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15 de agosto de 2018 | Nacionales

Apostillas de la realidad

Las pruebas de los vínculos entre la dictadura y la causa de los cuadernos

Resulta llamativo incluso para el más aficionado de los lectores cómo tanto Pacífico como Centeno han tenido, durante las últimas décadas, la increíble habilidad de aparecer una y otra vez en el momento más adecuado, con la información más precisa.

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En 1980, cuando corrían los últimos años del llamado Proceso de Reorganización Nacional, las autoridades introdujeron un breve y rutinario curso de mantenimiento de camiones Mercedes Benz. Del mismo participaron 19 suboficiales del Batallón de Arsenales 601, ubicado en Bulogne Sur Mer.

Aquel curso, en circunstancias normales, no revestiría importancia alguna. No obstante ello, llama la atención que uno de sus organizadores haya sido el coronel Atilio Stornelli –en la foto enmarcado por un círculo rojo, junto a Jorge Rafael Videla-, padre del actual fiscal de la causa de los cuadernos Carlos Stornelli. Casualmente, uno de los 19 jóvenes suboficiales que aprendieron los misterios de los camiones que utilizaba el ejército era el sargento primero Oscar Bernardo Centeno, quien hace apenas unas semanas saltó a la fama tras haber trabajado como chofer de Roberto Baratta y escrito de puño y letra una bitácora de la corrupción kirchnerista.

Casi como una coincidencia inconcebible, otro de los participantes fue el sargento primero Jorge Orlando Pacífico quien, casualmente, logró reconocimiento público en noviembre de 2011 cuando, pocos días después de la victoria de la fórmula compuesta por Cristina Fernández y Amado Boudou, se acercó personalmente a la redacción del diario Clarín para denunciar los secretos más oscuros de Alejandro Vandenbroele y The Old Fund, dando nacimiento así a la ahora llamada Causa Ciccone.

En aquel entonces, el diario explicó que la información fue “proporcionada por un ciudadano común, Jorge Pacífico”. Aquello era, no obstante, una mentira o, para ser más exactos, una verdad a medias. Pacífico, en aquel entonces, estaba lejos de ser un ciudadano común. Especialista en explosivos, carapintada de cercana relación con Aldo Rico y Mohamed Seineldín y vendedor de helicópteros artillados, fue uno de los primeros sospechosos en la pista carapintada en el atentado del 18 de julio de 1994 a la sede de la AMIA.

Aquella mañana aciaga, Pacífico apareció ensangrentado entre los escombros del edificio, asegurando haber estado “ayudando a las víctimas”. Su chofer, Omar Cañete, declaró en el juzgado semanas después que su jefe visitaba asiduamente la embajada de Irán, que recibió 5 millones de dólares por el atentado y que, incluso, mató a un iraní que lo enfrentó por el 10 por ciento del botín.

Resulta llamativo incluso para el más aficionado de los lectores cómo tanto Pacífico como Centeno han tenido, durante las últimas décadas, la increíble habilidad de aparecer una y otra vez en el momento más adecuado, con la información más precisa. Casi como un acto de clarividencia, además, suelen ser recibidos en la Justicia por viejos amigos y camaradas ávidos de la información que puedan presentar. Un claro ejemplo de ello se vivió tan solo días atrás, cuando las cámaras de la televisión nacional mostraron a Oscar Centeno saliendo esposado de la fiscalía, luego de declarar durante varias horas. Lo acompañaba a su izquierda un oficial de la Policía Federal Argentina. El que caminaba a su derecha no era otro que el fiscal de la causa, Carlos Stornelli, el hijo de su amigo y camarada Atilio.

Porque, si hay algo inconmovible en el entramado de poder nacional es que, en el Servicio de Inteligencia, todo queda en familia. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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