
Interior
María Bernavitti de Roldán es el nombre de una de las tantas mujeres combativas que iniciaron el período revolucionario en aquellas históricas jornadas de octubre de 1945.
Fabriquera y delegada sindical en el difícil gremio de los trabajadores de la carne, salió junto a Cipriano Reyes y su marido Vicente Roldán desde Berisso, cuna y “kilómetro cero” del movimiento nacional y popular con destino a capital federal, bajo la conducción de Eva Perón y Domingo Mercante, a requerir la liberación del Coronel Juan Domingo Perón.
Más conocida como Doña María, incluso por parte del historiador británico Daniel James que la inmortalizó en un ensayo con ese título, y en gran e injusta medida ignorada por muchos de sus connacionales.
Se dice que hacía gala de una oratoria ejemplar con basamento en sólidos principios revolucionarios derivados del anarquismo.
Había ingresado al frigorífico poco tiempo antes de octubre de 1945, pero no perdió espacio: las 1.200 compañeras que allí trabajaban prontamente comenzaron a escucharla.
No pidió permiso para ello el 17 de octubre, alentando a los trabajadores a marchar hacia plaza de Mayo, o cuando habló desde los balcones de la Casa Rosada un rato antes que Juan Domingo Perón.
Tuvo una hija, “Dorita”, a quien una vez le preguntaron cuál era su mayor patrimonio… y respondió “El calor de los brazos de la gente. El amor que recibo a cada paso….”, recordada cantora y militante peronista, hermosa conjunción y palmaria prueba de la cultura nacional.
Dorita fue testigo directo de aquellas históricas jornadas, se dice, que espiaba por la cerradura las reuniones de sus padres con el Coronel Peron y Domingo Mercante.
A 80 años de aquella gesta histórica es justo y necesario recordar y honrar a quienes entregaron todo lo que tenían (por cierto que era poco y mucho a la vez) en pos de sus semejantes, de la clase trabajadora, de los desposeídos, los postergados, de los explotados por la clase dominante de entonces.
Aquellos tiempos fueron el inicio del reconocimiento de la dignidad de los humildes, de salarios más justos, derecho a la vivienda digna y a la alimentación, al esparcimiento y, aunque parezca mentira, acceso a la salud y a la educación.
Todo ello plasmado luego en la Constitución Nacional sancionada en 1949, vértice de la pirámide organizacional de nuestro estado de derecho con directrices contundentes respecto a la centralidad de las personas, las obligaciones del estado, de su papel regulador y distributivo, de los derechos sociales, de los trabajadores, de la ancianidad y la niñez, de nuestros recursos naturales, normas para impulsar el desarrollo económico y promoción de la industria nacional, sustentados en la justicia social, formación de la conciencia nacional como pié de nuestra soberanía, y su fortalecimiento; entre otras muchos objetivos.
Hoy nos encontramos en un momento aciago y realmente difícil, en donde se cree escurrirse esa pléyade de derechos que parecían obtenidos y consagrados a perpetuidad.
No es este el peor momento de nuestra historia. Aunque sí uno de los más lacerantes
Está en nosotros reverdecer aquella gesta. Por los desposeídos, por los jubilados, pero también por nuestros hijos y nietos.
Para ello, resulta oportuno recordar los preceptos básicos plasmados en Conducción Política de Juan Domingo Perón, publicado en 1952: la unidad de concepción, la importancia de una escuela de doctrina que permita inculcar los principios, formar cuadros y capacitar la conducción, así como la relevancia de la información, ya que se actúa correctamente en la medida en que se está bien informado, y la necesidad de patear para el mismo lado, trabajando de manera coordinada y coherente hacia los mismos objetivos.
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