabo. Porque lo que ha hecho Obiang no es liberar: es desplazar la tortura, esconderla, enterrarla en una isla lejana para que nadie la vea.
Mientras Guinea Ecuatorial promociona “turismo, paz y desarrollo” en redes sociales, encarcela poetas, desfigura cantantes y reprime pueblos enteros. Es tiempo de que la comunidad internacional deje de mirar para otro lado. Porque cada día de silencio es un día más de impunidad. Y porque si bien los han liberado físicamente, la verdad sigue secuestrada. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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