Opinión
Mucho se ha hablado y escrito buscando una explicación —ya sea racional o emocional— para interpretar el resultado de las últimas elecciones de renovación legislativa.
Aún falta el escrutinio definitivo por parte de la Justicia Federal Electoral. Sin duda, habrá análisis más profundos que este modesto intento de reflexión a partir del título que encabeza esta nota.
Como primera lectura del conteo provisorio, podríamos mencionar varios factores:
-El temor al regreso de una crisis como la del 2001.
-La ausencia del voto extranjero (al menos en la provincia de Buenos Aires) y el notorio ausentismo electoral.
-El novedoso sistema de Boleta Única Papel, que en definitiva evidenció que se vota una lista más que una persona. Lo ocurrido con el cambio del primer candidato de La Libertad Avanza es una prueba de ello: se habló más del trámite de reimpresión de boletas que de la vinculación con el narcotráfico del desplazado de la lista. En este y otros temas, algunos responsables parecieron haberse quedado dormidos.
-La merma de votos sufrida por el oficialismo tras dos años de gestión no impidió el resultado final.
-El temor al regreso de personajes repudiados por la ciudadanía debido a sus conductas alejadas de un accionar encomiable.
-La ciudadanía aún mantenía cierto crédito hacia este gobierno y sus dirigentes disruptivos, pese a que “la macro” nunca llegó a la gente y las dificultades en “la micro” del hogar se multiplicaron. Aun con los desaciertos en temas sensibles —como la situación de las personas con discapacidad, la represión a los jubilados, la crisis de la salud y el deterioro de la educación pública—, el oficialismo logró sostener un piso de apoyo.
-Tampoco debe olvidarse el estrepitoso fracaso de la llamada Liga de los Gobernadores, ni el remanido argumento mediático del “terror al regreso del peronismo”.
No repetiré aquí todos los análisis que circulan para no saturar al lector desprevenido. Pero sí vale la pena recordar que, desde hace 80 años, tres ideas fuerza han anidado en cierta parte de la sociedad:
“Se acabó el peronismo”
“No vuelven más”
“Muerto el perro, se acabó la rabia”
Frases que ya se repetían en octubre de 1945 y, con más fuerza aún, a partir del 16 de septiembre de 1955. Algo de eso también se vivió el 30 de octubre de 1983: el “somos la rabia” enfrentado al Preámbulo de la Constitución.
Diez años antes se había desarrollado una elección amañada, con una maniobra que habilitaba fórmulas al balotaje solo si superaban el 15 por ciento de los votos. El capitán de navío Francisco Manrique obtuvo el 14,96 por ciento, quedando a un paso de participar en segunda vuelta. La realidad es que el retiro de Ricardo Balbín allanó el camino para la asunción de Héctor Cámpora, que no había alcanzado el 50% más uno de los votos.
Hago este parangón porque el presente guarda algunas similitudes con aquellos tiempos.
¿Qué ocurrió en las últimas elecciones de medio término?
2009: Néstor Kirchner – 32,81%
2013: Martín Insaurralde – 32,33%
2017: Cristina Fernández de Kirchner – 37,31%
2021: Victoria Tolosa Paz – 38,59%
2025: Jorge Taiana – 40,91%
En 2021 hubo apenas cinco ofertas electorales, mientras que en los comicios del último domingo fueron quince, más allá de la innegable polarización.
Cabe recordar también que, en las elecciones de 2023, la alianza del peronismo estuvo muy cerca de ganar en primera vuelta, y que el apoyo de la tercera fuerza —Bullrich-Petri, del Pro y la Unión Cívica Radical (UCR) hoy prácticamente inexistentes— permitió que Milei alcanzara la mayoría necesaria para imponerse. De hecho, gran parte de su gabinete provino de ese mismo espacio.
La estrategia de “pintar de violeta” todo el mapa político —borrando el amarillo del Pro y el rojo y blanco de la UCR residual— fue una jugada que rindió frutos. Los que quedaron fuera de ese color ya están golpeando la puerta para “arrimarse al fogón”.
El peronismo volvió a quedarse con su propia Sinfonía de un Sentimiento, como ocurrió en 1963, 1973 y 1983, y en distintas variantes a lo largo de los últimos cuarenta años.
Un querido amigo y recordado Secretario Legislativo bonaerense, el Dr. Eduardo Isasi, solía ofrecer una mirada peculiar sobre estos procesos: “El desdoblamiento en la provincia y el triunfo casi humillante del peronismo frente a las aspiraciones de La Libertad Avanza despertó y alertó a las fuerzas antiperonistas. El gobierno lo hizo bien: tuvo 50 días para martillar la cabeza no solo de los bonaerenses, sino de todo el país. Si ganaba el kirchnerismo, volvía la inflación, se retiraba la ayuda de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional, y se caían las reformas estructurales realizadas (no importa que fuera a costa de los más humildes).”
Yo agregaría: también se instaló el miedo al regreso de “la casta”, aunque esté representada en el propio núcleo del poder. Guillermo Francos, funcionario desde la dictadura de Juan Carlos Onganía en 1966, o Patricia Bullrich, con múltiples camisetas en los últimos 40 años, son ejemplos elocuentes.
Ese miedo al regreso del peronismo recordó a muchos las penurias vividas entre 2019 y 2023, marcadas por la pandemia y gruesos errores de gestión. El peronismo, históricamente, ha sabido hacerse cargo de sus errores, pero esta vez pareció faltar una autocrítica profunda y sincera frente a la sociedad.
El peronismo bonaerense, con gran esfuerzo, presentó una propuesta unificada en una sola lista. ¿Fue suficiente? ¿Faltó organización, estructura y comunicación? ¿Hubo ingenuidad o exceso de confianza?
Recién ahora parece advertirse la necesidad de un armado político acorde a las circunstancias. Se afirma que un 40 por ciento de la población no vota peronismo —ya sea por convicción o por rechazo histórico—, pero quizá esa sea una conclusión exagerada y abierta al debate.
¿La culpa de todo la tuvo Perón? El peronismo es el único movimiento político de posguerra que se mantiene vivo, con sus virtudes y defectos.
Hoy, muchos de sus dirigentes parecen haberse quedado mirando el ombligo. Y el gobierno, hábilmente, les hizo un 17 de octubre al revés.
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