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La renuncia de José Luis Espert a su candidatura por Buenos Aires, anunciada a días del 25° aniversario de la dimisión de “Chacho” Álvarez, evocó aquel histórico gesto ético y reavivó el debate sobre el valor simbólico de dar un paso al costado en la política argentina.
En una coincidencia que no pasa inadvertida, José Luis Espert anunció su renuncia a la candidatura a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires justo en las vísperas del 25° aniversario de la renuncia de Carlos “Chacho” Álvarez a la vicepresidencia de la Nación, uno de los episodios más recordados de la historia política argentina.
El economista liberal comunicó su decisión a través de las redes sociales. En un mensaje publicado en X, escribió: “Por la Argentina, doy un paso al costado. Puse a disposición mi renuncia a la candidatura a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires y el presidente Javier Milei decidió aceptarla”.
POR LA ARGENTINA, DOY UN PASO AL COSTADO
— José Luis Espert (@jlespert) October 5, 2025
Puse a disposición mi renuncia a la candidatura a Diputado Nacional por la Provincia de Buenos Aires y el Presidente Javier Milei decidió aceptarla.
En estas elecciones la Argentina tiene, una vez más, la oportunidad de dar vuelta la…
El texto, breve y directo, sacudió el tablero político en medio de una campaña que ya transitaba semanas intensas. Desde su entorno explicaron que se trató de una decisión personal, tomada en diálogo con el propio presidente, y que responde a la necesidad de no interferir en el proceso electoral.
El gesto de Espert, leído por algunos como una muestra de responsabilidad política y por otros como un movimiento calculado para despejar tensiones dentro del oficialismo, resonó de inmediato por su sincronía temporal: casi exactamente un cuarto de siglo después de aquel 6 de octubre de 2000, cuando "Chacho" Álvarez decidió abandonar la vicepresidencia de Fernando de la Rúa, dando un golpe político que precipitó el desgaste de la Alianza.
En su discurso de despedida, transmitido por cadena nacional, Álvarez explicó los motivos de su decisión con una claridad que aún hoy conserva vigencia: “El cargo de vicepresidente no permite mayores desacuerdos sobre un tema tan sensible como el de los sobornos en el Senado”.
Y agregó: “No renuncio a la lucha, renuncio a un cargo con el que me ha honrado la ciudadanía. Estoy convencido de que estamos ante una crisis terminal en la manera de hacer política, de la relación entre el poder político y el poder económico, y del vínculo entre la política y la gente”.
Aquella intervención, sobria pero contundente, fue interpretada como un acto de coherencia ética y, al mismo tiempo, como el comienzo del derrumbe del proyecto aliancista. Álvarez denunciaba un modo de ejercicio del poder que, a su juicio, había extraviado el sentido moral de la política. Sus palabras finales quedaron grabadas como una advertencia sobre los peligros de la connivencia entre el dinero y las instituciones: “Parece paradójico y resulta cada vez más chocante: cuanto más avanzan la pobreza, la desocupación, el escepticismo y la apatía, desde no pocos lugares se responde con dinero negro, compra y venta de leyes, más pragmatismo y más protagonismo para quienes operan en la política como si fuera un gran negocio para pocos”.
Aún con contextos muy distintos, el eco entre ambas decisiones resulta inevitable. En los dos casos, el gesto de dar un paso al costado se intenta mostrar como una afirmación ética, un intento de preservar la propia coherencia frente a un clima político cargado. En la Argentina, las renuncias nunca son meros actos administrativos: suelen ser mensajes que resuenan más allá del poder y, a veces, definen un tiempo. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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