Nacionales
La victoria provincial de Fuerza Patria del 7 de septiembre desnudó la crisis del gobierno de Javier Milei y evidenció el colapso del sistema de partidos tradicionales, con un panperonismo fracturado, un oficialismo nacional desorientado y un electorado cada vez más volcado a la desconfianza.
La victoria del 7 de septiembre de Fuerza Patria hizo estallar el relato instalado por el gobierno de Javier Milei. A partir de entonces, se profundizó una crisis que parece no tener fin, entre denuncias de corrupción, candidatos y funcionarios vinculados al narcotráfico y disparada del dólar, que llevó a refugiarse con Donald Trump.
Este contundente impacto de la realidad sobre la construcción mediática y el discurso triunfalista del gobierno nacional ha hecho pasar por alto que la elección realizada por la oposición de Fuerza Patria dista de ser virtuosa. De hecho, se trata de la tercera peor perfomance en los últimos veinte años, sólo por detrás de las de 2021 y 2023, en las que perdió su mayoría propia en el Senado de la Nación Argentina y el control de siete de las catorce provincias que adminstraba.
Esa pérdida de la territorialidad consumada durante la gestión presidencial de Alberto Fernández contrasta con los resultados electorales del 7 de septiembre de este año. Los comicios provinciales y municipales, que por primera vez se realizaron escindidos de las elecciones nacionales, se distinguieron por su alto sesgo de localismo. El 88 por ciento de los intendentes de todo signo resultó vencedor en las bonaerenses, lo que se extendió a las realizadas en otras provincias, en las que se impusieron todos los oficialismos menos el de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En esos comicios provinciales y municipales, los partidos nacionales han perdido votantes de manera exponencial, arrollados por los temas y las propuestas locales, de cercanía con los votantes. A diferencia de los comicios de 2023, en los que la virtualidad tuvo un papel decisivo, los argentinos han optado ahora por la cercanía con sus referentes, buscando contención, presencialidad y acompañamiento. Todas las fuerzas nacionales aparecen atomizadas, dispersas en diversas alternativas electorales y adoptando posiciones contradictorias. En el caso del panperonismo la situación es aún más grave, con Cristina Fernández de Kirchner presa e impedida de participar electoralmente de por vida, pero renuente a aceptar su situación y dispuesta a hacer estallar su espacio para tratar de conservar su autoridad interna. No sólo no tuvo éxito en esta empresa, sino que se disparó una crisis sucesoria de magnitud tal que no resultó posible siquiera unificar el nombre del frente electoral, y hasta estuvo a dos cortes de luz de no poder presentar lista unificada en la provincia de Buenos Aires para los comicios del 7 de septiembre.
¿Qué hubiera pasado si la fractura interna se hubiera confirmado y con esa división se hubierse impuesto La Libertad Avanza? Cualquier especulación sería materia de ciencia ficción, pero indudablemente la Argentina sería otra y la evaluación de los comicios sería muy diferente. A Fuerza Patria, a pesar de su mala elección en términos comparativos, la salvó el abstencionismo de los votantes de Javier Milei en 2023, pero nada le garantiza la reiteración del contundente resultado de la elección provincial en la competencia del próximo domingo 26 de octubre. Por una parte, los inmigrantes no nacionalizados no podrán votar, por lo que perderá su 3,2 del 4 por ciento que representa ese universo electoral en el padrón general. Por otra, no habrá un esfuerzo tan decidido de los intendentes para garantizar el voto en comicios que no los involucran directamente. Finalmente resta saber si se mantendrán los niveles de ausentismo, si se incrementarán o disminuirán, y cómo impactaría algún cambio en el resultado general. Por lo pronto, parece previsible una victoria de Fuerza Patria que difícilmente supere un dígito de diferencia, con su correspondiente influencia sobre la ecuación nacional.
Al panperonismo también lo auxilió la conmovedora incapacidad del gobierno para aprovechar sus ventajas relativas. En lugar de integrar al colaboracionismo que lo respaldó en el Congreso de la Nación Argentina en 2024, al que le quiso comer el territorio para convertir a LLA en una fuerza nacional. Resta saber si la estrategia adoptada por los gobernadores de Provincias Unidas, que tomaron distancia institucional –aunque no necesariamente programática– con el oficialismo nacional, de presentarse como una alternativa de gobierno para 2027, le sumará o le restará sufragios, y si, en cambio, no les hubiese resultado más provechoso broquelarse en problemáticas provinciales para dar el salto luego de los comicios y con su capital político ya confirmado.
Finalmente, el cristinismo ha dejado de provocar el espanto que permitía aglutinar sufragios a la fuerza antiperonista que aparecía como más capaz de derrotarlo. Ha perdido energía, por lo que los slogans de acabar con él o clavarle el último clavo en su cajón no parecen sumarle demasiado a las listas oficiales. Cristina, su liderazgo y las agrupaciones que se identifican históricamente con ella ya no generan miedo, porque perdieron energía, caudal electoral y capacidad de acción. Quizá el voto de LLA consiga atraer al antiperonismo más radicalizado; el resto optará por otras alternativas políticas o por quedarse en su casa.
No es oro todo lo que reluce. Las crisis de la democracia institucional y del sistema de partidos continúan con su avance irrefrenable, y las campañas electorales y la supresión de las PASO, en lugar de ayudar a revertir este proceso, sólo parecen expresar la patética incapacidad del universo político para modificar su precaria situación. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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