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Informe REALPOLITIK
No es su culpa: La breve aventura de Martiniano Molina en la política bonaerense
La formación política de Martiniano Molina es, por llamarlo de algún modo, particular. Nunca estudió ciencia política; ni derecho; ni historia. Tampoco militó de joven o incluso en su vida adulta. Su historia política comenzó en mayo de 2015, cuando aceptó ser el candidato de Cambiemos en el municipio de Quilmes.
Santiago Albizzatti
La formación política de Martiniano Molina es, por llamarlo de algún modo, particular. Nunca estudió ciencia política; ni derecho; ni historia. Tampoco militó de joven o incluso en su vida adulta. Su historia política comenzó en mayo de 2015, cuando aceptó ser el candidato de Cambiemos en el municipio de Quilmes. Siete meses después, asumió como intendente.
Previo a aquel acontecimiento político que cambiaría todo para el hombre de 45 años, su vida discurrió por carriles que poco y nada se asemejan al de la actividad política. Estudió dibujo, se recibió de cocinero en la Escuela del Gato Dumas y fue jugador profesional de handball. Numerosos prospectos políticos buscan tener su propia columna en medios de comunicación nacionales. Él tenía la suya, se llamó “La columna del asador”, y describía largo y tendido el arte de cocinar chorizos y achuras a las brasas.
Cuando, a los pocos meses del comienzo del 2015, le ofrecieron ser candidato a intendente por Quilmes, a Cambiemos no le sobraban los candidatos. Molina, prácticamente, no tenía competencia. La primera opción del equipo de Mauricio Macri había sido el modelo Tommy Dunster, una de las pocas personalidades con aun menos preparación política que Martiniano. En un rapto de autocrítica, el modelo decidió bajarse de la candidatura, y los jóvenes asesores de Cambiemos se inclinaron por el popular cocinero.
El resultado de su gestión al frente de un municipio tan vulnerable, convulsionado y vital para el armado provincial, no fue otro que el esperable. En una de sus primeras conferencias de prensa, le preguntaron acerca del destino del Pozo de Quilmes, el tristemente legendario centro de detención clandestina. El novel intendente, creyendo que hablaban de un pozo en el asfalto, explicó que “estaban avanzando las tareas de bacheo”. La prensa se le fue encima pero, ¿qué otra cosa esperaban?
Durante la primera semana de gestión se dio a sí mismo un aumento, para alcanzar así un salario de bolsillo de 172 mil pesos. El incremento vino al mismo tiempo que la decisión de despedir a más de mil empleados municipales. Nuevas críticas. Nueva justificación: “¿Qué quieren? El muchacho es cocinero”. La historia familiar tampoco ayudó mucho. Su padre, Jorge Molina, fue secretario de gobierno de Eduardo Camaño, sobre cuyas espaldas pesan graves denuncias de corrupción durante la gestión; y funcionario de Carlos Menem, cuyos actos de corrupción fueron legendarios. El mismo padre de Martiniano, para no ser menos, acumuló sus propias causas: fue acusado de asumir un cargo equivalente al de director Provincial en el ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires, a cuya oficina nunca asistió pero cobraba el suntuoso salario; y luego un médico de la provincia lo denunció por quererle cobrar coimas a cambio de darle vía libre a un expediente.
Cuando faltaban apenas horas para las PASO, Martiniano le aseguró a María Eugenia Vidal que tenía más de un 70 por ciento de aprobación entre sus ciudadanos. Al otro día perdió en todas las líneas. A aquella catástrofe se le sumó una denuncia interna que acusaba a su propia policía de vender seguridad privada ilegal a los comercios del casco céntrico, una inundación que dejó a la ciudad bajo el agua, y una denuncia a su jefe de Gabinete y candidato a diputado provincial por Cambiemos, Guillermo Sánchez Sterli, por haber incorporado a más de veinte funcionarios allegados a él, entre familiares y amigos.
Enfríado por la gobernadora y sus ciudadanos, Martiniano Molina apuesta al “efecto arrastre” de la boleta de Cambiemos en las elecciones de octubre. Es su única posibilidad. Mientras deambula por los pasillos municipales, cabizbajo y preocupado, anota los días que le quedan para volver a la cocina y la televisión. Es que, mientras sus compañeros de lista militaban, él perfeccionaba el arte del creme brulée. ¿Qué otra cosa esperaban? (www.REALPOLITIK.com.ar)
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