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28 de octubre de 2025 | Opinión

Elecciones 2025

El tiro en la pata de Axel Kicillof

Cómo una jugada electoral pensada para resistir se convirtió en el empujón final que consolidó al adversario.

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por:
Juan Nazar

La política argentina tiene una lógica peculiar: cuando una jugada parece inteligente en el corto plazo, suele esconder un efecto no deseado a mediano. Eso es, probablemente, lo que le acaba de ocurrir a Axel Kicillof con el desdoblamiento electoral en la provincia de Buenos Aires.

Convencido de que la ola libertaria nacional podía arrastrar al peronismo hacia una derrota categórica, el gobernador decidió separar la elección provincial de la nacional. Lo hizo con la expectativa de retener el control de la provincia, mostrando gestión y una identidad propia —más académica, menos confrontativa—, desligada de los errores del pasado reciente del peronismo a nivel nacional. Y, en efecto, lo logró: ganó con comodidad, no por virtud propia sino por ser el recolector del malestar nacional.

Pero su éxito tuvo un precio inesperado: la contundencia del triunfo bonaerense encendió las alarmas del electorado nacional, que respondió en la elección legislativa votando en masa por los candidatos de Javier Milei. No por convicción ideológica necesariamente, sino por una necesidad emocional: equilibrar el poder.

El resultado fue claro: La Libertad Avanza se impuso a nivel nacional con más del 40 por ciento de los votos, ganando en 16 de las 24 provincias, incluida la mismísima Buenos Aires. Un resultado que desbarató los cálculos del oficialismo provincial, y que dejó a Kicillof —paradójicamente— fortalecido en su territorio pero debilitado en su capacidad de proyectarse como alternativa nacional.

La gente no vota como los estrategas suponen

Quienes piensan la política desde las estructuras partidarias suelen sobreestimar su capacidad de conducir al electorado. Imaginan que, desdoblando, conteniendo, fragmentando o “cuidando la boleta”, pueden administrar los tiempos y los votos. Pero la ciudadanía no se comporta como una variable más del Excel electoral.

En este caso, el votante bonaerense dio una primera señal: respaldó a Kicillof. Pero no como cheque en blanco. La victoria fue leída por muchos como excesiva, incluso como un riesgo de reempoderar al peronismo con una narrativa triunfalista. Y entonces vino la segunda parte del juego: en la elección nacional, el mismo votante decidió ponerle un límite a ese avance.

Así, el desdoblamiento se volvió en contra de su propio artífice. Al liberar la primera parte del proceso electoral, Axel habilitó una interpretación social que después no pudo controlar: que estaba en camino de regresar con fuerza. Y el votante medio —que ya no responde a las lógicas de aparato— reaccionó con pragmatismo. Si había que frenar eso, se frenaba. Aunque eso implicara votar a Milei.

Kicillof ganó, pero no le creyeron

El gobernador celebró su victoria en la provincia con sobriedad, consciente de que no podía capitalizar políticamente lo que, en apariencia, era un espaldarazo. Porque algo quedó claro: la mayoría de quienes lo votaron en octubre no acompañaron al peronismo en noviembre. ¿Entonces qué votaron? ¿Qué quisieron decir?

Votaron equilibrio. Votaron límites. Votaron que no quieren un único poder con vía libre. Votaron para decirle a Kicillof: “Sí, pero hasta acá”. Y a Milei: “Sí, pero te estamos mirando”.

Porque el otro gran error sería suponer que la victoria nacional de La Libertad Avanza significa un respaldo ideológico total. No. También Milei recibió votos de castigo, de hastío, de necesidad de freno. Los dos lados están sobreinterpretando los resultados, como si la sociedad estuviera tomando partido definitivo por uno de los polos. No es así.

Un país sin centro visible, pero con centro real

Lo que emerge de estas elecciones es un espacio de centro aún sin liderazgo definido. Un lugar simbólico —y muy real— donde se encuentran quienes quieren orden sin autoritarismo, sensibilidad social sin populismo, crecimiento sin ideología binaria.

Ese centro existe en la calle, en las conversaciones, en el cansancio. Pero no tiene aún una figura, un proyecto, ni una narrativa lo suficientemente consistente. Mientras eso ocurra, el electorado va a seguir oscilando entre dos extremos que ya no representan su totalidad. Votará para equilibrar, no para delegar. Para poner límites, no para empoderar.

Y ese comportamiento ciudadano es, quizás, lo más valioso que dejó esta elección: un sistema de pesos y contrapesos no institucional, sino popular. Una conciencia activa de que nadie merece todo, que todos deben rendir cuentas.

El futuro es de quien lo entienda

Axel Kicillof cometió un error político importante. No por desdoblar —esa fue una decisión táctica válida— sino por no anticipar que el éxito de esa táctica podía provocar una reacción de sentido contrario. Se confió en su control de la provincia, pero olvidó que los ciclos políticos no se gestionan desde La Plata, sino desde la sensibilidad colectiva de una sociedad hiperconectada, desconfiada y exigente.

Javier Milei, por su parte, haría mal en leer esta elección como un plebiscito a su favor. Tiene una oportunidad, sí, pero también una gran responsabilidad: no confundir adhesión coyuntural con legitimidad estructural. Si desoye el mensaje de equilibrio que bajaron las urnas, también él será corregido más pronto que tarde.

Lo que sigue ahora es un tiempo de lectura fina. De humildad. De construcción. De pensar en 2027 no como una revancha, sino como una posibilidad de reencontrarse con el electorado desde otro lugar.

Conclusión: más madurez ciudadana que épica partidaria

La elección legislativa de 2025 no dejó ganadores plenos. Dejó, en cambio, una ciudadanía más lúcida, menos dispuesta a entregar el poder sin condiciones. Dejó también una advertencia: el que no lea correctamente lo que ocurrió, va a pagar el precio político más alto.

Kicillof desdobló para protegerse. Ganó, pero su victoria aceleró el triunfo del otro. Milei ganó, pero lo hizo en buena parte porque el miedo al regreso del peronismo superó las dudas que él mismo genera. En el medio, el votante construyó un resultado que ninguno de los dos planeó.

Ese es el verdadero tiro en la pata. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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