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6 de diciembre de 2018 | Legislativas

La reserva moral de la nación

“Lilita” Carrió y la neurosis republicana

Siempre “Lilita" Carrió aspiró a convertirse en “fiscal de la república”. Sin embargo, por cálculo político o tal vez por inconstancia, sus pares –incluso las más radicalizadas defensoras de las reivindicaciones de género- coinciden en considerarla una neurótica. 

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Su incapacidad para mantener su adhesión a un proyecto o emprendimiento son proverbiales, por lo que queda en claro que nada de lo que emprenda tendrá un desarrollo prolongado. Sin embargo, esta debilidad, que le ha impedido aspirar con seriedad a cargos institucionales más importantes, le ha permitido en cambio reacomodarse a tiempo cuando las alianzas de las que formó parte comenzaron a derrapar –gobiernos de Fernando De la Rúa y de Mauricio Macri-, y así mantener cierta credibilidad dentro de sectores medios y medios altos, anti-peronistas y educados. 

Cuando el siglo XX concluía, Carrió disparó los cañones contra el contrabando de autopartes que por entonces practicaba SOCMA (Sociedades Macri), obteniendo además reintegros del estado nacional. Los epítetos utilizados por entonces fueron los más contundentes: “delincuente”, “mafioso”, ”contrabandista”, “corrupto”. Nada faltó por entonces, ni siquiera la consabida causa judicial que esta denunciadora serial abrió contra el grupo empresarial del actual presidente. Si bien, gracias a las relaciones y contactos que nunca le faltaron, los Macri consiguieron esquivar la andanada, el desprolijo fallo terminó costándole el juicio político y la deposición al presidente de la Corte Suprema de mayoría automática creada por Carlos Menem, el juez Julio Nazareno.

Por entonces, “Lilita” no se privó de continuar dedicando sus peores epítetos a la familia Macri. Cuando Mauricio Macri fue derrotado por Aníbal Ibarra, en las elecciones para la jefatura de Gobierno de la CABA, “Lilita” manifestó su satisfacción de manera políticamente incorrecta: “Que haya sido derrotado Macri… La verdad que era como un parto. Yo no sabía cómo iba a explicarles a mis hijos que empresarios ligados al robo del país pudieran ganar”. Y en 2007, ante la pregunta de una eventual alianza entre ambos, respondió: “La sociedad me puede pedir que nos juntemos. Lo que no me puede pedir es que nos juntemos con corruptos. Eso sería un rejuntado”.

Sin embargo, después de varios traspiés electorales durante la década K, para 2014 Elisa Carrió creyó llegado el turno de cumplir uno de sus sueños dorados: crear su propio Frankenstein. Hacer presidente a alguien que moralmente despreciaba, pero que a sus ojos comenzaba a ser visto con otra matriz. Así la pretendida ética republicana dejó paso al pragmatismo más rancio, y Mauricio Macri se convirtió en el metal con el que se dispuso a construir la espada que le permitiría cumplir su sueño eterno de conseguir derrotar al peronismo.

Para conseguirlo, “Lilita” armó y desarmó alianzas, dejó con las manos vacías a Pino Solanas y al emprendimiento que compartían, y salió a proclamar a los cuatro vientos que Mauricio Macri era ese “hombre nuevo” que la República Argentina necesitaba. Era “su” candidato, ella lo había adoptado y se disponía a darle forma. Un titán gorila que vendría a exterminar a su, a la vez, odiado y amado peronismo.

Por cierto que, en vistas del blindaje mediático existente, y de la escasa disposición de Cristina Fernández de Kirchner para aportar a una victoria de Daniel Scioli, el blindaje mediático de uno y otro lado le evitó preguntas incómodas sobre las razones que le habían permitido recalificar a quien presentó durante años como un sujeto criminal en otro virtuoso e indispensable para la refundación de la patria. Pero como las acciones de Cambiemos aumentaban su cotización, nadie se molestó por su descarado afán de protagonismo, su insistencia en colocarse por encima de los méritos del candidato, y luego presidente, Macri. “Lilita” quería protagonismo, reconocimiento público, ser la estrella. A la mayoría no le molestaba, ya que con su brillo cubría las cuentas off shore, las escuchas telefónicas, la fundación floja de papeles de la vicepresidente Gabriela Michetti. También les permitía actuar tranquilamente en la sombra a quienes, como Emilio Monzó o Rogelio Frigerio, se ocupaban seriamente del armado político territorial que llevaría a la victoria a Cambiemos.

Los primeros dos años de gobierno transcurrieron entre las quejas de los radicales y de Carrió sobre el desprecio con que el gobierno los trataba en los procesos de toma de decisiones. También el indispensable Emilio Monzó compartía esta queja. Pero, a diferencia de los boinas blancas o del presidente de la Cámara de Diputados, “Lilita” respondía a cada herida en su orgullo con una violenta declaración pública. Eso le permitió convertirse en una especie de oposición interna o conciencia crítica de Cambiemos, que se proponía poner en vereda a ese entorno de Mauricio Macri que le hacía cometer errores por interés propio o corporativo. “Si vas a tener oportunistas y traidores, me vas a perder a mí”, le advirtió más de una vez.

Consciente de que por entonces el juego de recular cuando la sociedad rechazaba las decisiones del gobierno era visto como moderación democrática, y de que “Lilita” gozaba de una etapa de muy buena imagen frente a la sociedad argentina, el presidente Macri respondía a los desplantes de “Lilita” sobándole el lomo y alimentando su ego. Así, calmadita, viajaba a Punta del Este o a Capilla, y dejaba en paz por algún tiempo al elenco de gobierno.

El romance funcionaba admirablemente, a punto tal que “Lilita” fue incluida por Horacio Rodríguez Larreta en el primer lugar de las listas de CABA de Cambiemos, en las Legislativas de 2017. Los resultados fueron excepcionales, incluso para una fuerza acostumbrada a ganar en la Ciudad desde diez años atrás, siempre -claro está- con la complicidad de CFK, socia principal en los negocios del entorno de su sucesor.  

Pero esa victoria no abriría paso a una etapa de bonanza para la alianza presidencial. La intervención del todopoderoso Marcos Peña Braun en la economía desacreditó a un Federico Sturzennegger incapaz de frenar desde el Banco central el propio Frankenstein que había creado: las Lebacs. La bicicleta financiera estaba por entonces  en todo su esplendor, pero los mercados comenzaron a cerrarse, el dinero de origen turbio dejó de fluir hacia nuestro país, el dólar se disparó, y el mal humor social y la crisis económica pusieron al gobierno de Macri en las cuerdas.

Con el presidente y su gestión en caída meteórica, “Lilita” decidió que era momento para una toma de distancias. Debía pronunciar su sesgo crítico, sobre el entorno presidencial, sobre los indigeribles Monzó y Frigerio, a quienes en secreto reconocía el mayor mérito no sólo en la llegada de Cambiemos a la presidencia sino también de la gobernabilidad admirable construida a partir de entonces, pese a los desaguisados e incapacidad demostrada por la mayoría del elenco gobernante. Para peor, Monzó y Frigerio eran peronistas, y era para ella muy doloroso aceptar que Cambiemos le debía su gestión y su futuro a su enemigo de siempre, el partido fundado por el general Juan Domingo Perón.

Para el gobierno, a su vez, en medio de un tembladeral y acosado por propios y extraños, los caprichos y desplantes de “Lilita” comenzaron a resultar insoportables, y muchos se preguntaron si no había llegado el momento de darle un corte definitivo. Mucho más cuando, en los últimos tiempos, “Lilita” había vuelto a su tradicional caracterización delictiva de la figura presidencial, acompañada ahora de una convicción inédita sobre la incapacidad de Mauricio Macri para el ejercicio de la presidencial. “Perdí la confianza en el presidente Macri”, fue la frase del epitafio.

En los últimos quince días, el hiato entre Carrió y Cambiemos se pronunció. Mucho más cuando debido al orden conservado durante el evento del G20, y la adopción de un discurso represivo acompañado de políticas de seguridad autoritarias, la figura de la ministra Patricia Bullrich creció al punto de convertirse -al día de hoy- en la compañera imprescindible de Mauricio Macri en la fórmula presidencial 2019.  

Todo esto fue demasiado para “Lilita”, que entró a repartir palos a diestra y siniestra. El reglamento de seguridad de Bullrich -que, justo es decirlo, se lleva puesta a la constitución y a los códigos vigentes-mereció así el concepto de “Lilita”: para ella “viola los derechos humanos fundamentales” y “va directamente al fascismo”. “No me importa perder votos, no es mi idea la disputa de poder ni los cargos públicos.”

Para confirmar su desagrado con el gobierno, decidió no concurrir a la sesión de renovación de autoridades de la Cámara de Diputados. Su resentimiento no le habría permitido tolerar una nueva elección, por aclamación, de su envidiado Emilio Monzó, en medio de elogios poco frecuentes sobre su gestión y sus méritos por parte de todos los bloques políticos. Incluso muchos actores, propios y extraños, lamentaron que el gobierno no hubiera tenido la inteligencia de asignarles más protagonismo al presidente de la cámara y a Rogelio Frigerio

Por estos días, “Lilita” no se ha cuidado de declarar su desacuerdo con la negociación del presupuesto, su negativa al incremento de bienes personales, su oposición a rajatabla a cualquier ley de Financiamiento que legalice los aportes privados a las campañas electorales. Tal como le ha sucedido reiteradamente a lo largo de su extensa carrera política, deambula como una resentida, incomprendida y neurótica de un modelo republicano ideal que poco se ajusta a la realidad argentina. Sin embargo, en Cambiemos temen que de esa neurosis y de ese resentimiento pueda surgir algo muy preocupante, y en el entorno de la chaqueña le han dado la razón, ya que es un secreto a voces que se encuentra preparando una presentación judicial contra el presidente Mauricio Macri por la compensación que decidió acordarle a las empresas de peaje, una decisión que, tal como había sucedido algún tiempo atrás con la condonación de la deuda del Correo Argentino, lo beneficia en sus intereses personales. Algunos temen que “Lilita” vaya aún más allá, e incluso promueva el juicio político del presidente en plena campaña electoral para su reelección. 

Mauricio Macri ya sufrió su ira veinte años atrás y observa el escenario con marcada preocupación, ya que es la única a la que, por sí sola, cree capaz de hacer derrumbar su carrera pública y enfrentarlo con un futuro incierto tras las elecciones 2019. (www.REALPOLITIK.com.ar)  


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Emilio Monzó, Elisa Carrió

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